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Rafael García Romero

El castigo divino del padre Jesús María

El castigo divino del padre Jesús María

Por: Rafael García Romero

El relato «La muerte del padre Jesús María», que figura en el reciente libro de Avelino Stanley titulado «El fabricador de presidentes», está escrito para un público que por el tema que trata nunca tendrá una aceptación unánime. Y, justamente, en esa marca de excepción temática, que de seguro le deparará el destino, radica la inocultable razón de ser de esta historia.

En el título el autor anuncia la muerte del padre Jesús María; y al mismo tiempo lanza un reto a los lectores. Un recurso que de igual forma utilizó Gabriel García Márquez en su novela «Crónica de una muerte anunciada» y que, contrario a lo que se podía pensar, el anuncio de una  muerte, en el título de la obra causó desasosiego, curiosidad e incentivó el interés del lector. 

El escenario, en ese orden, constituyó un apoyo vital a la hora del autor plantearse la escritura de este singular relato. Y resulta tan vital que necesito remontarme al oficio de Juan Bosch y recordar cómo él se apoyó en el uso del escenario desde su primer libro «Camino real», publicado en 1933. En el cuento «La mujer», por ejemplo, el escenario es fundamental en el desarrollo de la trama. Tanto incide el escenario que se incrusta, forma parte de la carne narrativa del cuento, llega a tener tanto valor este recurso que sin Juan Bosch proponérselo lo hace formar parte de una segunda historia en todo el cuento, independiente, firme y sólida. 

El escenario se convierte en la columna firme, en el punto de apoyo con el que empieza el cuento de Bosch; y dice: «La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco. Tornose luego transparente el acero blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carretera». Y el escenario, como un péndulo que describe un trayecto, termina la historia: «Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató. Allá, al final de la planicie, la colina de arenas que amontonaron los vientos. Y cactos embutidos en el acero».

En este relato «La muerte del padre Jesús María», de Avelino Stanley, lo que cuenta y vale desde la primera línea es la idea de un escenario, la preparación, línea por línea de ese escenario y finalmente, el trasmallo de palabras que usa el autor en su tejido narrativo para que el lector visualice de qué se trata ese escenario.

No se trata de hacer geografía narrativa. El escenario constituye esa área de la superficie terrestre escogida intencionalmente para que se convierta en el espacio de interacción de los diferentes personajes presentes en la historia y que tiene el valor de producir una referencia visual para el lector.

Todo escenario está compuesto por elementos que se articulan entre sí y que aparecen en la historia, un cuento, un relato, porque inciden en  la acción humana o el comportamiento psicológico de los personajes.

De ahí que el escenario sea concebido como un espacio organizado a conveniencia del escritor, constituye el marco estético de la actividad humana, forma parte de los nexos reales que necesita el escritor para anclar los personajes en la historia.

¿Qué tipo de escenario utiliza Avelino Stanley? Aquí está. En la página 23 del libro; y dice:

«La ciudad nos recibió cargada de esa tensión a Ángel y a mí; llegamos acompañados de nuestras esposas. Un neumático del vehículo en que veníamos se reventó justo cuando entrabamos al poblado. Mientras lo sustituíamos nos fuimos percatando del ambiente. Los automóviles no cesaban de entrar. La mayoría se veía como gente foránea cuyo propósito central era fingir. Venían con la única intención de simular una multitud inexistente para aparentar que el candidato tenía muchos simpatizantes. Traían de forma visible las banderas del partido que se agitaban según la velocidad del vehículo que las llevaba. Casi todos esos automóviles portaban afiches donde se veía la foto de aquel hombre de sonrisa forzada con más empecinamiento que capacidad y simpatía parta ser presidente».

En fin, se trata, sencillamente, de una caravana política, un tráfico de vehículos con propaganda, bocinas y corifeos que promueven una candidatura presidencial; y  la barahúnda que se monta en el recorrido, los integrantes de la caravana que agitan sus banderas con alboroto por las calles de un pueblo. En algunos puntos recibe el rechazo y la mofa de grupos de desafectos que gritan contra la caravana y la militancia que arrastra. Entre ellos, una jauría silenciosa, hombres de la seguridad del candidato, armados hasta los dientes. Dispuestos a todo.

Una vez montado el escenario el autor pasa a la historia que cuenta y que tiene como objetivo que sucedan dos muertes, dos homicidios. Dos muertes lamentables, dolorosas, de profunda conmoción, vistas de manera abierta, pero una de ellas, debido a la narrativa del personaje central, se convierte en una muerte justiciera, merecida; y hasta secreta e íntimamente celebrada por un personaje que, durante el desarrollo, se revela dañado psíquica y emocionalmente en su niñez.

Las dos muertes están entrelazadas e indisolublemente vinculadas. Tiene que ocurrir la primera para que en el relato se pueda creer y aceptar de manera natural y sin remilgos, la segunda.

En ese tirijala hay un intento de oprobio físico, que no llega a consumarse, pero el daño emocional queda, lacera, permanece durante años como una marca indeleble, como un secreto de vergüenza, un secreto inconfeso y amargo, atrapado en la cabeza de un niño que se revela adulto en toda la historia y que no olvida.

La frase «violador de menores», gritada con fuerza y sin temor, más bien escupida a la cara del cobarde, se convierte en la línea de Pizarro; y todo cesa. El niño recurre a una actitud defensiva, de rechazo violento y agresivo. Así logra salvar su dignidad.

En todo el relato hay varios personajes involucrados: un profesor, dos sacerdotes, una madre enferma, con tres años en cama, el niño de la condición de abuso, un presidente de 12 años en el gobierno, tres esposas, un Artesano, una profesora, un conserje, varios estudiantes, un vendedor de frutas, un anciano con una frase de parlamento: «La desgracia está acechando con una mirada grimosa»; pero solo dos personajes: Ángel y el padre Jesús María tienen nombre.  ¿Por qué? Así lo quiso el autor, sencillamente.

El lector tiene que imaginarse que el niño es huérfano. No tiene padre; o hubo un hombre que dejó en el más espantoso abandono a la mujer y su hijo. Eso no se dice por ninguna parte en el relato. Y tenemos que asumirlo como un dato irrelevante.

En cambio, sí resulta relevante el trabajo de seguimiento que hace el autor con el niño que desde su condición de adulto va contando la historia. Insisto. Se trata de un niño que crece y se hace adulto; y ya adulto se encuentra, por accidente, con la persona que lo dañó y le pregunta:

            –¿Usted no me recuerda, padre?

La pregunta viene a cuento por el tiempo transcurrido. Por la necesidad de refrescarle la memoria al religioso, que ya es un anciano con Parkinson. Y, naturalmente, esquivo, el sacerdote lo niega.

Ajustar las coincidencias también es un recurso del método narrativo para que «La muerte del padre Jesús María» llegue a buen puerto.

 Hay dos disparos de arma de fuego que salen desde la caravana política; y que, justamente, tienen dos destinatarios específicos. Son parte de una balacera para amedrentar a los provocadores, contrarios al candidato presidencial que encabeza la caravana. Esos dos disparos se convierten en el detonante que traza el final y desenlace sorpresivo del relato. Una primera bala tiene un valor homicida, cruel, injusto y doloroso; y el segundo tiro mortal, se convierte en justiciero. Sí, justiciero porque saca de este mundo a una escoria humana, a un gusano que durante muchos años, bajo el amparo de una Biblia, un rosario y una sotana, abusó de niños indefensos a los que acogía como alumnos amparados por una beca en un colegio que funcionaba bajo su responsabilidad.

Y, finalmente, hay que imaginarse cómo nace un nido de reconstructiva paz en un adulto con un corazón de niño mancillado y que luego de ese castigo divino podrá olvidar, definitivamente. Olvidar, olvidar el desagradable oprobio que cargó y calló dolorosamente durante tantos años.

Los tutoriales, ja, ja, ja

Los tutoriales, ja, ja, ja

Por: Rafael García Romero 

Todavía hay muchíiiiiiiisima gente que no sabe lo que es un tutorial. Aquí, desafortunadamente, no se explicará lo que es ésta cosa; y tampoco para qué sirve.

En las redes y plataformas virtuales específicas hay un derroche de tutoriales que me matan de risa. Y, ¿qué ocurre? ¿Por qué exploto de risa? ¿Qué tienen de graciosos? Algunos son muy tontos y miserables, ¿sí? No importa. El punto es que todos están hechos para poner a prueba tu paciencia. A ver si logras llegar hasta el final. El esfuerzo tiene un camino de doble vía. En primer lugar la producción se fundamenta en el estímulo de la curiosidad y el deseo, basándose en las características del propio tutorial; y, tomando en cuenta cierto grado de originalidad.

En segundo lugar que haya conexión. Público. Y el público eres tú. Ah, claro, tan pronto caes en la red te dejas llevar, minuto a minuto, con la idea de que hallarás la ayuda que promete, la información que vende en el título como muy útil y necesaria para descubrir y cultivar un talento propio o desarrollar una habilidad sin límites.

Una vez seleccionado el tutorial empieza todo. A su ritmo va fluyendo de manera correcta, pero en un punto capital del video se corta el fluido y la voz maestra te envuelve con el tema que toques la campanita y de inmediato te conmina, mediante una  solicitud rebosante de respeto y educación, con el propósito de que te hagas socio o miembro permanente de «mi canal».

Y, ¿qué ocurre? La voz maestra te cautiva, más o menos, con esta frase: «Un honor conectar con ustedes. Quiero invitarles a que se suscriban en este momento para poder seguir creciendo. Activa, por favor, la campanita que está debajo de los enlaces».

El internauta, tú, en todo caso, que por primera vez abres un tutorial, te expones a la tentación cuando escuchas: «Amigos, recuerden suscribirse activando la campana de las notificaciones para que se mantengan siempre bien informados». Ahí quedas tú, atrapado como salmón rojo, bicho indefenso. Sí, ¿quién en su sano juicio –transeúnte en el entramado del tiempo, pasajero inmóvil, atrapado en una celda sin barrotes de la aldea global–, no quiere mantenerse bien informado?

Hay otras formas de seducción, de conectar contigo, parte de la comunidad todavía realenga; y, con la promesa de cuidarte, terminan abriéndote las puertas de par en par, como esta trampa de ratón, por ejemplo: «Yo les voy a pedir que se suscriban a mi canal; y que de esa forma ampliemos esta comunidad reflexiva, tocando la campanita».

A mí, de manera particular, me cautivó este: «No te vayas sin dejar tu «Me gusta», o sin suscribirte a mi canal; si te gustó este video, compártelo con otros que anden en búsqueda». ¡Ay, qué belleza!

La confianza en sí mismos de los youtubers con más seguidores –y su estrategia seductora, como tiro de flecha para ganar nuevos adeptos– no tiene desperdicio. Y ésta, breve y sin derroche, cautiva. Te roba el corazón: «Muchas gracias por acompañarme hasta el final. En la pantalla te voy a dejar un botón para que te suscribas a mi canal».

Y ésta, ¿qué tal? Sin duda tiene un buen gancho, a modo de garabato de carnicería; y luce muy abarcadora, ja, ja, ja, como una atarraya de pescador diestro: «Yo les pido que nos ayuden a ampliar esta comunidad de reflexiones  más allá de lo obvio; así que dele a la campanita y comparta estos contenidos con la persona de su predilección».

Son de antología los tutoriales –o tutos. A veces se abrevia de esta forma–, que te ofrecen en menos de cinco minutos la información necesaria para amasar una fortuna como la de Rockefeller, Jeff Bezos, Elon Musk, Mark Zuckerberg o Bill Gates. ¡Abracadabra! ¡Adiós a la pobreza, definitivamente y para siempre!

Hay dueños de canales que son muy excéntricos. Muy incisivos, que sujetos a un llamado «toque personal» se montan en el tren de “marcar tendencia”; y el bombardeo de entregas se hace constante. Y hasta te agobian, porque tratan temas de toda índole. Hay tutoriales que parecen vivir en las redes sociales; sí, tienen carta de residencia permanente. En una línea está la cantidad de visitas –incautos atrapados en un número anónimo, impersonal– y el tiempo de vigencia que tiene colgado. Muestro cuatro ejemplos con menos de una década: «2.5 M. de visitas; hace 7 años», «147,164 visitas; hace 6 años», «107,523 visitas; hace 5 años», «33 M de visitas; hace 3 años». Sencillamente maravilloso. Una inmensa e impresionante fuente de visitas; y de manera silenciosa y efectiva el momento de la monetización llega y reciben, a través de una cuenta de transferencia, pagos fastuosos por el eficaz manejo de «mi canal», luego de contar con más de 100 mil ingenuos suscriptores.

El tutorial, al compás de las letras de la canción «El amor», que, décadas atrás arropó corazones en la voz de Yolandita Monge, llega un momento que: Te hipnotiza, te hace soñar; y sueñas y cedes y te dejas llevar; y te mueve por dentro y te hace ser más… Y te hace viajar en el filo del tiempo; remontando los siglos de mil universos; y te lleva a la gloria y te entrega a la tierra… Un peso en el alma, un sol que se vela, un  porqué, un segundo, un ya sé, una queja. Desbarata tus grandes ideas, te destroza, te rompe, te parte, te quiebra; y te hace ser ese que tú no quisieras... Te hace burla, se ríe de ti…  mientras sigues quieto, sin saber qué decir.

En mi caso personal, estos son los tutoriales que, por razones muy evidentes, les tiro un ojo, pero nunca les dediqué un segundo de mi tiempo: «Diez hábitos sociales de higiene», «Las cinco reglas de oro de una persona realmente honesta», «El fabuloso arte de seducir mientras duermes», «No inviertas tu dinero sin ver este video», «Conozca el teléfono móvil más poderoso», «Los ocho automóviles más duraderos», «Cinco bebidas divinas hechas con whisky», «El arte de sonreír y ser infeliz»,  «Los mejores autos con cajas manuales», «Diez inversiones inútiles que te harán millonario». ¿Suficientes? Hay más: «Catorce maneras de reducir la grasa abdominal sin salir de la cama», «Abono virtual para un espíritu vigoroso», «Conquístala con una mirada silenciosa», «Las campañas publicitarias más horribles» y «Plantas que debes tener en la casa. Son un tesoro». Sí, sí, lo sé. No son los tutoriales más llamativos que hay en la web. Pero no todos tenemos los mismos gustos y bla, bla, bla… En fin, yo sé que hay muchos tutoriales como estos, que se ofrecen a diario a los internautas aficionados.

En un segundo bloque, y con cautela, tomé distancia de algunos tutoriales tentadores. Entre los que leí solo los titulares y descarté están: «Once cosas que las vacas de ordeño nunca toleran», «¿Por qué el whisky es más saludable que un vaso de agua?», «Cinco cosas que los pingüinos nunca dicen», «Ahorrar es horrible», «Haga lo contrario de esto y será feliz», «Compró una casa en ruinas y lo que halló dentro cambió su vida», «Nunca hagas esto en la mañana», «Beneficios de no caminar 30 minutos al día», «Diecinueve gastos innecesarios que te harán rico», «Aléjate fácilmente de ella» y «Seis errores que te llevan a la felicidad».

Y todo eso lo hice sin caer en un aburrimiento crónico.

Las cosas útiles y las inútiles tienen en común que se alimentan de tiempo. Son cronófagas. Aunque solo en parte. No hay un balance real sobre cuál de las dos se lleva a dentelladas la mayor parte de tu vida. A sabiendas de que para una y otra, si ocurriera o no en la misma medida, el tiempo es la única moneda que se pierde en el desfalco.

En cuanto a las noches soleadas o blancas en el norte de Europa.

En cuanto a los ríos artificiales que corren por debajo del desierto, en Egipto.

En cuanto al diamante más caro de la historia, que despierta insomnios y delirios, valorado en 71,2 millones de dólares.

En cuanto a la noticia del momento, increíble, pero incontrovertible, publicada con un titular desplegado a seis columnas.

En cuanto a que si los hombres son de Marte y las mujeres de Venus.

En cuanto a quién se comió mi queso o cómo se ganan amigos. O si el monje, en realidad, vendió su Ferrari.

En cuanto a ese alfeñique de 44 kilos que se convirtió en el hombre más fuerte del mundo. En cuanto a sembrar la cabeza en la tierra, como un avestruz existencialista.

En cuanto a los mejores directores y las películas inolvidables de la última década.

En cuanto a las canciones y las nuevas voces de los baladistas que trae la radio.

En cuanto a que si el hombre habitará, a mediados del presente siglo, una colonia galáctica y de experimento en el planeta Marte.

En cuanto a la vida asegurada y pletórica, al lado de Dios, después de la muerte física.

En cuanto a los precios astronómicos que ahora tienen los cuadros de Leonardo Da Vinci, Peter Paul Rubens, Pierre-Auguste Renoir, Vincent van Gogh, Gustav Klimt, Pablo Picasso, Edvard Munch, Willem De Kooning, Jackson Pollock y Paul Cezanne.

En cuanto al fascinante y moderno automóvil de alta gama del reguetonero de moda.

En cuanto a la artista exquisita, de fama mundial, que se divorció de su esposo, porque luego de seis años juntos descubre que el diamante engarzado en el anillo de bodas era falso.

En cuanto a la mejor canción de jazz de Shirley Horn, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong,  Duke Ellington,  Billie Holiday, Nina Simone, Johnny Hartman, Sarah Vaughan, Miles Davis y Dizzy Gillespie.

En cuanto al más codiciado plato fuerte de la exótica cocina francesa.

En cuanto a volver al pasado y enrolarse en una ruta turística que incluya un plan de visita a las siete maravillas del mundo antiguo.

En cuanto al mejor principio o el poderoso final de un puñado de novelas, como: «Cien años de soledad», «Rayuela», «La familia de Pascual Duarte», «El oro y la paz», «El Jarama», «Soldados de Salamina», «Los miserables», «Crimen y castigo», «Alicia en el país de las maravillas», «Rojo y Negro», «El corazón de las tinieblas», «La letra escarlata», «Almas muertas», «Los hermanos Karamazov», «Marianela y «La Regenta».

En cuanto a la fortuna personal e inagotable de los excéntricos 100 multimillonarios del mundo.

En cuanto a la media vida que se pierde en los desquiciantes entaponamientos de las avenidas, durante las horas pico.

Nada de eso me quita el sueño.

¿Saber o no saber? No pierdo mi tiempo con dilemas. Lo cierto es que la tierra gira alrededor del sol; y esa verdad –hoy irrebatible– casi le cuesta la vida a un hombre célebre, durante un estúpido juicio hecho por la Iglesia, en el Renacimiento.

La abundancia de cosas sustanciales e insustanciales para dilapidar el tiempo no tiene fin, ya lo dijo Carlos Marx en alguna parte de un libro que nunca leí.

En realidad, nada produce más dinero que la industria sin chimenea, montada en el mundo; y cuyo único propósito es incentivar la pérdida o expoliación indolora del tiempo.

Hay ofertas atractivas y novedosas para ti, paquetes familiares con descuentos; y hasta para la multitud anónima y desesperanzada, guarecida en la casa. Van por tu tiempo; y te destrozan parte de tu vida, sin darte cuenta. ¡Vamos! ¡Toca la campanita!

Precaución. Todas estas sandeces que se venden como tutoriales tienen el mismo propósito. Sí, ¿qué hay detrás de todo esto? El objetivo fundamental del conjunto es  solo uno: esquilmarte el tiempo, que tú derroches el oro de tu vida.

En la medida que el tiempo resulta de uso esencialmente humano, su derroche será inevitable; y cuando eso sucede, cuando el tiempo se va por una cañería, ninguna fortuna, por más grande que sea, lo restituye o compensa. Sí, ¡vamos! ¡Anímate! ¡Toca la maldita campana!

Y de mí, ¿qué? Yo soy un rebelde contra el derroche; y de manera específica, alérgico a perder el tiempo leyendo, por ejemplo, las idílicas historias de amor, matrimonios y fastos de celebridades amadas por las redes sociales; o del universo cinematográfico, como el flamante George Cloony; sí, él, que desbordó  a nivel global páginas principales de periódicos y revistas cuando se casó con una ex consejera de la Organización de las Naciones Unidas, llamada Amal Ramzi Alam Uddin; y cuyo nombre, al revés es mala, alma o lama, según el desorden de las letras. Pero bueno, lo más interesante viene ahora: ella estudió derecho y se especializó de manera cuádruple en Derecho Internacional, Derecho Penal, Derechos Humanos y Extradición. ¿Quién se lo imaginaría? Sí, una aquilatada carrera que con el paso del tiempo le sirvió para tener a Julian Assange en su cartera de clientes distinguidos, fundador de WikiLeaks, a quien defendió en sus avatares y penas en el Reino Unido, contra la extradición y el odio.

Y contrario a las aguas bravas que arrastra un río, me doy cuenta que el viaje a través del tiempo y su consumo inequívoco es abstracto, manso, silencioso e incoloro.

El derroche de tiempo, sin darme cuenta, estaba arruinando mi vida.

La vida de Trini López, intérprete de

La vida de Trini López, intérprete de

La vida de Trini López, intérprete de “La Bamba”, se apagó con el coronavirus

Por: Rafael García Romero

Para bailar la bamba / Para bailar la bamba / Se necesita una poca de gracia / Una poca de gracia y otra cosita./ Ay arriba y arriba, ay arriba y arriba./ Yo no soy marinero. Soy capitán. / Soy capitán. Soy capitán.

Cuando Trini López estrenó su célebre y mundialmente famosa canción «If I Had a Hammer», grabada en 1962, yo tenía 5 años; y varios años después recorrería el mundo con una versión de «La Bamba», tema que ya cantaba desde 1958 Ritchie Valens, seudónimo de Richard Steven Valenzuela Reyes, sin duda un pionero del rock and roll en español. No era una edad, la mía, para andar escuchando entonces música funk, soul, jazz, latin, pop o rock and roll.

Trini López nació el 15 de mayo de 1937 en el seno de una familia de inmigrantes. Su padre, Trinidad López era cantante, bailarín y músico ranchero de México, pero se ganaba la vida como obrero. En 1929 se casó con Petra González en su ciudad natal, Moroleón, uno de los 46 municipios del estado de Guanajuato, en México. El matrimonio tuvo seis hijos cuatro niñas y dos varones.

Trini recuerda que en el hogar, durante esos años duros, apenas había suficiente comida para toda la familia. Entre padres e hijos eran ocho miembros.

El padre y la madre, Petra González, eran dos campesinos. De ellos recuerda que trabajaron y lucharon juntos en México para sobrevivir. En una parcela comunitaria «ellos araban la tierra juntos. Mi madre, además, lavaba la ropa en el lugar por paga, para que la familia tuviera ingresos adicionales». Y, de inmediato, reflexiona: «No se puede imaginar lo difícil que fueron esos años del matrimonio cuando ellos vivían en México». A corta edad, debido a esa situación, tuvo que abandonar sus estudios para colaborar al sustento de su familia.

Muy triste esa vida. Vivía cada día atrapado en la pobreza y la desesperanza del hogar, sin saber que le esperaba otra vida. No había un destino cierto. No había indicios. No había una luz en el camino; y la única manera que halló para aportar al sostén de la familia fue usando la guitarra que su padre le había comprado y que le enseñó a tocar. Doce dólares costó, de medio uso, en una tienda de empeños.

En la salita de la casa, él como aprendiz y su padre enseñándole, se sentaban a sacar notas de la guitarra hasta que, finalmente y gracias a la constancia, alcanzó el dominio del instrumento, soltando y poniendo los dedos en las cuerdas con absoluta destreza. Aprendió pronto a tocar y tenía buena voz para el canto. Tocaba en fiestas particulares y  cantaba en recitales escolares. Así empezó su carrera, debido a una necesidad básica: buscando plata para rendir el presupuesto doméstico de la casa.

La familia López González salió de Moroleón y llegó a Estados Unidos en 1936 detrás del sueño americano, pero eran tan humildes que los varones de esa estirpe solo heredaban el nombre. El patriarca se llamaba Trinidad. Y así, atrapado por la vida rural mexicana, traspasó el nombre al hijo. El nieto, de esa forma, terminó llamándose igual que el patriarca y su padre: Trinidad López. A los tres: padre, hijo y nieto les llamaban Trini, en la familia. Y de igual forma el apócope de Trinidad era de uso común entre compadres y amigos.

El nombre para un joven que ya vivía en un suburbio de Dallas, Texas, hijo de dos inmigrantes mexicanos, no sería ningún obstáculo. De manera que su nombre completo era Trinidad López González. El problema de su denominación originaria vendría con su entrada al mundo del espectáculo, muchos años después. Ya que Trini López no era un nombre apropiado para un artista latino inclinado a interpretar canciones en inglés.

El apego a sus raíces lo hizo pasar por momentos muy engorrosos. El propio Trini López cuenta que comenzó su carrera musical actuando en un circuito de clubes de la costa oeste de los Estados Unidos, donde, de manera paulatina, adquirió fama.

Una noche, al final de su presentación, se le acercó un agente del espectáculo con el fin de contratarlo e impulsar su carrera de cantante. Eso incluía la grabación de su primer disco. Había una condición: tendría que cambiar su nombre por uno más artístico, digno de un público estadounidense. Trini López no aceptó. El hijo de un inmigrante no se puede dar el lujo de perder el único lazo verdadero que tiene con sus orígenes. Y él se aferró con todas sus fuerzas a su nombre y apellidos: Trini López González. Aunque el segundo apellido, de su madre Petra, lo anuló solo para los fines artísticos.

Dos noches después el agente volvió al club y le ofreció un contrato.

A mediados de junio de 1963 hizo su debut en Nueva York con su propia orquesta de compuesta por once músicos. Entre ellos estaba su hermano Jesse López González; y luego hizo tienda aparte y se ganó la vida como animador.

El apoyo de Frank Sinatra

Trini López para esos años, aunque tenía un poquito de gracia, todavía no bailaba «La Bamba». Aun le faltaba «otra cosita». Y esa otra cosita le llegó una noche cualquiera, y que Frank Sinatra la convirtió en una fecha memorable para el curso inequívoco de esta historia.

El encuentro entre los dos ocurrió, sencillamente, de esta forma: el joven e impetuoso artista ya se había establecido en el sur de California y consiguió un puesto regular en el club P.J. en West Hollywood. Sinatra lo vio cantando y se le acercó. Hablaron y de esa primera conversación salió un primer contrato con su nuevo sello discográfico. A través de ese sello López tuvo su primer éxito con «If I Had a Hammer». La canción se escuchaba de manera permanente en las más importantes emisoras de la época y encabezó las listas de popularidad en más de 50 países.

La amistad con Frank Sinatra le garantizó a Trini López un espacio en los casinos de Las Vegas y ganó fama en los programas de variedades de la televisión.

En 1962 ya Sinatra tenía un sitio muy sólido en el mundo del espectáculo. Basta con citar un acontecimiento sin precedentes. En marzo de ese mismo año grabó un  programa de televisión donde él  y Elvis Presley aparecieron juntos. Sinatra pagó 100 mil dólares a Elvis por una canción cantada a dúo y dos o tres canciones solo, en ocho minutos de actuación.

Frank Sinatra tenía 47 años cuando conoció a Trini López. La Voz, como se le conocía, ya había remontado vuelo en los grandes escenarios, con una carrera artística que tenía más de dos décadas. En ese periodo cuenta su éxito radiofónico con el programa «El show de Frank Sinatra» que llegaba a los radioescuchas de manera simultánea por distintas emisoras. El programa se mantuvo en el aire durante catorce años; y Trini López, que empezaba su ascenso, había cumplido 26 años.

La Voz recibió multitud de premios y homenajes, entre los que se cuentan diez premios Grammy, otorgados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas; y la Medalla de la Libertad por parte del gobierno estadounidense.

En cuanto a Trini López, ya en 1963 había recibido una nominación al Grammy como «Artista revelación del año». Ese mismo año hizo de contraparte en un espectáculo donde se presentaron los Beatles, en el Teatro Olympia de París.

Hollywood le abrió las puertas y probó su fortuna como actor de cine sin alcanzar el éxito. Su primer papel en un filme fue en «Marriage on the rocks», en 1965, donde apareció junto a Frank Sinatra y Dean Martin. Participó en la película «Los doce del patíbulo», con el papel del presidiario Pedro Jiménez. Su director, Robert Aldrich, con un reparto estelar, hizo la producción en Inglaterra en 1966; y luego, en 1973, actuó en «Antonio». Además, interpretó las canciones «Lemontree» y «La Bamba» en la película «Poppies are also flowers», de 1966, en la que trabajó con actores de gran fama como Omar Sharif, Rita Hayworth, Marcello Mastroianni y Grace Kelly.

El artista vivió gran parte de su vida de Hollywood entre relaciones amorosas espaciadas que no llegaban a consumarse en matrimonios. Nunca tuvo hijos. «Siempre fui un solitario». Independientemente de esa confesión tuvo grandes compañías pasajeras o amores de trayecto breve. Entre ellas conoció y mantuvo un romance con la actriz Sandra Giles en 1963, conocida como «Bomba rubia», hasta que comenzó una relación con la actriz, bailarina y cantante estadounidense Joey Heatherton, tres años después. Un año más tarde, en 1967, se le vio de manera pública en compañía de Susan Denberg, modelo y actriz germano-austríaca, cuyo verdadero nombre era Dietlinde Zechner. Durante varias décadas un manto de silencio cubre la vida amorosa de Trini López. En cambio, ayudó, protegió y se mantuvo cerca de sus sobrinos, hijos de sus cinco hermanos.

El álbum debut de Trini se hizo con todas las canciones grabadas en vivo. Don Costa, que lo dirigió, también escogió el título: «Trini López live at PJ’s». Entonces para la grabación del álbum, dentro del club se ubicaron de manera estratégica los micrófonos de ambiente con el propósito de recoger la algazara y la ovación de la multitud. El álbum, a través del tiempo, quedó como testigo melódico de la época, con la esencia y la experiencia en vivo de esa primera salva de aplausos que cautivó Trini López.

Ese primer álbum: «Trini López live at PJ’s» en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en un sólido éxito de repercusión internacional. Había formado con el club un contrato de cinco años, pero montado en la ola del éxito se presentó allí durante ocho años.

En muy  pocas ocasiones interpretó «If I Had a Hammer» o «La Bamba», sin el acompañamiento de su guitarra. Y en muchas presentaciones en el estrado de los músicos empezaron a tocar con él un grupo mayor de lo habitual.

Durante toda su carrera hizo 62 álbumes (y claro, la mayoría en Inglés). Si entramos en detalle podemos citar: «Trini Live at Pj’s», «More Live at Pj’s», «Trini Now», «The Whole Enchilada», «Trini at Basin Street», «Trini Greatest Hits», «Trini in London»,  y «Welcome to Trini Country». En español cantó «La Bamba, «Cuando calienta el sol», «Guantanamera», «Yo el solitario», y «Nunca en domingo».

De acuerdo a las crónicas de la época, se presentó en un estadio de Berlín ante un público variado de 23 mil personas. En Buenos Aires se repitió el fenómeno el 15 de marzo de 1965, pero con una asistencia cerca de 60 mil personas. Todos pagaron el precio de la boleta para verlo cantar «If I Had A Hammer» y «La Bamba». Esa canción la interpretó siempre con el espíritu elevado, alegre; y ponía en lo alto sus orígenes, en comunión con su amado país, México.Una escena que se repitió en Holanda, España, Italia, Inglaterra, Canadá y hasta en Australia, Nueva Zelanda y, oh Dios mío... también en Beirut.

Sin duda «La Bamba» se convirtió en su canción insignia. Y las tantas veces que la  interpretó siempre lo hacía con el espíritu elevado, alegre. Ante el público, cuando la ocasión lo ameritaba, hacía un pequeño discurso y ponía en alto su origen latino, en comunión con sus padres y México, el amado país que siempre llevaba en el corazón.

Una de sus últimas apariciones en vivo fue en 2013 en Maastricht, la capital de la provincia de Limburgo. Entonces participó como invitado en la grabación del DVD “André Rieu & Friends” e interpretó «If I Had a Hammer», con el acompañamiento de 50 músicos y un coro de 10 vocalistas. Con esa canción y su guitarra Trini López le dio la vuelta al mundo 54 veces.

Algunas distinciones

En 2003 fue incorporado en el Salón Internacional de la Fama de la Música Latina; figura en el Paseo de Las Estrellas, en Las Vegas. Y también tiene una estrella tanto en el Paseo de la Fama de Palm Springs como en Hollywood.

Trini López murió el domingo 11 de agosto de 2020, a la edad de 83 años, a causa de complicaciones de la Covid-19, en el Centro Médico Regional Desert en Palm Springs, California. Uno de sus últimos proyectos fue la canción “If by now”, concebida para recaudar fondos para los bancos de alimentos que entregan comida gratuita a las personas afectadas por la pandemia.

Al final de su vida Trini López solo era un anciano alegre que cantaba «If I Had a Hammer» con una voz todavía enérgica, pero distinta a la que tuvo en su juventud de 1964, cuando interpretó esa canción por primera vez.

Y yo, con las vueltas que ha dado el mundo, ya no soy ese niño de 5 años. Ahora, en esta etapa de mi vida, y agobiado por tantas horas de encierro fruto de las restricciones impuestas por la pandemia, escucho de manera muy frecuente música funk, soul, jazz, latin, pop o rock and roll. La música, sin duda, es un estimulante y eficaz alimento para revitalizar el alma.

Zola: el fotógrafo interior

Zola: el fotógrafo interior

Por Rafael García Romero

Émile Zola. El escritor, padre del naturalismo, era dos veces fotógrafo. Con dos amores e hijos en una de las dos casas patriarcales que tuvo. Distantes, una de la otra, en París. Fotógrafo, primero, a través de la palabra y la publicación profusa de importantes novelas; y segundo, con el uso, casi tan obsesivo como la escritura, de una cámara Box 7 de 1890, y que siempre llevaba consigo.

No hay fotógrafo sin el uso constante de una cámara fotográfica. Así que Zola se equipó adecuadamente con su Box 7, considerada la cámara más revolucionaria para su tiempo. En este modelo las carcasas estaban hechas de cartón forrado de cuero negro y el objetivo es de foco fijo.

No fue la única.

El escritor, con el paso del tiempo y en la medida que aumentaba su pasión, compró una docena de cámaras de distintos modelos; y hasta llegó a montar tres laboratorios –en Medan, París y Villennes–. Allí preparaba artesanalmente las placas, en el cuarto oscuro de los laboratorios; y él mismo revelaba las fotos. Hizo más de 7 mil fotografías, pero solo se conservaron menos de la mitad. ¿Los dos amores? dividía su tiempo entre su casa en Médan, al noroeste de París, donde residía con su esposa, Alexandrine Meley, algo mayor que él, sin el privilegio de tener descendencia; y su segunda residencia en Verneuil-sur-Seine, solo unos cinco kilómetros al norte, donde vivía su amante, una vendedora de lencería llamada Jeanne Rozerot, a la que conoció en su propia casa, ya que la joven y esbelta costurera de 21 años, acompañaba a su esposa Alexandrine en esas sofisticadas labores vespertinas de costura y dedal. Ella, con el tiempo, fue la madre de sus dos hijos: Jacques y Denise. (Alexandrine se enteró de su relación a través de una carta anónima. Nunca quiso concederle el divorcio, aunque años después tuvo un gesto de gran humanidad. Ocurrió que tras la muerte de Jeanne, adoptó a Denise y Jacques. El escritor ya había muerto, de esta forma los hijos se convirtieron en herederos legales de Zola). ¿Y por qué lo sé? Soy un viajero. Entro a voluntad en olas del tiempo que me llevan a épocas específicas de la humanidad. Eso me permite enterarme de detalles que no figuran en la historia. Así yo sé por qué los hijos de Zola no aparecen en su literatura. O las razones que tuvo para mantenerlos lejos de los ojos de su entorno. Tanto la madre como los dos hijos estaban dentro de una burbuja y formaban parte de su intimidad blindada. Ese, hasta un día, fue el secreto mejor guardado de su vida. En cambio, era muy dado a hacer fotos de ellos muy constantemente. Dejó innumerables testimonios gráficos.

Su afición a la fotografía fue fruto de una cordial conspiración. Su editor, Georges Charpentier, quien también era fotógrafo, encabezó para el propósito una coalición de amigos en la que entró el pintor Fernand Desmoulin y el entonces alcalde de la ciudad de Royen, Victor Billaud. Ellos  lo llevaron al campo de la fotografía. De manera que algo que empezó como un pasatiempo se convirtió rápidamente en una práctica seductora y apasionante. En esa actividad se enroló a los 48 años, pero se entregó a ella plenamente cuando ya era un hombre de  más de medio siglo, a los 54 años. Dedicó tanto tiempo que terminó dominando a la perfección la técnica de tomar fotos y el manejo con sobrada pericia del laboratorio. Allí pasaba varias horas, a veces con un ayudante, en los afanes del revelado.

Con el pintor Paul Cézanne compartió las vicisitudes y los avatares nocturnos de una vida bohemia en el París de los impresionistas. Allí, entre tertulias y  copas, conoció a  los pintores Monet, Renoir y Pissarro. No es una coincidencia que algunas fotografías suyas, como la de Jeanne con su sombrilla en la carretera de Verneuil, nos recuerdan uno que otro cuadro de Claude Monet.   

El escritor siempre mantuvo distante al fotógrafo. Dos seres inconexos, en apariencia, uno del otro, pero que tenían en común el manejo del tiempo, las circunstancias y las situaciones específicas que tejen tanto la mecánica de sus novela como el tema de sus fotografías. Esta situación nunca lo obnubiló. De tal forma que siempre concibió la literatura como su actividad fundamental, y con total independencia de la fotografía. Más allá de su entorno familiar, ¿qué interés tuvo Zola como fotógrafo? Dejó muchas pruebas. Sobre todo muchas imágenes de París de los años 1890 –una capital que se haría universal por la Torre Eiffel, que recién empezaba su construcción– y su exilio por su actitud veleidosa y de orden público en el caso Dreyfus en Londres. (Zola, en enero de 1898, publicó en el diario L´Aurore una carta abierta al presidente de la República, François Félix Faure, el famoso manifiesto “Yo acuso” en defensa del capitán del ejército francés Alfred Dreyfus, de origen judío alsaciano, vinculado cuatro años atrás a un supuesto espionaje en favor de Alemania, que nunca se probó; y por el soldado que fue condenado a cadena perpetua bajo el estigma de un delito fatal y oprobioso para la época: alta traición a la patria). Esa transterración resultó otra ventana digna para ensanchar su horizonte como cronista visual. Su atención se enfocó en paisajes marítimos y escenas de calle. Escenas que ya traía con él, fruto de las andanzas por cafés parisinos, y ámbitos marcados por el instinto de su mirada. En cada encuadre buscaba lo natural. Toda su atención se volcaba en los avatares de la vida simple. En su aparente e inalterable curso. En él no había mayor intención que atrapar la fidelidad de un momento. En su personal preferencia entraron los paisajes, suntuosas mansiones, gente anodina, transeúntes. Trabajó, en una serie citadina, y de manera enfática se concentró en escenas de lo urbano con el mismo encuadre en diferentes estaciones del año; y en otras de mayor recogimiento e intimidad, que incluyen retratos de la familia.

No importa la cantidad o los temas cotidianos y los diversos matices de su intimidad que atrapó (registró a sus amigos, pintores, escritores, poetas; a su familia, construcciones, trenes y animales, mascotas propias y ajenas). Se trata de fotos, testimonios de un oficio, imágenes que le sobreviven y podemos apreciar parte de un talento inimaginable, descubierto cuando ya era un hombre entrado en años, pero que no tendrían ningún valor o atractivo, si las hubiera hecho un ciudadano cualquiera de Francia. El valor agregado lo tienen porque Zola, ya como el escritor y padre del naturalismo, tomó la cámara y le robó un precioso tiempo a la literatura para dedicarlo a la fotografía.

El escritor, a los 62 años, tuvo un destino adverso, independientemente de que estaba en la cúspide de su gloria. Murió inesperadamente, asfixiado por el monóxido de carbono de una estufa con la chimenea obstruida, el 29 de septiembre de 1902, en París. De ese episodio, Alexandrine Meley, que estaba junto a él, salvó milagrosamente la vida. Y luego, ¿qué pasó con la colección de imágenes? ¿Qué sería de ellas de no haber sido tomadas por Zola? Todas esas imágenes habrían quedado cubiertas por un pesado manto de silencio y olvido. Pero no. Con su muerte, también de la viuda, en 1925, la ley de la heredad trazó el camino. Y todo lo del célebre novelista pasó a la custodia de su hijo Jacques; y, por supuesto, el lote de fotografías, se mantuvo en la familia hasta que, con el deceso del hijo, todas las fotos pasaron a manos de su nieto François Emile, quien descubrió el valor agregado que, en términos económicos, la fama y el apellido Zola le daba a la colección. Así que, en la primera oportunidad, vendió ese patrimonio por una suma muy atractiva.

Rafael García Romero define a Salomé Ureña como una revolucionaria de la educación

Rafael García Romero define a Salomé Ureña como una revolucionaria de la educación

El escritor presentó la vigésima edición de la novela “Ruinas” que resume la vida de la poetisa y educadora

SANTO DOMINGO.- El escritor Rafael García Romero definió a la poetisa y educadora Salomé Ureña como una adelantada de su tiempo, ya que concibió una escuela y ejecutó todo un plan revolucionario de estudios a finales del siglo diecinueve, cuando todavía el país no contaba con centros académicos para la mujer.

García Romero habló en el panel “Aportes de Salomé Ureña y el Isfodosu a la formación de maestros en República Dominicana”, en el marco de la XIX Feria Internacional del Libro, donde también presentó la vigésima edición de la novela Ruinas.

En la actividad, realizada en la sala de la Cultura Aida Bonelly del Teatro Nacional, García Romero compartió escenario con la doctora Ruth Nolasco, educadora de una dilatada carrera educativa, hija de los esposos e intelectuales Sócrates (Arístides Sócrates Henríquez Nolasco, hermano paterno de Francisco Henríquez y Carvajal y Federico Henríquez y Carvajal) y Flérida de Nolasco (hija del doctor Manuel Lamarche García y de Clotilde Henríquez y Carvajal), que fue historiadora, musicóloga y folklorista dominicana; y prima de los Hermanos Henríquez Ureña.  En ese orden, Ruth Nolasco tuvo como madrina a Leonor M. Feltz, una de las primeras alumnas de Salomé Ureña, egresada del Instituto de Señoritas, en 1887, junto con Luisa Ozema Pellerano, Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Fuello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou.

En esa época, planteó García Romero, la mujer dominicana no contaba con ningún apoyo del Estado para formarse de manera profesional, al tiempo de destacar que se trató “de una labor educativa compartida, y que no se le puede atribuir de manera personal y exclusiva a Salomé Ureña, ya que la ejecutó bajo la orientación del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos y el intelectual Francisco Henríquez y Carvajal, quienes trabajaron junto a la maestra en la creación de la primera escuela Normal para mujeres”.

Acerca de “Ruinas”

El autor ponderó que constituía un hito que la novela “Ruinas” llegara a la vigésima edición, pero lo justificó debido al personaje en el que se apoya su argumento, que es una maestra, una mujer de la cultura dominicana y, sobre todo, madre de varios escritores e intelectuales, como son Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña.

En ese orden planteó que “Ruinas” es un excelente libro de lectura para todo estudiante de pedagogía, y que sería un pecado imperdonable que una persona se graduara de cualquier carrera vinculada a la educación sin haber leído la novela.

A la actividad asistieron maestros y estudiantes de pedagogía de los centros regionales del Isfodosu. El licenciado Apolinar Méndez, director de Cultura y Extensión, representó a las autoridades del alto centro de formación magisterial.

La eternidad que empieza, de Rafael García Romero

La eternidad que empieza,  de Rafael García Romero

Por Luis R. Santos

En la República Dominicana hemos tenido escritores de cuentos o relatos que marcaron una uta a seguir en el género. Basta con citar a Juan Bosch, Virgilio Díaz Grullón y a Pedro Peix, que fueron autores que con su talento redefinieron el cuento dominicano. Bosch es el maestro del cuento más tradicional, con temática telúrica, mientras que Virgilio Díaz Grullón explora el mundo de lo urbano y lo sicológico, y Pedro Peix es el gran reformador, que rompe las reglas de juego del cuento decimonónico y de primera mitad del siglo veinte.

Rafael García Romero, en su libro La eternidad que empieza, de reciente publicación, logra hacer acopio de esas tres vertientes del cuento dominicano, pero con rasgos muy distintivos. Formalmente, este texto se aleja mucho de lo anecdótico y privilegia lo sicológico. El monólogo interior prevalece por encima de la acción y el diálogo es un elemento totalmente ausente. Las descripciones tampoco tienen preponderancia porque el decorado, los escenarios no son importantes en la trama.

Sobre el tiempo y la memoria

La eternidad que empieza es un conjunto de relatos narrados en su mayoría en primera persona. El narrador omnisciente o en tercera persona apenas aparece en algunos relatos en la tercera parte, ya que el libro está dividido en tres partes, algo poco usual cuando se trata de narrativa corta.

Los temas fundamentales que aborda el autor son el tiempo, los sueños, la nostalgia, y en “La eternidad que empieza, último relato del libro, se acerca a lo fantástico. En “Mi última voluntad” el arte, la poesía, el desvarío de poetas y pintores se conjugan con la extraña personalidad de la protagonista, una mujer que aún en contra de su gusto o determinación  se convierte en una gran coleccionista de arte, y cuya última voluntad, tal vez absurda, pone de manifiesto su rara forma de ver el mundo.  Pero en gran medida el tiempo es el gran protagonista de los relatos. Casi todos los personajes han sido víctima de su accionar.

Cuentos que rompen moldes

Los personajes de este texto son sujetos abatidos por el tiempo y la nostalgia, pero que, de manera denodada, hacen un esfuerzo por salir adelante, a pesar de las circunstancias adversas que enfrentan. Sabemos que el presente no existe, que es más fugaz que ciertas estrellas, por esta razón los individuos de La eternidad que empieza zozobran en ese tiempo que a veces sienten que debieron vivir de forma distinta. Tal es el caso del relato “Cuanto Recuerdo.

Una prosa decantada

Se sabe que contar no significa gran cosa si no se manejan las herramientas elementales a la hora de escribir. En La eternidad que empieza García Romero demuestra por qué es uno de los escritores dominicanos contemporáneos mejor valorado. Su prosa es limpia, de una acabada y sobria elegancia. Su discurso narrativo está aderezado con los elementos que distinguen a un excelente narrador.

Algunos trozos de La eternidad no me dejan mentir. En Mi última voluntad, página 15, en el cuento que abre el libro, en el primer párrafo el narrador nos da una idea de su mundo interior. “Una coleccionista de arte. Eso soy yo. Nada por lo que deba sentir orgullo debido a las razones que empujaron a semejante enredo. Salvo eso, llevo una vida simple, elemental, apacible; ya que como medida de precaución, y para no dejarme arrastrar por los acontecimientos, batallo cada día contra todo lo que huela a caos. No quiero terminar acorralada por dramas o sucesos imprevistos que me lleven al desasosiego”.

En “El centinela del tiempo”, página 43, leemos: “No hay opción. La vida es un solo camino, fijo e inalterable, con los días contados y cada hora a su hora, igual que cada plegaria en su momento, con ciega devoción y gran apremio en medio de la desventura. Yo trabajo, precisamente, con el tiempo; y tengo días que soy igual que muchos, una víctima. Sí, termino atrapado en sus engranajes, qué sentido tiene ocultarlo”.

En “Cuanto recuerdo” nos encontramos con una prosa intimista, cargada de dejos de amargura y de nostalgia. Al leer este relato sentimos gozo y al mismo tiempo notamos que algunas banderillas se incrustan en nuestro espíritu. Es que al ir avanzando en su lectura, el tono confesional del relato nos va arrastrando hacia una corriente pluvial plagada de recuerdos, de memorias de tiempos idos, que fueron felices y que los individuos saben que son irrepetibles. He ahí la doble condena: haberlos vivido y no poder volver a recuperarlos. He ahí la maldición del tiempo, de esa eternidad que no sabemos cuándo inicia y cuándo termina, porque la eternidad es la nada y la nada no tiene principio ni fin. Cito: “Esta mañana la casa amaneció copada por un fuerte olor a tabaco. Y nos extrañó, porque el único de la familia que fumaba era papá y hace cinco años que nos referimos a él como nuestro difunto padre; y yo miro a Isabel que dice: no quiero pensar que su alma esté desandando.” “Isabel y yo lo habíamos pensado. Es como si papá y mamá, desde ese lugar, estén golpeando con las manos, atrapados en una enorme red de arácnidos, tratando inútilmente de escribir su propia historia. Una historia de la que ellos se habían escapado. Eso eran: prófugos de su tiempo. Un tiempo que se volvió aire, humo, esbozo, delirio.”

Leer La eternidad que empieza termina en deleite porque sus textos no nos dejan indiferentes; porque encontramos en ellos la mano de un escritor maduro y consciente del oficio, de una trayectoria laureada y digna de merecer toda la atención que amerita un escritor convicto y confeso.

El microrrelato, artilugio de fina relojería

El microrrelato, artilugio de fina relojería

Por Simone Cattaneo

Crónica sobre el libro de relatos breves “Soñar en el paraíso”, de  Rafael García Romero, donde el autor plantea que “delata la experiencia de un autor con un largo recorrido literario y periodístico a sus espaldas, alguien que a través de sus numerosas publicaciones de carácter cuentístico ha adquirido un timbre de voz inconfundible, ocupando un lugar destacado en el panorama actual de la literatura de la República Dominicana.

El microrrelato, artilugio de fina relojería que se resiste a cualquier tentativa de clasificación y que en contra de su misma brevedad ha recibido una plétora de nombres distintos ‒microcuento, nanorrelato, textículo, mini-cuento, mini-relato, minificción, etc.‒, siempre ha latido en las entrañas de la literatura, desde la brevitas sentenciosa de la antigüedad ‒el exemplum, el aforismo, el haiku e incluso refranes y epitafios‒ hasta el desenfadado fragmentarismo de épocas más cercanas ‒el chiste, la prosa poética, la greguería, etc.‒.

La escritura hiperbreve ha sido un goteo incesante, terco como una de esas torturas chinas que delatan sus devastadores efectos a través de una constancia que hace mella en el tiempo y, hoy en día, ese estilicidio se ha convertido en un manantial cuyas aguas han desbordado cualquier frontera nacional o cultural, depositando un limo fértil que ha favorecido el brotar de abundantes y jugosos frutos: libros, antologías, ensayos, congresos, premios y talleres literarios, revistas, páginas web, etc.

En el ámbito iberoamericano, el origen del microrrelato moderno se sitúa convencionalmente a comienzos del siglo XX, con los primeros tanteos de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en América Latina, y con los escarceos de Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna en España. Sin embargo, en las tierras de Cervantes el género ha ido siguiendo un cauce más bien subterráneo, mientras que en Hispanoamérica ha ido aflorando en superficie cada vez con más pujanza hasta llamar la atención de autores y estudiosos autóctonos y foráneos.

De este modo, a partir de los años noventa el microrrelato ha llegado a ser considerado, tanto de este lado del Atlántico como del otro, uno de los formatos literarios más sugestivos y prometedores.

En República Dominicana su evolución ha sido peculiar y discontinua, casi a medio camino entre lo que acontecía a su alrededor y lo que pasaba en el contexto español. Precisamente la singularidad de una mirada estupefacta y melancólica, pero nada ingenua, que se refleja en una escritura elusiva es la que sustenta “Soñar en el paraíso” de Rafael García Romero (Santo Domingo, 1957).

Dicha colección de microrrelatos, aunque a primera vista parezca menos variada, delata la experiencia de un autor con un largo recorrido literario y periodístico a sus espaldas, alguien que a través de sus numerosas publicaciones de carácter cuentístico ‒Fisión (1983), El agonista (1986), Bajo el acoso (1987), Los ídolos de Amorgos (1993), Historias de cada día (1995), La sórdida telaraña de la mansedumbre (1997), A puro dolor (2001), El círculo de Malebolge (2009), Memorias de Ricardo Valdivia (2012), Infortunios y días felices de la familia Imperios Duarte recordados con pusilánime ternura (2012)‒ o novelístico ‒Ruinas (2005)‒ ha adquirido un timbre de voz inconfundible, ocupando un lugar destacado en el panorama actual de la literatura de la República Dominicana.

García Romero, sin renunciar a un ingenio no exento de sorna, elige recoger sus textos al amparo de un enfoque existencialista que ya viene anunciado por los epígrafes tomados de las obras de Hermann Hesse y José Saramago.

 La elección de recorrer con su pluma los pliegues oscuros del ánimo humano repercute inevitablemente en unas tramas que se diluyen para dejar paso a un tono más reflexivo que se interroga acerca de esos universales ‒la soledad, el amor, el tiempo, la muerte, el dolor, la felicidad, etc.‒ que tejen a diario nuestras existencias, aproximando sus creaciones a esas greguerías ligeramente sombrías en las que Ramón Gómez de la Serna seccionaba la condición del individuo con la doble hoja de la socarronería y de la aflicción.

A la vertiente más cómica, donde la sonrisa es una bengala que ilumina la página por el espacio de unos segundos, pertenecen, por ejemplo, Línea de tres ‒«La distancia más corta entre una mujer casada y un hombre que la pretende, demandándole amor, es el esposo que los separa» (p. 31)‒ o Amor irreal ‒«Te amo con toda mi alma, le dijo el hombre. A mano tenía un atlas de Anatomía y buscó concienzudamente entre las láminas, una y otra vez. Ya lo sabía, pero quería cerciorarse: el alma no existe en ninguna parte del cuerpo humano» (p. 51)‒. Otra estratagema ramoniana, presente en el último microcuento citado, es la de jugar con las expresiones idiomáticas del lenguaje, como en Previsión: «Hizo una tormenta en un vaso de agua y pescó un tiburón» (p. 96). Sin embargo, la tónica dominante del volumen es la de una apesadumbrada lucidez, bien ilustrada por los microcuentos “El hijo de Nietzsche” ‒«No creo que Dios esté vivo; y si vive para qué necesita la vida, si ya Jesús murió de acuerdo a su disposición. Sí, ¿de qué le sirve la vida?» (p. 21)‒ o El colector ‒«¿A qué edad descubrió para qué servía la vida? Vivir solo tenía sentido para coleccionar recuerdos» (p. 53)‒. No obstante, no todo es pura resignación o visión abstracta, ya que el autor a veces se moja en la contemporaneidad y la congela en unas instantáneas que logran dar en el clavo en materia de social networks y fast thinking ‒Frase global: «El éxito de Facebook está en que hizo de dos palabras, “me” y “gusta”, la primera frase light de consumo global» (p. 23)‒ o de hiperrealidad mediática ‒Persecución (p. 161)‒, confirmando así que la ficción hiperbreve es hoy en día uno de los mejores anticuerpos que se le pueden suministrar a una sociedad digital con prisas y a todas luces empeñada en confinar la literatura en sus márgenes.

Rafael García Romero y Nan Chevalier lo han comprendido con claridad meridiana: los microrrelatos se cuelan por cualquier resquicio y, como proteínas, soliviantan y curan.

Nota. Este texto tiene una mayor extensión; vino acompañado de una crónica previa, sobre el libro “El domador de fieras y otros nanorrelatos”, del escritor Nan Chevalier. Editora Nacional, Santo Domingo, 2014, que no se incluye por razones que se acogen a un orden particular de reservas del derecho del autor Nan Chevalier; y, fundamentalmente, a un interés de edición.

Rafael García Romero: Una mirada en la narración

Rafael García Romero: Una mirada en la narración

Por Bruno Rosario Candelier

Leer a Rafael Garcia Romero en Los Ídolos de Amorgos (Santo Domingo, Alfa y Omega, 1993, 170 PP) produce uno de los deleites que puede sentir la persona que ama con fruición la belleza de la narración, la propiedad de las palabras y la armonía de imágenes y estilos expresivos variados, actualizados y elocuentes. Conocí a Rafael García Romero una tarde de julio de 1987 cuando ambos éramos miembros del Jurado Examinador del concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Tuve entonces la impresión de estar ante una persona cordial, amable, comunicativa, respetuosa y honrada. Esa impresión se ha confirmado con el paso del tiempo y el trato frecuente y amistoso, que se intensificó a raíz de nuestra participación conjunta en el homenaje a Manuel del Cabral que celebramos en New York con motivos de los ochenta años del poeta nacional. Luego lo Invité a trabajar conmigo en el equipo que dirigíamos las ediciones de Coloquio, donde auspiciamos la promoción de la literatura durante dos años, de 1989 a 1991, promoviendo el desarrollo literario a través de las páginas de ese recordado y añorado Suplemento Cultural  de El  Siglo. Cuando fundamos el Ateneo Insular, en 1990, invité a García Romero a formar parte del grupo Literario “Manuel Valerio”, el primero del ateneo Insular en Santo Domingo. Antes este joven narrador había dirigido el Taller Literario Cesar Vallejo” y había integrado el Círculo de Escritores Dominicanos. Narrador de la promoción literaria de los ´80. Rafael García Romero es uno de los escritores más activos de los del número del Distrito Nacional y en su haber ya cuenta con la publicación de Fisión, El agonista, Antología dos, Bajo el caso y Los ídolos de Amorgos; y entre sus preseas y distinciones figuras al Primer Premio del concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Natural de Sn Carlos, uno de los barrios más populosos de la capital dominicana, donde naciera en 1957, este aguerrido promotor cultural es uno de los escritores más sólidos de las últimas  promociones Literarias dominicanas, sobre todo de la promoción a la que pertenece, la de los ´80.

Los narradores de los ´80 han aportado a la narrativa nacional una nueva visión al quehacer literario criollo. Esa nueva visión está fundada en el propio contorno, en la vida y el mundo circulante, en la preocupación que genera la existencia en medio de situaciones críticas, angustiosas y conflictivas carentes de unas motivaciones o proyecciones sin esperanzas o con poco aliciente para el futuro dadas las expectativas que les ha tocado enfrentar o experimentar a la mayoría de los jóvenes de las clase media, con títulos universitarios, en una sociedad dominada por urgencias materiales inaplazables, y esa realidad ineludible es la que ha propiciado entre las nuevas generaciones cierto desconcierto frente a un mundo sin utopías, sin circunstancias y contraejemplos que propician el descreimiento, la falta de fe, la adopción de sustitutos falsos como la droga o los vicios, todo lo cual acrecienta el vacío y la carencia de horizontes y de estímulos que reten la búsqueda creadora o auspicien propuesta incitadoras y estimulantes.

Por eso encontramos en los cuentos de Rafael García Romero a ese hombre desconcertado, urbano anónimo, profesional, moderno, actual, víctima de los convencionalismos, enfrentado a contratiempos y adversidades, enredado en esa madeja social heredada del ambiente y de circunstancias inexorables provenientes de la propia familia o del barrio o del trabajo. De ahí las motivaciones conflictivas un tanto alucinantes que crean los propios personajes para evadir determinadas manifestaciones de la realidad o analizar inquietudes y situaciones presentes.

Parte de ese panorama se aprecia en el embrollo del artista que se siente atrapado en el marasmo de la infecundidad o en el desconcierto de su potencial creador: “La espera acabaría destruyéndolo, las manos ociosas los ojos saltando como una mariposa por el estudio, de un lugar a otro. Quiere estar ahí, ahí cuando llegue algo, una idea, un aviso. La espera acabaría destruyéndolo. Se sentía oprimido, ocupado por un sentimiento de espera absurdo, pero necesario, que nacía del fondo de su ser. Allí en ese lugar, presentía la existencia de una pradera verde, hermosa, rodeada por una maleza cuidada, breve, y unos pinos bebés. También había una casa hermosa y a su lado un jardín. Dentro y fuera de él, el tiempo se bifurca, paralelo. Amenazador. Si el cuadro no llega, pronto morirá todo ahí dentro.  Todo” “(Oficio de misterios“, p. 98).

La de García Romero es una narrativa moderna. Actual, enmarcada dentro de las más avanzadas técnicas narrativas. La narrativa tradicional narraba un hecho, se centraba en la narración de un hecho. La narrativa moderna se funda, naturalmente, en un hecho pero su centro de interés no está en la narración del hecho sino en las consecuencias o las reacciones que ese hecho genera en los personajes que lo ejecutan. Rafael García Romero finca su narración en la reflexión de un hecho.

El autor de Los ídolos de Amorgos toma en cuenta la creación de los personajes, la pertinencia de procedimientos narrativos y las caracterizaciones sicológicas de sus criaturas imaginarias, paralelamente con otros aspectos narrativos. Sobre todo le importa subrayar las connotaciones reflexivas que un acontecimiento genera en los hombres o mujeres protagonistas de sus acciones: “–Hueles a lluvia –me dijo tan pronto entré. Lluvia. Aquella palabra se quedó por un instante metida en mi pensamiento. Trataba de tener una idea aproximada de cómo reinan las palabras, no en los hechos, sino por encima de la razón y de los hombres, por encima del poder y la obcecación. Cualquier actividad del hombre se vertebra a través de la palabra. Hubo gente confundida y pensó que bastaba con juntar muchas hojas y numerarlas. Luego, otros hallaron esas páginas numeradas y en blanco. Tardaron siglos en dar con ellas. Un enigmático regalo, no había duda. Nadie se lo imaginaría. Allí estaban, en el estómago de viejos bocales, sepultados entre muertos principales, junto a tesoros distintos y extraños objetos. ¿Y qué hicieron? Se echaron durante siglos a llenarlas de palabras, a soñar a poblar de una forma recurrente y pacífica, a dar cuenta del caos, a cifrar el misterio del mundo” (“El bocal de seis flores”, p.87).

A todo narrador lo signa un hecho impactante o una dimensión del mundo o de los acontecimientos que atraen su atención o modifican su actividad o su cosmovisión. Se trata de aspectos que moldean la forma de mirar el mundo. La narrativa de Los ídolos de amorgos está signada por la sorpresa de un narrador que se asombra ante las ocurrencias de los seres humanos, y su actitud reflexiva viene pautada por el sentido corporal más recurrente y determinante: la mirada. Su manera de  testimoniar el mundo, su manera de reaccionar ante lo que concita su atención  la da la marida. Mediante la mirada García Romero  escruta el mundo, ausculta facetas entrañables de la realidad, llega hasta las emociones más punzantes y caracteriza personajes y situaciones. Garcia Romero es el narrador de la mirada: de la mirada perspicaz; de la mirada curcuteadora; de la mirada crítica, de la mirada exploratoria; de la mirada totalizante. Y a su través mira a los que miran: “No sabe, pero se quedó mirándola con una mirada que trata de acercar su objetivo, como esas cámaras de cine que poco a poco van haciendo una toma  de primer plano y el rostro va llenando la pantalla hasta un momento en que se tiene una imagen agrandada de nariz, boca, ojos, cuello. Es la mirada de alguien que contempla desde un lugar cualquiera, que espera atento y reconcentra todas sus energías en ese acto de mirar, porque sabe que va a suceder algo” (“Un lunes dúctil, casi suave…”, p.16).

Los personajes en la cuentística de García Romero se mueven entre la desilusión y la nostalgia, los dos polos de los sentimientos que marcan la vida de los humanos. Y es su forma de testimoniar su visión de la existencia, y también, concomitantemente, la de plasmar la humanización del mundo que oblicuamente postula. Los cuentos de García Romero se inspiran en la realidad social de un mundo urbano y moderno, y tienen un perfil sociográfico con cierta proyección antropológica y lingüística como base de sus preocupaciones culturales.

El cuento titulado “El engaño”, ágil, fluyente, sicológico, con una urdimbre en la consecuencia de las ópticas de su centro narrativo: “Todas las mujeres de la muchedumbre, en las calles, caminando por la plaza, en la penumbra de un restorán  cualquiera, parecían ser una sola, idéntica, copiada (algo parecido debió sucederle a Picasso con sus cuadros). Luego, una vez, habituado a mirarlas con detenimiento comenzó a percatarse de las diferencias y saber con exactitud quién era y distinguir a una y otra y no confundirlas más. Por ejemplo, ese toque particular, muy femenino, irrepetible que ponen algunas mujeres en las miradas, como hallarlos otra vez así, en una mujer distinta. Es algo único, donde hasta el color de los ojos termina cómplice. Lo cierto es que había una historia, cada mirada componía una historia diversa. Observar  desde ese día a las mujeres le pareció una tarea fascinante. Descubrió rostros, calidad de miradas y reacciones qué seguir, qué explorar. De pronto la mirada de una mujer se convertía en un reto seductor, lleno de misterios” (“Un lunes dúctil, casi suave…” P.18).

Rafael García Romero procura, en algunos de sus cuentos, auscultar la realidad trascendente, uno de los postulados de la tendencia estética que está abriendo nuevos horizontes a las letras dominicanas. La realidad trascendente es la dimensión suprasensorial de la realidad total y a ella tiene acceso mediante la intuición y la imaginación. Desde luego, la realidad trascendente es la faceta de la realidad menos accesible al hombre, dominado, como está, por el imperio de los sentidos corporales externos y la impronta de la realidad circundante inmediata. Por eso desde antiguo ha habido una preocupación por lo sobrenatural, que complementa la quimérico y lo real objetivo, en consecuencia hay una búsqueda de una “ventana abierta” para penetrar al misterio, a esa faceta entrañable e invisible de lo que vedan los sentidos físicos y que de alguna manera apela al hombre. Por boca de André Bretón los surrealistas aseguraban que existen un cierto punto del espíritu desde el cual la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, dejan de ser percibidos contradictoriamente ya que la realidad es una, hay un continuum en la totalidad, aunque por nuestra limitación perceptiva tenemos una visión fragmentaria de las cosas. Louis Powels y Jacques Berger en El retorno de los brujos (Barcelona, plaza y Janés, 1974, p. 591) hablan de un lugar privilegiado “desde el cual se descubre el velo de todo el universo”. Es el “Punto transfinito” por el cual se accede al más allá y que algunos seres privilegiados por una especial sensibilidad trascendente, o por el don de la revelación, logran comunicarse con esa otra ladera de la realidad.  Rafael García Romero crea aun cuento fundado en esa vertiente de la percepción, en ese  “punto transfinito” que permite contactar lo trascendente: uno de los personajes de “Siempre hay un adiós”, oye voces y con su especial sensibilidad hacia lo desconocido capta murmullos del otro lado: “–¿Y de qué hablaban? –De los múltiples sentidos humanos, de hombres que vivieron en tiempos equivocados, sin saberlo, de lo fatuo que resulta la emoción y los afectos determinados por la relación de los individuos. Ah, y de las contradicciones que se van creando entre ellos, de un individuo a otro, alimentadas por los puntos de vista diferentes, que surgen cuando se ve un objeto desde distintos ángulos. Sí, esa contradicción que nace de la revelación brusca: todos los días lo mismo, pero un momento y determinada posición del objeto, cambia  la historia. La antigua razón, que es voluble y mutante, hace a algunos hombres más lentos. Los audaces saben abandonar a tiempo la barca. No son víctimas de la dualidad y saben renunciar a tiempo de la duda dicotómica. –¿Y de eso hablan? No entiendo nada. –Yo tampoco, te lo adviertí. Tienes que escucharlo. Me abrumó oírlos hablar sobre el enigma de la realidad de lo diverso, el ministerio de lo único” (“Siempre hay un adiós”, PP.64-65).

En otro pasaje de ese mismo cuento se alude al punto de vinculación con el extraño. Hay una persona que capta voces del más allá, penetra auditivamente a la realidad trascendente, y en esa vinculación con lo no sensorial el sujeto de la comunicación se siente apelado por una fuerza superior que lo concita ser  canal o vínculo entre las dimensiones del más allá y las de este lado de la realidad. “Entiéndelo, le dice a su interlocutor”. “Algo me reclama seguir. Debo hacer los arreglos de lugar para no dejar el puesto un instante. Descubrí que en ninguna parte del departamento se escuchan, salvo aquí, como si por accidente, el túnel produjo un agujero aquí, en nuestro departamento, por donde se filtra este trasmallo de voces” (Ibídem, p.67).

Dije que Rafael García Romero fundada su narrativa en la mirada, y su modo de mirar es una forma de explorar el mundo o una manera de fijar la vista en un suceso, un objeto o un acontecimiento, valorando un aspecto de los mismos, pensando a través de la atención visual con que sus ojos aprecian o sitúan lo mirado, o interpretado la realidad con el auxilio de la intuición y la reflexión para dar cuenta de cuanto enfoca su visión. Romero tiene consciencia de su ejercicio narrativo y así lo explaya en el texto final de su libro. Escribe: “Y mirar, como oficio, es una manera de penetrar a la maraña de una historia. Y el que mira y descubre ese punto donde la realidad se tuerce, también mira otras cosas colaterales: se ve a él, fuera de esa historia, acercándose, tocándola, formando parte de ella como uno de sus protagonistas, como inventor de la historia, el gran acomodador de puestos, en otra parte. Fuera del juego. Concientemente fuera. El que puede ver por encima del hombre de los demás. Alguien, el alter ego del narrador, él mismo, en cierto modo, al doblar de imprevistas circunstancias, pero preferiblemente el alter ego, una especie de aura o demiurgo, con una conciencia suprema del poder, capaz de observar de manera simultánea, todas las posibilidades…” (“La quebradura de la realidad”, pp. 166-167).

Rafael García Romero busca perfilar el sentido de la mirada, el papel y la significación que ese poder visual ejerce sobre las cosas y sobre los acontecimientos, por lo cual, como narrador, de mirador del mundo con sus miserias y sus bondades. Y siempre aparece con la antena sensorial dispuesta a observar, calar, escudriñar, escrutar, auscultar y fijar el sentido del mundo o la faceta de sucesos y anécdotas que desentrañan su mirada profunda o su actitud valorativa de lo que sucede en la vida o de lo que sus ojos contemplan y atrapan fijándolo en la madeja de una narrativa que se vuelve densa, cautivamente, ejemplar y significativa. Rafael García Romero es un espectador del mundo. Así lo evidencian los cuentos de Los ídolos de amorgos, obra que viene a potenciar la narrativa dominicana contemporánea.

Santiago de los Caballeros, Casa de Arte

7 de junio de 1994.-