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Rafael García Romero

El exquisito encanto de las notas, cartas y dedicatorias

El exquisito encanto de las notas, cartas y dedicatorias

Por Rafael García Romero

Una carta pública, cuando viene del pasado, llama a gritos la atención de un destinatario y pide que le haga un lugar en su vida. Esa carta, venga de donde sea, si no se lee es un crimen. Una carta bajo el silencio, la indiferencia o el olvido se ve amenazada y esa actitud de apatía vale por mil traiciones a muchas otras cartas que nunca llegan a una multitud de destinatarios: son cartas que claman inútilmente y mueren.

Una carta a un escritor, venga de donde sea, si se oculta es un crimen. Toda carta nace para abrirse caminos. Una carta nunca escoge el silencio. Una carta oculta ve amenazada la verdad que lleva en su corazón y vale por muchas otras cartas malogradas, que nunca llegan. O que gritan su verdad ya muy tarde y no se debe esperar nada de ellas.

Un día entregué mi libro de cuentos “Obras narrativas juntas” a Carmen Sánchez. Amiga toda la vida, compañera de letras hasta que nos hayamos ido, preferiblemente sin despedidas. Ella, Carmen, mi amiga poeta, una noche que ya no recuerdo, dejó para mí una carta, escrita y firmada con tinta verde. Era su inconfundible letra, suelta. Tenía una despedida escrita a mano. Decía: con profundo cariño, admiración y respeto. Carmen Sánchez. Escribió, finalmente. Era su inconfundible y cálida firma.

En una posdata, como un olvido sin efecto, agregó: No sé el significado de la tinta verde, pero nunca he oído hablar mal de ese color. Aparte de que no creo en lo que dicen de ninguno de los colores. ¡Sólo una broma! El tiempo pasó y un día, organizando mi papelería de la nostalgia, encuentro de nuevo la carta. La tinta verde me devolvió a los viejos recuerdos de su remitente. A Pablo Neruda, recordé, le gustaba escribir con tinta verde y leí de nuevo a Carmen que me decía en tinta verde: hace días que quería hacerte llegar esta notita, para agradecerte muy profundamente el obsequio que del compendio de algunos de tus libros me hicieras recientemente.

Entonces vino un manifiesto de solidaridad hecho palabras de mi amiga: A través de ellos, y desde esta hermosa colección, se evidencia y se hace realidad latente y expresada, tu gran sensibilidad, tu profundo ingenio creativo, así como el dominio de un género tan complejo como lo es el cuento.

Los he disfrutado en gran medida, y de manera especial los cuentos del libro “La sórdida telaraña de la mansedumbre”, cuyo título en sí mismo evoca demasiadas imágenes en un contexto tan esplendoroso y lúgubre, tan sutil y dual como la vida misma.

Dentro del conjunto (y haciéndose muy difícil elegir, lo cual tampoco es la intención), me impactó mucho "El señor de los relojes", "Aplauda, please", y como en un espejo, vi trozos de cualquier vida parecida a la mía en "Quien te quiere, Carmen".

En este párrafo ya estaba conmovido, emocionado, agradecido y borracho de tanta generosidad hacia mí, que no merezco. “¡Cuánta experiencia de vida (y vivida con intensidad y plenitud) se percibe en el desarrollo de tus trabajos!” En cambio, pienso mucho, y todavía releo con una confesada inquietud, esta frase:

“¡Qué gran observador eres y qué bien penetras en la captación de subjetividades, cotidianidades, personalidades de los sujetos que cobran vida desde ti!”

A seguidas, como si se tratara de una lectura narcótica, leo:

“Del libro Historias de cada día me impactó mucho "Elogio de la espera", y me pareció rotundamente hermoso "Elogio del tiempo" (está, para mí, fabuloso)”.

“La estrategia que usas también de integrar hechos y situaciones reales a las historias que construyes crean una ambientación, desde tu perspectiva de autor sin inhibiciones, sumamente interesante. Muchas felicidades y gracias por un obsequio tan hermoso.

Soy yo, Carmen, a vuelta del tiempo, quien se siente agradecido.

Un día el bardo Manuel del Cabral leyó mi cuento "Bajo el acoso", que ganó hace años el primer premio del concurso de cuentos de Casa de Teatro. La lectura produjo en él un elogio hacia sí mismo que me favoreció. Todavía conservo ese papel con su firma de tortura que era una letra con un curso sísmico a la edad que lo escribió. Entonces decía: "Cuando uno comienza por donde los viejos terminan, es algo más que un hallazgo, es una sorpresa; y con lo inesperado no es con lo que quiero definir a Rafael García Romero, sino con lo que ya el autor de "Bajo el acoso" ha nacido. Pues, estilo, forma y fórmula de esa obra de luz, me obligan, para definirla, a transcribir uno de los momentos de síntesis de Los huéspedes secretos que afirma: "Poema, poema mío, qué anciano estás ya naciendo". Porque crecido de transparencia, Rafael García Romero puede decir lo mismo bajo el acoso paradójico de la inundación privilegiada de su sudor narrativo cuya cosecha es la raíz del acoso". A todos, en la vida y en la suerte, muchas gracias. Sí, gracias por el encanto de las cartas y por su tiempo en escribirlas.

A la ancha solidaridad y a la felicidad del oficio y sus desvelos, debo estas palabras de Ángela Hernández; escribió: En "Bajo el acoso", cuento que leí de un tirón, revelas tu indudable capacidad para la narrativa. El relato es fluido e intenso. La profusión de imágenes y originales descripciones le confieren notable vigor. La contextura del cuento, la impresión global que queda, es muy buena. Me impresionó sobremanera el final. Eres escritor. Las palabras te surgen fáciles, amigables, con muy escasas tiranteces. Acuden a ti "pegajosas". Te entiendes con ellas, íntimamente. Manejas con destreza los cambios de personajes: de narrador a protagonista, de ejecutor a narrador.

El cuento posee, sobre todo, intensidad. Mas, por tratar un tema de nuestra historia demasiado reciente, su valor probablemente se incremente con el paso de los años, cuando los hechos que lo nutren no formen parte de las vivencias o experiencias directas de la gente.

Integralmente, "Bajo el acoso" "mete" a uno en el desasosiego sin fin, en la inasible esperanza, en el súbito destello de vida que resplandece cuando la muerte que espera al doblar de un promontorio o en el resquicio de una vegetación, está aunada, de manera exacta, al placer de una imposible y cercana victoria.

Marianela Medrano, a través de los mares y el tiempo nos mantenemos firmes, activos, convocados por el compromiso perpetuo y el fervor por la vida. La poeta Medrano que ya tiene tres libros y yo me quedo con “Oficio de vivir”, una tarde se marchó con sus versos a los Estados Unidos.

Un día –gracias a la magia de la Internet–  me respondió un correo, dando acuse de recibo de algunos cuentos breves que le envié.

Escribió desde algún lugar:

“Rafael, gracias por los cuentos. ¡Qué manera de decir mucho en poco! Me los voy a leer de nuevo para saborearlos mejor.

Entre los cuentos breves que le envié para su lectura había uno, sobre Blanca Nieves. Ella, luego de una reflexión, me escribe de nuevo. “Oye, a propósito de Blanca Nieves, ¿alguna vez se te ha ocurrido escribir para niños?” Qué pregunta. A mí me resultó desconcertante. Todos escribimos para niños; porque los niños se hacen adolescentes, llegan a la edad de cada cuento en el momento indicado. Yo me nutro y cada cuento mío está dirigido a los niños que ya dejamos de ser.

En fin, Marianela, a través de frases precisas, cortas, cortas, puso su toque. “Así de primera vista, me parecen los cuentos de alguien regresado de muchos viajes. De seguro que, como dices, tu escritura no tiene una audiencia numerosa, pero estoy segura de que los que te leen te disfrutan y entienden muy bien. Eso es lo importante”.

Un lejano amigo y publicista retirado me devolvió (el 3 de diciembre del 1991) el libro “Tantas veces Pedro” de Alfredo Bryce Echenique y recuerdo ese retorno con mucha alegría, con sincera felicidad. Ese y “El leve Pedro” de Enrique Anderson Imbert son dos libros muy cercanos a mí. Uno y otro los confié a queridos amigos de entonces en un préstamo doble que hice. Afortunadamente recuperé el primero. Una mañana anónima llegó a mis manos con una nota que fue la última de muchas notas y cartas de Él que nunca respondí. Una vez más abro el libro y leo la nota abusada por el tiempo, tostado el papel, amarillo: Mis notas han ido saliendo sin respuestas, no sé, tal vez no me preocupe. Quizás sí. Pienso que, en el fondo, me hace falta la acidez de tus misterios. No se puede ser enemigo de alguien que tapió sus más hirientes zalamerías. Es más, te invito a que oigamos un bolero, no sé "Perdóname", que sé yo. Ahí van tus libros, no fueron los niños aquellos, fueron los de Denis. Un sólido abrazo. René. Ese exquisito y discreto encanto tiene las cartas, que vuelan a los ojos y te recuerdan que hace muchos años tocaron un bolero que no era para ti. Todavía hoy no es para mí.

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