Episodios universales del fracaso
Por Rafael García Romero
Hay personas que vienen a la vida con una agenda de fracasos, errores y caminos cruzados. En sí mismos no ven el beneficio que producen; dicen constantemente: yo soy un fracaso, siempre tengo un problema, todo me sale mal.
Ante sus propios ojos no ven la gran responsabilidad que tienen, la magnitud de lo que hacen. Se equivocan, yerran, fracasan para advertir a los demás, para mostrarles el camino, funcionan como una especie de luces direccionales con vida propia, que orientan, hablan, pero no tienen el control de sus actos. Un espejo de augurio ante los demás. Un camino amenazante, lleno de piedras con cantos agresivos, para que los demás pongan énfasis en sus actos y dominen con firmeza su destino.
Una inmensa minoría de seres humanos, cientos de miles de toda la humanidad, que iluminan con sus fracasos, que se pierden para que en su desgracia los demás encuentren la revelación, el camino.
Su oscuridad hace que la verdad resplandezca con mayor vitalidad. Hay que amar a los que fracasan, a los que mueren en tantas cruces, a los que padecen, lloran y sufren. Ellos son la advertencia en la carne podrida y el hueso que no ofrece fuerte sostén. Son lágrimas y dolores para que otros se salven. Son los que cargan los grandes pesares. Así los demás pueden alcanzar la cima y sonreír. El éxito no llega solo, como una luz divina que emana del cielo. Detrás, por debajo y a los lados están ellos. Son una legión que hace a diario el muro de la advertencia. ¿Qué les debemos? No tiene importancia la pregunta, sino adónde nos llevan ellos. Son la respuesta.
En el proceloso mar de los fracasos hay episodios que marcan. Se levantan, toman nombres y multiplican víctimas. Uno de los episodios que más ha enseñado, de manera tardía, es el mea culpa de la iglesia y la carta de perdón del santo padre vinculada con los abusos sexuales de muchos sacerdotes y altos jerarcas.
Un efecto mediático de alto impacto –para hacer algo mientras llegan las grandes decisiones, o para movilizar voluntades– lo constituyó la línea telefónica especial instaurada por Alemania para escuchar a las víctimas de ese oscuro episodio.
El equipo de apoyo –todos miembros del clero– que trabajó, con mucha dedicación y fe, jamás sospechó los ilimitados alcances del programa en marcha. No hubo respiro. En pocas horas recibió un aluvión de llamadas. En la semana posterior a que la Iglesia Católica Romana lanzara el servicio los registros de casos e historias ya se contaban por miles.
"No esperábamos tantas llamadas", dijo Stephan Kronenburg, portavoz de la diócesis de Trier, en donde estuvo localizado el centro de control de la línea telefónica.
En su primer día, la línea recibió 4.459 llamadas, pero los consejeros, que trabajan en turnos de cuatro horas sólo estaban disponibles para recibir 162 y el servicio se vio obligado a cerrar temporalmente. Además de los 11 consejeros respondiendo llamadas, siete estaban dedicados a preguntas y consultas en línea.
Andreas Zimmer, director de los servicios de asesoría, dijo que muchos de los que llamaron se quedaban en la línea y, tras la insistencia del operador de apoyo, rompían a llorar después de un largo silencio.
Kronenburg dijo que la mayoría de las llamadas procedían de víctimas de abusos o personas que se identificaban como familiares de víctimas.
"Esta es la primera vez que ellos quieren hablar del abuso porque los recuerdos y las experiencias de violencia son usualmente desplazados", dijo Zimmer a la radio alemana.
En la línea se encuentran psicólogos y trabajadores sociales especializados en áreas de abuso y traumas que ofrecen consejos a las víctimas y las remiten, tras una evaluación del caso y sus implicaciones legales, a la asistencia local.
Igual que esta hay muchas tantas iniciativas de la iglesia. Nunca es tarde para los correctivos. Sobre todo si se sabe articular un gran plan para ejecutar acciones diversas, cuyo objetivo inmediato es devolver la confianza a los fieles después de una serie de acusaciones de abusos físicos y sexuales cometidos por sacerdotes en Alemania, muchos ocurridos en escuelas bajo dirección católica durante décadas.
El fracaso confeso y público también afecta a la política y el mundo de los negocios. Un recurso muy de uso, ante un error garrafal, es hacer circular una carta de renuncia –cuando se trata de un alto funcionario público, un empresario de renombre o ministro religioso– y que intenta salvar algo de lo que lamentablemente se hundió con el naufragio.
Las cartas públicas, para estos casos, tienen un efecto demoledor. La firma y los nombres comprometidos en el alegado crimen, les confieren un lugar de privilegios en la historia.
Normalmente son cartas que ponen al desnudo la calidad humana del protagonista. El dolor inconmensurable, el manto de sombras, las dudas y el remezón a la plataforma de valores morales de la familia afectada son piedras preciosas a exhibir.
En algún lugar del texto sueltan un párrafo donde fabulan en torno a su inocencia. Escrito, verbigracia, que presentan en estos términos: "Quiero dejar constancia del daño irreparable que se nos ha hecho a mi familia y a mí. Creo, sólo desde la convicción de mi inocencia, que este caso, dados los cargos que he desempeñado en el pasado inmediato hasta el presente, está siendo usado el instrumento para dañar a la organización y terceras personas. Es el motivo por el que tomo esta dolorosa decisión".
La jerarquía de la organización, dado que se trata de una carta pública, no puede escurrir el bulto, desentenderse o quedarse atrás. Debe responder cuanto antes; y lo hace más o menos en estos términos:
"La Organización quiere hacer un reconocimiento público a la magnífica gestión que durante estos años el renunciante ha prestado como militante y guerrero de innúmeras batallas, y quiere agradecerle igualmente la lealtad que ha demostrado a la organización y a sus dirigentes", A eso agrega un cierre, que normalmente se denomina broche de oro: "Estamos convencidos, como lo hemos estado desde el principio, de que demostrará su inocencia frente a las falsas imputaciones de las que ha venido siendo objeto".
Hay fracasos íntimos, de menor rango, pero que marcan la piel de la sociedad y dejan secuelas. Podemos verlo a lo interno de matrimonios públicos, que modelan actitudes y arrastran consecuencias impredecibles. Una luz poderosa apunta directamente y vemos. La infidelidad en serie existe. El adulterio está prohibido dos veces de manera explícita en la tabla de los mandamientos. Aun así tiene sus adictos. No se trata exclusivamente de hombres, también hay mujeres casadas, adictas al sexo con distintas parejas.
Un caso reciente de engaño íntimo explotó y se hizo público. Era inevitable. Si ocurre en la meca del cine lo conoce el mundo. En la pareja el infiel era el hombre y la mujer una deslumbrante estrella, en el mejor y más deslumbrante momento de su carrera. Ella, de 45 años, ha permanecido recluida en su hogar y no había realizado comentario alguno desde la aparición de las informaciones sobre las supuestas infidelidades del esposo, de 40 años a la hora, y con atractivos tan marcados que se le atribuyen hasta cuatro amantes. Ella, de manera colateral, terminó degradada públicamente a la condición de víctima.
En importantes ciudades del mundo existen centros de ayuda para cualquier adicción, incluido el sexo. Allí están al acecho los paparazzi. Están bajo constante asedio. El fin justifica cualquier foto. Son muy costosas y altamente difundidas cuando se trata de personas públicas, ya que se hace difícil medir el alcance de las reacciones de uno o varios involucrados. Fotos que definen líneas informativas. El morbo avanza. Los pacientes se curan; otros son víctimas. El cuadro de respuesta va desde la depresión, hasta el suicidio, una vez son expuestos los nombres públicamente.
El sexo fruto de una infidelidad en serie es parte de una cadena que involucra el abuso de cigarrillos, alcohol, drogas ilícitas, juegos y hasta intercambio de parejas formales.
Hay una frase que bautiza esta conducta. Se le llama “casos personales”. Dos palabras que ponen el dedo sobre una conducta que desborda de manera escandalosa el parámetro de los hábitos tradicionales.
En Estados Unidos hay cientos de centros y grupos de ayuda dedicados a corregir la conducta, fruto del desenfreno pasional con la persona equivocada –un hombre o una mujer– y que lleva a la ruina a cientos de matrimonios.
La cura nunca está en buscar ayuda sino en hacerlo de manera profesional y a tiempo.
El hombre, fruto del tsunami pasional, ingresó hace poco en un centro de rehabilitación para buscar ayuda con sus "asuntos personales" después del escándalo de sus presuntas infidelidades, aseguró su representante en un comunicado.
"Él se dio cuenta de que este momento era crucial para ayudarse a sí mismo, a su familia y para salvar su matrimonio", añadió el agente, quien indicó que la decisión fue "100 por ciento" de artista y no como resultado de un ultimátum impuesto por su pareja.
A raíz de las noticias sobre las supuestas infidelidades, la actriz abandonó el hogar familiar y estuvo una semana fuera de California, mientras a su esposo le surgían más presuntas amantes e incluso salía a la luz una supuesta denuncia por acoso sexual en el trabajo.
El fracaso es una cadena que amarra a unos y libera a otros. Hay personas que, indudablemente, vienen a la vida con una agenda de fracasos, errores y caminos cruzados.
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