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Rafael García Romero

Rafael García Romero: Ruinas y resurrecciones en la novela dominicana

Por Efraín Nadereau Maceo

 

Bastaría con su novela Ruinas (cuatro ediciones en menos de tres años) para reconocer en Rafael García Romero (Santo Domingo, 1957) a uno de los escritores grandes de esta hora. Antes de esta obra maestra de la lengua, incluso, ya había publicado los libros de cuento: Fisión, El agonista, Bajo el acoso, Los ídolos de Amorgos, Historias de cada día, La Sórdida telaraña de la mansedumbre, A puro dolor y Duro de amar; amén de haber sido galardonado con el Premio Nacional de Cuento.

 

Excluso, lenguaje de adultos, violencia y sexo, en Ruinas fluyen, discretamente, y se concatenan, un respetable número de procedimientos narrativos, dominados por las peculiaridades estilísticas de su creador.

 

Para los dominicanos, y para los cubanos, el asunto que trata Ruinas es muy sensible, en tanto involucra a personajes célebres e históricos de ambas naciones (una poeta, un presidente, un historiógrafo de nuestras letras o de sus valías artísticas y otros personajes de la elite de nuestras intelectualidades). En ese mismo orden, se trata de Salomé Ureña Díaz, Francisco Henríquez y Carvajal –padre e hijo-; así como Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña.

 

Es axiomático que García Romero ha tenido acceso a una documentación valiosa, de primera mano y un tanto sacra (cartas cruzadas y otras letras de Salomé y Francisco), junto a diversas formas documentales de sus hijos, subrayando la fantasía especulativa y memoriosa de nuestro Max; casi la única relación de Ruinas, o la única  visible, con otros autores o literaturas, a menos que excluyamos e incluyamos a su contrapartida u homónimo, que pudiera ser, un poco traído por los pelos, el suculento Pedro Páramo (1988) del mexicano Juan Rulfo. Pues, también en Ruinas, hay una magia subliminal, cómplice, tendenciosas trasfiguraciones o imaginarios igualmente fuera de serie.

 

En esta cuerda y, gracias a Ruinas, García Romero incursiona, descubre y nos conecta, como señala la costarricense, Nuria Isabel Méndez Garita, con “los remanentes de un pasado colonial angustioso (…) no sólo del pueblo dominicano, sino de toda Latinoamérica”.

 

De tal manera, realidad y ficción se emulsionan y confrontan y se convierten en esencia de una indivisible unidad, reinventando sus propios caminos hacia las interioridades de la conciencia y génesis de ciertos estados de alma y su levitar, constante, junto con los eros de Ruinas.

 

Lo social, por agudo que sea en el cuerpo de la novela, resulta incidental y panorámico, al funcionar como otro elemento de la trama: no es que deje de ser importante, pero no es enfático, como cuando Salomé Ureña funda (esto le da otro y, aún, más alto valor) la Escuela Normal de Señoritas, en Santo Domingo, está pensando, obviamente, en el beneficio de las familias de todo el país: gesto que le abre las puertas y le da un sitial, en la historia educacional-pedagógica de Republica Dominicana e Iberoamérica.

 

Dicha institución, en la vida de la poetisa, es, sin lugar a dudas, un gesto fundacional de conmovedora trascendencia, cuyo sucedido es, casi, a finales del siglo XIX, liderado, de punta a cabo, por una mujer. De los suyos, únicamente Salomé Ureña demostró ser capaz de dar vida a una institución y compromiso de tal envergadura, con la misma sencillez y devoción con la que se echa a andar una simple familia.

 

También Ruinas, junto a lo epistolar y “biográfico”, amén de lo especulativo e histórico, es una mirada psicosociológica a la vulnerabilidad de la mujer, en nuestros países, a las trágicas circunstancias e injusticias que minan su destino: trátese, incluso, de quien se trate o de la que se trate. En el hombre, dispensado por el carácter masculino de la sociedad, la situación se presenta de un modo menos específico y frustrante.

 

El simbolismo, la magia, la fantasía, lo onírico, el habla y el conmovedor ludismo, forman parte sustancial de cierto lirismo estético-ético de esta primera y singular novela de Rafael García Romero. En tal línea, el autor muestra y demuestra, como, el realismo actual, todavía entresiglos, contemporáneo e incluso postmoderno, sale muy bien parado cuando logra ser popular, sin un ápice de vulgaridad, que viene a ser, en cualquier caso el verdadero o único realismo válido para todos los tiempos. Pues, una novela, en tanto obra artística, puede abstenerse de incitar a una interpretación o modo de ver por el estilo, porque el llamado mundo real campeen por sus respetos, la vulgaridad, la violencia, el sexo, y otros animales de igual semejanza.

 

Entre sus virtudes, esta novela, junto a “la magia de la brevedad”, puede ser leída por un adulto recién alfabetizado, virtud que la hace doblemente popular, no sólo en nuestro mundo. Siguiendo el hilo, se puede subrayar lo de adulto, en tanto, Ruinas es una odisea de la espiritualidad y viene a enriquecer la narrativa de lo real maravilloso, en su evolución.

 

Nótese como, igual que su antecesora, a Salomé Ureña, la Penélope dominicana, le es imposible dejar de ser una personalidad en su patria –mientras exista-, pero, de cualquier manera, tiene que enviar a su primogénito (¿Telémaco del Caribe? ¿de Las Antillas?) en busca de otro Francisco, el padre, que bien puede sucumbir a las tentaciones e incitaciones europeas, y, más que a otras, a las parisinas.

 

A fin de cuentas (Francisco Henríquez y Carvajal regresa, al país, con el prestigioso título de doctor en Medicina y siembra, en el vientre de Salomé, a Camila) como profesional fracasa (no tiene la clientela que esperaba) porque lo que necesita la República Dominicana no son médicos mejores o peores, sino aquellos sustanciales cambios que le garanticen prosperidad económica y espiritual y, en esa línea, la modernización de sus instituciones (aunque éste, tampoco sea, ni remotamente, lo que se da en llamar, el asunto de la obra. Y, sólo viene a juntarse a otras pinceladas del trasfondo, que se están ahí, como parte de la “densa”, por multiplicadora, totalidad que sostiene el mundo novelado por García Romero).

 

Otro aspecto –entre tantos- de mucha ingeniosidad e imposible de soslayar, es la amplitud temporal y espacial que le da a Ruinas la novedosa contraposición de planos y abruptas disolvencias, por el estilo, aunque, en este caso, muy superiores a las cinematográficas, donde, una sola oración, puede decir, y dice, un mundo de cosas. Sirva de ejemplificación la manera en que Max, para explicarse, va y viene o entra y sale del presente al pasado, al futuro, o recurre a la simple especulación omnisciente (desde la primera persona) de manera novedosa, gracias a la suma de discretos ¿y casi inadvertidos? procedimientos narrativos, que evitan oscurecimientos gratuitos y otras herejías.

 

Hay ejemplos más específicos, como cuando dice Max (…) “papá era un hombre impetuoso” (…) “no podía vivir sin tinta y papel que transformaba en cartas” (…) “Desde París todo lo quería controlar” (…) “No había detalle ajeno a él” (…) “Era necesario ponerlo al tanto de la cantidad que había para el manejo mensual de la familia y  cómo era el personal doméstico que trabajaba en casa”; pág. 23. El subrayado nuestro sirve para definir algo tan importante como la situación económica, de esa etapa, en la familia Henríquez Ureña. U, otra vez Max, señalando como (…) “Cuando el Instituto de Señoritas abrió, mamá puso en marcha una revolución. Yo no había nacido. Cuento porque me contaron”, pág. 31. “Era admirable cuando mamá salía de negro, con aquel vestido francés impecablemente cortado, su pelo recogido, ya con algunas canas, la cartera de mano; caminaba despacio y no había excesos en su figura. Todo era sobrio en su rostro bañado por una acentuada languidez, que si no se debía a la enfermedad, iba perfectamente a tono con su naturaleza: poetisa y maestra”, pág. 29. Puesto de este modo, el parlamento, en boca de Max, le sirve a García Romero, para, como se da en decir, matar muchos pájaros de un tiro, que, por obvio, no hace el caso mencionarlos –excluso el de la enfermedad de la protagonista, su manera de vincularla con la profesión de la misma, y el criterio, romántico, de Max, y, a tono con la época y explícito en el subrayado nuestro.

 

O este otro procedimiento que sucede, casi de inmediato, al anterior y que, por ingenioso, burla, incluso, la fantasía e inteligencia del lector (…) “En aquella época escribió “Ruinas” y algunos versos sueltos. Poemas inspirados en sus desórdenes humanos, que contienen toneladas de dolor, poemas que escribió pensando en ella misma” (…) “La poesía de mamá estaba condenada a darle vuelta al mundo. No la de aquí, que hizo en Santo Domingo, sino la que escribiría en París, Nueva Cork, México, Argentina, qué se yo” (…) “pero contrario a papá, ella era muy limitada” (…) “como una paloma aferrada al nido” (…) “no tenía sueños ambiciosos. Nació para amar a su familia (…) “Eso la ancló al terruño, a la escuela, a su casa y no salió nunca” (…) “tenía miedo al desarraigo, a saberse lejos de su patria” (…) “El país era el culpable, pobre de cultura y con gobernantes efímeros y sin mucha visión; pero” (…) “ella” (…) “era muy terca y aferrada a lo poco. Prefirió una vida áspera, caótica, cruel y vacía. No quiso dar el gran salto” (…) “Tres hijos que no estaba dispuesta a sacrificar por nada; todavía el precio fuera su salud, la escuela que dirigía, o su gloria personal. Perdió el camino”, pág. 30-31.

 

Todo es tan explícito, por enésima vez, que huelgan comentarios; y todo redactado con pulcritud, veracidad y precisión matemática; y portador del núcleo de lo que quiere decir, con toda la novela, su hacedor.

 

Gracias a su factura testimonial y a la veracidad especulativa, llegamos a saber, por y desde la novela, que la poesía de Salomé Ureña (personaje real y de ficción) es confesional y comprometida, hasta donde el arte suele y debe serlo; y que “Ruinas” es, también, el título de uno de los poemas de mayor difusión de esta célebre personalidad de la lírica dominicana; título premonitorio, para sí, en tanto define una parte de la vida de la poetisa que pertenece únicamente a ella, en la medida en que puede excluir los intereses de sus paisanos y hasta, un tanto, de sus familiares más cercanos: estamos hablando de la vida profunda y del fuero íntimo de Salomé Ureña.

 

En el mundo “real”, como en el de la ficción, todo se puede; incluso caminar por encima de un jardín,  sin caer en cuenta que se están pisando las flores (ambigüedad ex profeso): esto, precisamente, ocurre con nuestro personaje. Salomé Ureña posee altísimos derechos y merecimientos (¿su tragedia es histórica?) ella no debe cuidar su integridad ni la acosan, como a Penélope, decenas de pretendientes ávidos de rapiña; tampoco tiene que defender su fidelidad para el que está allende los mares: ella, en sí, es un paradigma ético-moral. Pero ni los hijos ni la enfermedad, han sido valladar suficiente para detener a Henríquez y Carvajal quien se va a Francia a estudiar medicina. Se ha pasado por encima de sus protagonismos públicos o de su validez artístico-literario.

 

Ni por todo el oro del mundo ni por la conquista de prestigio alguno se deja, durante cinco largos e infinitos años, a una mujer como Salomé Ureña. Es un hecho, según la novela de García Romero, infinitamente injusto. Por estos triíllos, nos complace lo que dice el escritor Pedro Antonio Valdez: “En Ruinas el autor toma la vida de dos personajes públicos, iconos de la historia política y cultural dominicanas”, luego añade “la nostalgia de una familia materialmente matriarcal en la que el padre se convierte en el gran ausente”, pág. 135.

 

Para el lector anuncio el trago amargo que se le echará encima con la desaparición, física, de uno de los personajes más grandes; digo de los personajes femeninos más grandes, de los esculpidos, hasta hoy, por las letras de nuestra lengua. Duele ver como aquella entraña de flor malgastó el tesoro de su vida en un duelo sin importancia, en una batalla contra invalidantes imposibles. Hubiera sido preferible, como lo da a entender y expresa el Max de la novela, que Salomé optara por los “riesgos” del “desarraigo”, como hizo, por sólo citar un caso, su colega, de Cuba, Gertrudis Gómez de Avellaneda, en 1836, cuando tenía sólo 22 años, y por cuya obra, como su paisano José María Heredia (1803-1839) ganó reconocimiento universal.

 

La novela Ruinas se ubica entre lo mejor que está sucediendo en nuestras literaturas. Y, en este  caso específico, prefiero correr el riesgo de exagerar, un tanto, a quedarme corto por miedo al ridículo, y digo: si hay justicia y la gente avezada espera, de verdad, cosas trascendentes de la literatura y no única y exclusivamente el placer por el placer, entonces, en tanto me asiste el derecho de gente, pido, desde esta especie de tribuna, un Premio grande y merecido a la novela y a su autor. A Hemigway se lo dieron, muy merecidamente, por El viejo y el mar; ¿por qué no otorgárselo, también, y por lo mismo, al dominicano Rafael García Romero?

 Santiago de Cuba.

Lunes 18 de junio del 2007

 

Efraín Nadereau Maceo es un escritor, poeta, crítico literario y animador cultural de Santiago de Cuba.

Rafael García Romero: Consagrado a la escritura

Rafael García Romero: Consagrado a la escritura

Rafael García Romero es un escritor consagrado a su oficio. Escribe siempre, trabaja siempre, lee siempre y es un lobo solitario, un autor que ha asumido la soledad y el esfuerzo como claves para desarrollar su carrera literaria. Claro, eso no significa que Rafael sea un anacoreta, tan sólo es un hombre que entiende que hay un espacio único y vital en el que sólo caben él y las letras. Nada más. Por eso, cuando sale de ese pequeño reducto, trae en sus manos una obra que engrosa su bibliografía y que para él supone su mayor logro, mucho más que los premios que pueda recibir.

García Romero nació en Santo Domingo en 1957. Forma parte de la conocida generación de los 80. Estudió periodismo y más tarde arquitectura, sociología y letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Formó parte del taller literario César Vallejo y fundó, junto a otros autores, el Colectivo de Escritores Dominicanos. Ha publicado los siguientes libros de cuentos: Fisión (1983), El agonista (1986), Bajo el acoso (1987), Los ídolos de Amorgos (1993), Historias de cada día (1995), La sórdida telaraña de la mansedumbre (1997) el cual también fue traducido al italiano y publicado por la editorial Perrosini, Obras narrativas juntas (1999), A puro dolor (2001) y Ruinas (2005). Además, publicó los libros de ensayos: Premio Nobel y literatura latinoamericana (1983) y Ensayos críticos sobre escritoras dominicanas del siglo XX (2003).

Ha obtenido diversos premios literarios, entre ellos el Premio Nacional de Cuentos en 2001. Ha sido incluido en numerosas antologías, impartido numerosos talleres sobre narrativa y su obra ha sido traducida a otros idiomas. Fue redactor y editor de periódicos como El Día y El Siglo, y la revistas Isabela y Ahora. En la actualidad labora como Director General de Cultura en la Secretaría de Estado de Educación.

ROSA SILVERIO: ¿Cómo surgió tu alianza con la escritura?
RAFAEL GARCIA ROMERO: La literatura y las alianzas. Hay que hablar de una y otra cosa, pero no como si la literatura anduviera por ahí sola, desentendida, libre y haya que acercársele y decirle algunas cosas al oído, pactar con ella, hacer una alianza conforme a una ley de oferta y demanda. No es que sea así, pero de ningún modo hay una contradicción a la vista.

La vida, ciertamente, es un espacio de alianzas permanentes, de coyunturas. El oficio mío, igual que el oficio de cualquier profesional en ejercicio, empieza con una cierta forma de alianza. Vamos a llamarle trabajo y no “alianza”. Y, naturalmente, para trabajar y formarse como escritor hay que estudiar. Nadie dice “voy a ser médico” y se interna en una clínica, invade el quirófano de cualquier hospital, y empieza a hacer operaciones de corazón abierto. Sencillamente, va a la escuela de medicina, estudia anatomía, examina cadáveres, mira viseras, toca el cuerpo humano con un sentido clínico y aprende a hacer diagnósticos. Igual sucede con un nadador, aunque de otro modo; igual con un atleta, que a diario entrena y sigue un riguroso régimen de ejercicios. En cuanto a la escritura, es otro campo, tiene sus ventajas. El escritor estudia, aprende a ver el ser humano con otras competencias sociales, estéticas y filosóficas. Y tiene que entrenarse. Lo que conlleva un riguroso régimen, una disciplina de trabajo, un sentido de autodeterminación. Algo en lo que insisto es la lectura. Hay que leer, leer mucho, todos los días durante cuatro o cinco horas. El escritor, cuando asume su trabajo también asume el compromiso de leer lo que otros han hecho. Ese compromiso incluye la lectura, varias veces, del diccionario de la Real Academia de la Lengua, que considero el más exquisito de los libros. La lectura de ese y otros diccionarios te va dando el oído, te hace un estómago, nutre tu cerebro con nuevos sonidos y excitantes palabras; y te ayuda con el control del olfato, aprendes a conocer diversos aromas, olores, perfumes, fragancias; y, por supuesto, aprendes a conocer el buen olor y a diferenciarlo de la fetidez, de la descomposición.

La literatura, vista así, no es un puerto de llegada. Hay que verla como un oficio de demandas constantes. Se nutre y ensancha con los aportes individuales, con el trabajo de los escritores, con las preferencias de los lectores. De ahí que lenguaje, literatura, cultura y escritores van de la mano, son eslabones y parte de una misma cadena.

Un escritor, en tal sentido juega un papel dentro de esa cadena, tiene deberes y reclama sus derechos. Eso quiere decir que aporta, pero no es algo que lo haga de manera lineal. Un escritor jamás será parte de un proceso mecánico. El escritor es un creador que también se forma, y a la vez que lo hace informa; mira la realidad y se percata que él forma parte de lo que mira, y cuando mira lo hace con agudeza y ve todos los ángulos de esa realidad, mira qué tiene a su favor, qué hay bajo su gobierno y disposición y qué hay allí que conspire contra sus propósitos. Entonces recurre al escenógrafo que vive en sus fueros internos: lo hala y anima a que amueble y amuebla, acomoda con esmero estético, distribuye los espacios cotidianos y de siempre y no se detiene con lo primero que ve hasta que no se vea de manera diferente. En eso radica la potencia de su talento: mira todo lo que ve con los ojos del rey Midas. Un rey Midas muy singular: mira y explora su entorno, examina todo lo que forma parte de su realidad rasa, y finalmente, con pasos resueltos, va a la médula de los ángulos contrapuestos y hace de lo que ya existe un paraíso único y seductor.

El oficio mío –y ya entro en un terreno autobiográfico- nació un poco de la combinación de lo que me alimenta, veo, toco y lo que huelo. Y lo reitero, no es algo lineal, forma parte de un proceso. En ese proceso impera la armonía constante, el reclamo, los retos y las demandas permanentes. Sin exagerar, la literatura es ver, tocar y clasificar olores. No soy muy dado a hablar de mi vocación literaria con palabras llanas. El oficio no está en hacer una alianza o una elección. No se trata de escoger medicina, física o decidirse por una especialidad en literatura comparada. No. Contrario al médico, al físico o ingeniero nuclear, para el escritor no hay un pensum de estudios. Todo escritor tiene, fundamentalmente, un punto de partida. El punto de partida, su compromiso o la alianza, o como tú quieras llamarla, está en conocer la lengua, trabajarla, hacerla su herramienta vital, de ella come y bebe, se cubre y guarece, con ella ve, huele; y finalmente piensa y comprende qué significa, y cuál es el poder vital y humano que tiene la literatura y el oficio de escribir, y finalmente, escribe.

La respuesta en cuanto al punto de partida o lo de la alianza es sencilla, y también extensa. Yo pienso que cada escritor, igual que los seres humanos, tiene un tiempo para trabajar, su trabajo obedece a una época de formación, y por supuesto, tiene que estar al servicio de una comunidad que se comunica y entiende mediante una lengua; y por su puesto, está comprometido a contribuir al fomento de la educación y la cultura de esa comunidad, de su país.

RS: Aunque dices que sólo eres narrador, sé que has escrito y escribes poemas, incluso algunos han aparecido en varias revistas. ¿Algún día publicarás un poemario o seguirás coqueteando secretamente con la poesía?
RGR: Un poeta amigo, Guillermo Boido, a quien me honra nombrar, dijo que la poesía no se vende porque no se vende. No es un juego de palabras. Es la convicción de un poeta que advierte.

La verdad es que nadie juega con la poesía que no se vende, y punto. Ahora, yo me pregunto, ¿están los tiempos para escribir poesía? Uno es lo que pregona. Cada oficio tiene sus indicios. Anuncian. Imponen un nombre. Si escribes y publicas un libro de poemas, ¿eres poeta? No. Y ahora que digo “no” me doy cuenta que esta negación necesita una explicación. Sí, una explicación, porque el mundo está lleno de gente que publica un poema y ese hecho hace que injustamente lo bauticemos como poeta. ¡O ya estamos viviendo una época sin exigencias estéticas, que considera "poeta" a todo el mundo! Ahora, yo creo en la poesía. No esa poesía que está escrita y reposa en la página fría de los libros. Vivimos un mundo con mucha poesía dispersa, poesía de miedo, poesía de dolor, a lo que se suma la pobreza, la falta de equidad... Existe eso, pero hay pocos cronistas, necesitamos más alfareros, alfareros que deben trabajar ese dolor, el miedo, la pobreza… son los alfareros que muchos llaman, justamente, poetas, los que están en el deber de asumir tal compromiso.

RS: ¿Hay un tema que te gusta tratar en tus obras?
RGR: No pienso esencialmente en un tema, sino en una atmósfera: la vitalidad de la ciudad con su gente y a través de su gente. En cierto sentido la gente de la ciudad de Santo Domingo reclama su propio cronista. Sí, porque la gente en la ciudad vive trabajada por otra forma de vida, costumbres y códigos. El universo es otro, con nuevos paradigmas. En cuanto a mí veo y asumo la responsabilidad para escribir mirando ese fenómeno que se dio y que se da a diario, que es la evolución y el trajín de la vida en la ciudad. Entonces, oriento la literatura que hago por ese camino que transita el hombre que viene a vivir a la ciudad, a trabajar y que lo atrapa la vida, el ritmo, el desasosiego y los desequilibrios de la ciudad que marcan a todo el que vive en ella.

RS: Has recibido muchos premios por tu textos, ¿qué importancia han tenido estos reconocimientos?
RGR: En todo esto, si tengo que escoger entre los premios y los libros publicados, valoro más los libros publicados, porque los premios constituyen un momento fugaz en la vida de un escritor, pero los libros son su vida; ahí, en cada página que escribe y publica está toda su existencia. Además, son los libros y mi trabajo constante, lo que me ha permitido asociarme con otros escritores, que son mayores que yo, o que son de mi propia generación. Eso me ha permitido tener un fructífero intercambio de impresiones, examinar la obra de ellos, y que ellos también puedan examinar mi obra. Así que mantener una relación de convivencia como autor es muy importante, es muy gratificante y, sobre todo, de gran aliciente para continuar un camino tan difícil de hacer, porque no sólo es hacer el camino, sino también transitarlo, como es la vida y lo que conlleva ser escritor y vivir en la República Dominicana con las características de un país enclavado en una isla, y sobre todo del Caribe, que no es un punto de referencia, también es un camino.

RS: Cuéntanos en cuáles proyectos estás trabajando actualmente.
RGR: El trabajo de un escritor, hoy en día, es tumultuoso, tiene varias direcciones. Yo estoy envuelto en diversos proyectos que van avanzando de manera paralela, sin tocarse, sin interferencias lamentables, pero con la fe y la voluntad y el esfuerzo que pongo cada día en ellos, se que podrán llegar a buen puerto. Eso sucede gracias a las facilidades de la tecnología, de la computadora, que te permite abrir dos, tres y hasta cinco archivos de manera simultánea. Cada archivo contiene un proyecto diferente, ya sea un cuento, una novela, un artículo que espera un medio específico, un editor, que tiene día y hora de salida, para ser leído por una comunidad de lectores. En mi caso, que trabajo con la literatura y para la literatura, tengo que hacer tiempo para diversas demandas, pero, sobre todo, para echar una mirada al pasado y ver qué hice, qué publiqué y cuáles libros necesitan una reedición, y qué debo publicar en el presente. Ya había hablado del libro “Ruinas”, estoy inmerso en la promoción de una cuarta edición. Pero, en virtud de lo que he llamado esfuerzos paralelos, estoy trabajando en un libro de cuentos eróticos, titulado “El ángel destruido”, todavía se llevará varios meses de trabajo, antes de que pueda ser publicado. Eso no significa que sea mi próximo libro. Entre el tiempo de terminar una y publicarla puede ganar espacio un proyecto más urgente, más inmediato, más alucinante, al que haya que darle prioridad y concederle todos los privilegios.

La promoción, además, de mi último libro “Ruinas”, consume mucho de mi tiempo. En este momento trabajo, fundamentalmente, en su promoción, que es un libro, como dice el escritor y novelista Pedro Antonio Valdez, donde tomo la vida de dos personajes públicos, íconos de la historia política y cultural dominicana, pero no para resaltar su participación social, sino para narrar su intimidad como columnas centrales de una familia. Hay una idea sobre la obra que yo comparto con Valdez, ya que “Ruinas”, sin convertirse en novela de amor, al menos no en el sentido acostumbrado, nos presenta a una Salomé, la poetisa dominicana más importante del siglo XIX, y a su esposo Pancho, alejados y apenas reunidos por el vínculo de la epístola. Porque en “Ruinas” está un poco la nostalgia de una familia materialmente matriarcal en la que el padre se convierte en el gran ausente.

Escribo en este momento, hago todo lo que un escritor debe hacer. Escribir, para mí, sencillamente, es un proyecto diario, personal, urticante y que no acaba con la publicación de un libro. Sucede que en República Dominicana, por las características sociales y económicas del país, todos los escritores estamos llenos de proyectos; no hay uno que no tenga un proyecto sobre la mesa, porque el trabajo de un escritor no se limita a escribir. Hay que trabajar en muchas cosas conexas a la escritura. Tiene que ver con tomar de las manos un libro y hacerle camino. Sucede un poco con mi novela “Ruinas”, que aún vaya por la cuarta edición, y se trate de una obra adulta, todavía la llevo de la mano, la promuevo. Insisto en darla a conocer, que deje su huella en el camino, trato de hacer que forme parte del itinerario de una comunidad de lectores.

RS: ¿Cuáles autores y obras locales recomiendas para su lectura y estudio?
RGR: Yo estoy casado con diez libros de cuentos y cinco novelas dominicanas. Y contrario a la tradición puedo decirte los autores y los títulos de las obras, aunque, aclaro, que el orden de la cita no corresponde al grado de predilección que tengo por cada uno de los autores y las obras. Veamos: de Juan Bosch prefiero los “Cuentos escritos en el exilio”. A Rafael Eduardo Castillo, con “La viuda de Martín Contreras”; “En el Barrio no hay banderas”, de René del Risco Bermúdez; “Sábado de sol después de las lluvias”, de Roberto Marcallé Abreu; de Pedro Peix “Las locas de la plaza de los almendros”; “Subir como una marea”, de Arturo Rodríguez Fernández; “El silencio del caracol”, de Diógenes Valdez; y los últimos tres títulos son: “La fértil agonía del amor”, de Marcio Veloz Maggiolo, “Cuentos color sepia”, de Freddy Miller, y “La carne estremecida”, de José Alcántara Almánzar.

En cuanto a las novelas, y contrario a la tradición, prefiero “El oro y la paz”, de Juan Bosch, de Ramón Marrero Aristy “Over”. Y ya más contemporáneos, a los escritores Pedro Vergés, con “Sólo cenizas hallarás”, de Marcio Veloz Maggiolo “De abril en adelante” y “Los tiempos revocables”, de Diógenes Valdez.

RS: ¿Se puede creer en los concursos literarios dominicanos… en los polémicos premios nacionales?
RGR: Hay que creer. El ser humano es un animal de incertidumbres, de esperanzas y verdades. Y los escritores no tienen por qué ser diferentes. Tampoco los concursos, los polémicos premios que ponen en aprietos a un jurado, a tres o cuatro escritores que hacen de jurado. Y que juzgan no los libros y su calidad, si no cómo quedarán ellos ante los escritores que quedan excluidos del premio. De manera que no hay que temer. Los concursos literarios van más allá de los premios, contribuyen a poblar el mundo de libros, tanto los de aquí como los extranjeros. Y todos están llenos de incertidumbre, son esperanzadores, y profundamente verdaderos.

RS: ¿A qué atribuyes el poco repunte a nivel internacional que tiene la literatura dominicana? ¿Falta de calidad o poca difusión?
RGR: La República Dominicana entra de lleno en una situación de excepción, ya que empiezan las casas editoriales de España, Italia y la región a poner el ojo en importantes escritores dominicanos. En ese fenómeno, incide, por supuesto, los niveles particulares de desarrollo de nuestra sociedad, ya cuenta con una impresionante comunidad de lectores, que demandan más libros, y que permite que un mayor número de escritores nacionales consoliden su literatura, presenten mejores historias, más depuradas, más trascendentes. Basta señalar el caso de la novela. Las muestras anteriores a las últimas dos décadas, salvo algunas notables excepciones, no fueron muy consistentes. Pero hoy, partiendo de autores generacionalmente modernos como Marcio Veloz Maggiolo, Diógenes Valdez, Enriquillo Sánchez, Angela Hernández, Luis Arambilet, Pedro Vergés, o Pedro Antonio Valdez podemos contar con importantes títulos de novelas que podrán sacarnos de la insularidad, que nos situarán dentro de una grande y ya venerable corriente continental. No sucede lo mismo con la poesía actual, que no iguala, ni consigue superar el trabajo que hicieron glorias de nuestras letras, como Manuel del Cabral, Pedro Mir, Héctor Inchaustegui, Domingo Moreno Jimenes y Franklin Mieses Burgos.

La poesía contemporánea tiene muchos empecinados, gente que sueña, que arriesga su presente de manera precipitada, que se aventura llevar un libro a la imprenta, pero no tiene futuro. El futuro de nuestra poesía, paradójicamente, está en Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, Aída Cartagena Portalatín y otros poetas del pasado. Y como ya te dije, se trata de un fenómeno exclusivo de la poesía, que no se da fuera del campo de la poesía, y que, afortunadamente, no sucede con la narrativa.

Sin ninguna duda, la literatura dominicana tiene un camino internacional muy promisorio. Nunca como a finales del pasado milenio y principios de esta década ha tenido tanto respaldo. Tenemos escritores dominicanos cuyos libros son demandados por editoriales extranjeras. No son los autores que tú o yo quisiéramos ver, pero esos son los elegidos. Para ver otros escritores publicados, promovidos y con la calidad necesaria… eso es algo que tiene que esperar. Sobre todo que yo confío, yo apuesto a esos escritores; Dios le sabrá dar a muchos, incluidos editores y escritores, el discernimiento, la claridad de pensamiento, la paciencia necesaria, y la mesura para esperar a que ese momento llegue.

RS: Siempre se ha comentado de que hace falta la “gran novela dominicana”. ¿Crees que ya se ha escrito o piensas que todavía no ha llegado el “mesías”?
RGR: Hay que defender la literatura dominicana, la buena; y luego ver los casos particulares. En ese sentido, ya tenemos nuestra literatura y buenos escritores. En cuanto a lo otro… Yo no sé si es un comentario que se muda cada década y se pone en boca de muchos críticos, escritores y poetas; o si definitivamente estamos inmersos en un clima de expectativa constante en esto de esperar. No creo que nadie, ningún escritor, poeta o narrador, se haya propuesto escribir el gran poema, el gran cuento, y como tú planteas, la gran novela dominicana. A falta de esas grandes piezas, ¿sería correcto hablar de poemas, cuentos y novelas menores? Creo que no. Definitivamente los dominicanos tenemos el piso, vamos haciendo un camino y damos pasos con firmeza y eso ya es suficiente. Con la calidad que exhibe las letras dominicanas podemos ganar el cielo. Tenemos una literatura hecha por escritores con una gran consistencia, con libros publicados aquí y allá, que forman parte de la literatura latinoamericana, de la literatura caribeña, de la literatura hispanoamericana. El futuro no está en un solo escritor, en un solo hombre, en un libro. El futuro está en ver y valorar a República Dominicana y defender y promover sus escritores sin egoísmos, como un conjunto armónico, sin que nadie reclame calidades y principados injustos, o hable de mesías, que en literatura los mesías no tienen ningún poder de validez.

Publicada el viernes 11 de Mayo de 2007 en el blog de la escritora Rosa Silverio.

Ruinas: Un encuentro poco usual.

Por ML. Nuria Isabel Méndez Garita [1]   

Introducción  

El escritor dominicano Rafael García Romero publicó el relato Ruinas basado en la vida de dos ilustres personajes de su país: Salomé Ureña y Francisco Henríquez.  Son poco los textos que llegan a mi país, procedentes de esta nación, mas hubo una época en que uno de los descendientes de estos personajes, nos motivó con sus ensayos.

Conocimos de cerca a Pedro Henríquez Ureña y a sus escritos en torno al arte, la literatura.  “Utopía de América”; así se titula uno de esos ensayos. Hoy sé que su herencia ha impactado e impacta a las nuevas generaciones. Antes que él, su padre y su madre hacían historia en las letras dominicanas.  Por eso, me  resulta satisfactorio, leer una historia de amor, pasión y tristeza; una historia humana, y como dice el epígrafe, igual a la de muchas Salomé.

Aventurarme con este relato, me permitió acercarme a  Salomé Ureña y a su poesía. Mujer que expuso sus ideas por el progreso de su patria, por el amor  a la naturaleza; mujer que le canta a la paz y externa su afecto por la familia y por la tristeza que la invade. Mujer apegada a su tierra, a sus raíces, a su herencia. Por  eso, en su obra Ruinas  descubrimos los remanentes de un  pasado colonial angustioso(1976, 285) y, debo agregar, que no sólo del pueblo dominicano, sino de toda Latinoamérica. Hechos que pasan por nuestras generaciones olvidados.

Como  dicen algunos de los críticos, García se convierte en una voz poética “…que narra los alterados sentimientos de la poetisa”(2005,63), su virtud es que nos humaniza a la poeta que habló de humanidad.  

El título

El título es un  discurso  que forma parte del  texto. El primer contacto de un lector con la obra, inicia con el título; de ahí su relevancia, pues como menciona Chaverri (1986), este es ya un programador de lectura. Según   María Rodríguez, en el título se puede establecer  una dualidad por cuanto da información, pero a la vez esconde, lo cual crea una ambigüedad semántica, y certeza en torno a su significación, con el objeto de incitar al lector a continuar con la lectura del contexto.” (1994:43)  Esta ambigüedad es uno de los rasgos que suele caracterizar a los títulos, por cuanto están basados en la falta de claridad y presión. Aquí cabe la pregunta por ¿cuáles son las ruinas? También, encubre un sentido que sólo puede ser descubierto cuando el lector descifra  la clave que el autor usa en el proceso de construcción titulológica.  Es sólo con la lectura completa del co-texto, que se descubre esta clave.  Esta es una razón que permite considerar el título como una “voz polifónica” que está determinada tanto por el discurso social  de una época dada, como por la relación destinador-destinatario (1986:9). 

Por otro lado, el lector puede suponer una síntesis del mensaje a partir de la lectura del título, y le corresponde además, establecer cuáles son las relaciones existentes entre el título y el co-texto, así como las transformaciones que el primero puede haber sufrido. En razón de lo anterior, el lector muchas veces tiene que dilucidar, es decir, decodificar y descomponer el título  para acercarse a una interpretación. 

El estudio desde la titulología se puede dividir en tres áreas que abarcan lo  semántico,  lo sintáctico y lo pragmático. Para el caso de este ensayo,  el énfasis se centra en el componente sigmático, puesto que permite estudiar las relaciones lógico-semánticas  que existen entre título y co-texto.   En este sentido, Chaverri dice lo siguiente: “…como la intitulación debe aislar un contendido abstracto y resumirlo o tematizarlo, necesita por lo tanto una transformación de supresión, adjunción o sustitución, de donde resulta que el oxímoron, la metonimia y la metáfora juega un papel importante.” (1986:73) 

Las relaciones lógico-semánticas existentes entre el título y el co-texto parten del principio de que el título puede considerase autónomo mas no independiente de su co-texto, por la vinculación entre ambos, pues el primero de ellos se articula estrechamente con lo expuesto en el relato. Esto se da por cuanto el segundo elemento explica y desarrolla lo que ya se ha enunciado en un inicio. En consecuencia,  el título “forma él solo una articulación del discurso que mantiene relaciones con el cuerpo entero del co-texto” (1986:147). 

Cuando se hace este tipo de estudio, se puede hablar también de la connotación o de la denotación de los títulos. En el primer caso, se produce una  metaforización, porque, sólo a través de los hechos expuestos en el co-texto,  se puede conocer la significación del título, es decir, se requiere de “una interpretación simbólica” (2004:221), por parte del lector.   En el segundo caso, se da una concordancia entre el título y el co-texto,   y se  produce, en el lector, un sentido de acercamiento a la realidad y al quehacer cotidiano.

Partiendo de estos principios, ¿cómo podemos entender el título Ruinas, o bien, quién está en ruinas? En este análisis, nos interesa la definición que dice que una ruina es una persona en decadencia y caimiento tanto física, personal, familiar o moral. Pensemos en Salomé, la mujer dominicana. De una gran cultura, se dedica la formación de maestras y a la poesía; comparte con ilustres personas los problemas de su país. Sin embargo, la mujer se encuentra sola, distante de su marido; la madre, unida a sus hijos y ahí centra su lucha mientras ellos crecen. Conforme leemos extractos de sus cartas, vemos a Salomé en su decaimiento, en la soledad que la consume, y su medio de escape, la palabra. Ruinas es un título connotativo; se refiere a la mujer, pero en especial al la dicotomía patria-mujer: “Todo lo consumía la muerte: el magisterio, su poesía, el amor a nosotros y a la patria” (p.44)  

El género epistolar 

En el interior del relato de García Romero, encontré dos elementos familiares: no sólo el apellido Henríquez, sino la epístola como un género discursivo.

La multiplicidad de voces que se  entrecruzan en un corpus, lo vuelve contestatario. Y en esta función, los diferentes géneros intercalados que se presentan en el cuento juegan un papel importante para reconocer esa  multiplicidad. Es aquí donde el género  epistolar cobra importancia. 

El  discurso epistolar muestra las condiciones específicas no sólo por su contenido (temático) y su estilo verbal, o sea, por la selección de los recursos léxicos fraseológicos y gramaticales de la lengua, sino, ante todo, por su configuración o estructuración (Bajtín, 1982:248). La epístola se convierte en  “...un trasmallo de nuestras vidas. Cada una lleva voces; reveladora, misteriosa, granada de cosas maravillosas e irrelevantes. De los tormentos y los temores de mamá. De sus momentos de aspereza, de delirios y caos ante el drama cotidiano de su soledad.”(p.18)

La historia contemplada en el discurso epistolar hace que los personajes se construyan por la escritura de correspondencia, pero se transforman en el proceso de esta escritura cuando intercambian posiciones como personajes de sus propias historias. Entre ambos interlocutores, Salomé y Francisco, hay un contexto de complicidad formado por el ambiente de las relaciones y situaciones que sólo saben los personajes y que resultan ajenas a un extraño (lector).

“Crees que podrás esperar sin menoscabo de tu salud mi regreso? ¿Tienes esperanzas? (...)Cuando me aventuré en esta empresa, conté contigo. Pero no insistiré en ella, si debe costar tu ruina...”(p.22)

En suma, es la ruina de Salomé; la aventura es la del hombre, su esposo.

Como instrumento de escritura, al servicio del pensamiento, el discurso epistolar beneficia el intercambio dialógico entre dos sujetos discursivos, que es, al mismo tiempo, el lugar en donde la subjetividad del Yo toma cuerpo en la palabra escrita. (Bajtín, 1982:256).  Por eso, cuando se piensa en cartas privadas, se hace alusión a la producción, circulación y consumo (lectura) de este género intercalado que inscribe una primera (yo) y una segunda (usted) personas discursivas, que conforman su estructura.  Más aun, en este tipo de discurso, se da una combinación lúdica entre quienes escriben y aquellos que, por medio de la lectura, ficcionalizan. Es decir, se apela a la atención del lector, se le tienta para que acceda al espacio íntimo y confidencial de la correspondencia personal. (2006,125) 

En Ruinas, el discurso epistolar se usa como un recurso que pone en diálogo la cultura  latinoamericana con  la europea; propiamente, la que Francisco envía a su familia, desde París “ la casa nuestra, poco a poco, con los encargos de mamá y las libertades que se tomaba papá, se iba transformando en un pequeño Paris...”(p.25). En el relato, el  género sirve para que se establezca un diálogo con voces  muy disímiles: una mujer, madre, maestra, escritora, y su esposo, estudiante de medicina en Europa, quien a la distancia, impone su presencia: “Desde París todo lo quería controlar”(p.21), nos dice su hijo Max.   No sabemos cuántas cartas se escribieron, pero fueron durante toda su vida, de Europa y de Haití a República Dominicana.

El uso del lenguaje íntimo produce una mayor expresividad y sinceridad.  En  la epístola (y lo mismo puede suceder con el diario), los recursos expresivos se construyen en una actitud emotiva y permiten valorar al hablante con respecto al objeto de su discurso. La entonación  y la palabra adquieren también un grado de expresividad especial y en este aspecto, la carta consolida una dimensión íntima, pues refiere nombres, sentimientos y situaciones, es confidencial. Y el lector, confidente silencioso. Con las cartas conocemos del apego de Salomé y el miedo de Francisco a sentar raíces en su tierra.

Las cartas se arruinan con el tiempo; se deterioran. Si Max no nos hace partícipes de los sentimiento expuestos en ellas, no conocemos a Salomé, la mujer, ni tampoco el desapego de su padre por la tierra.  Son cartas profusas en detalles “cotidianas, con promesas y sueños disueltos en el anochecer del tiempo”(p.24). Ahí están las ruinas. 

En este relato, aparecen otros géneros intercalados, como el lírico, por eso reconocemos la lírica de Salomé, y el epitafio.  Este último expresa el respeto de un pueblo, por el recuerdo de la poeta muerta.  

La mujer

Ciertamente, el discurso “masculino impone su propio deseo sobre la relación hombre-mujer” (1992,32). En este caso es la distancia el mecanismo utilizado, y la sabiduría que proviene del viejo continente, para invadir la cultura latinoamericana. Tal hecho no es exclusivo de la República Dominicana.  Salomé se muere de a poco, se consume; pero es en su palabra cuando se siente firme, es en sus ideales cuando nos dice que su lucha queda. Su vida la hizo maestra de las letras, de la vida. Su lucha es una lucha cotidiana y, como muchas mujeres, en solitario. 

Ruinas es la historia de una mujer, con un compañero ausente, pero su discurso a través de la epístola y la poesía, nos permite conocer “el desamparo al borde del abismo”(p.50)  en el que vivía. El desasosiego de su alma, sólo se apaciguó cuando, en el reposo de la muerte, recuperó la libertad. 

ML. Nuria Isabel Méndez Garita [1]                                                                                                  

Referencias  

Bajtín, M. (1986). Problemas de la poética de Dostoievski. Fondo de Cultura  Económica. México 

Bajtín, M. (1986).  Problemas literarios y estéticos. Fondo de Cultura Económica. México  

Barthes, R. (1986). El placer del texto. Editorial Siglo XXI, Tercera Edición, México.  

Chaverrí, A. (1986). Introducción a una titulología de la novelística costarricense. Tesis para optar por el grado de Licenciatura en Filología Española. Universidad de Costa Rica 

García,  R. (2005).  Ruinas Ediciones CEDIBIL. República Dominicana 

Lazo, R. (1976). Historia de la literatura hispanoamericana. Editorial Porrúa, México 

Macaya, E. (1992). Cuando estalla el silencio. Editorial Universidad de Costa Rica. San José,  Costa Rica       

Méndez, N. (2006) De la literatura infantil costarricense. Tesis para optar por el grado de maestría en Literatura Latinoamérica. Sistema de estudios de posgrados, Universidad de Costa Rica. 

Rodríguez, M. (1994). Titulogía y sentido: una aproximación a las estructuras estilístico-retóricas de El canto General”. En: Revista Comunicación. ITCR. Volumen 7 No. 2 Año 16. pp 43-50.       


[1]      Máster en Literatura Latinoamericana, Académica de La Universidad Nacional, Heredia-Costa Rica, donde trabaja para la División de Educación Rural de Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE). Directora de la Revista EDUCARE. nuriaisabel@gmail.com

Ruinas

Ruinas

“Ruinas”, es una novela en la que el escritor y periodista Rafael García Romero narra vicisitudes y días amargos de la madre de Pedro Henríquez Ureña, la poeta y educadora Salomé Ureña.

La novela “atrapa en sus páginas la atmósfera y el palpitar de una época a través de la historia de amor, abandono y soledad entre un médico graduado en París –Francisco Henríquez y Carvajal– y la poetisa más famosa que tuvo República Dominicana a finales del siglo diecinueve: Salomé Ureña”, indica un comunicado.

La obra cuenta además “el drama humano, de soledad, desplome emocional y depresión que vivió la educadora durante el periodo que su marido estuvo estudiando medicina en París”.

Salomé Ureña murió el 9 de marzo de 1897, luego de una enfermedad que la postró en cama e hizo que cerrara el único centro de estudios superiores para mujeres que existía en República Dominicana.

Ruinas
Ediciones CEDIBIL
2005


 

Ante la mujer Salomé Ureña

Ante la mujer Salomé Ureña

Un día después de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer, o sea, mañana, se cumple una fecha importante para la educación, para la poesía y la cultura nuestra. Se trata del 110 aniversario de la muerte de Salomé Ureña, quien falleció el 9 de marzo de 1897.

Mucho se ha dicho de ella como progenitora de los hermanos Henríquez Ureña: Fran, Pedro, Max y su única hija Camila, quien fue bautizada, además, con un segundo nombre, el de su madre Salomé, y quien vivió desde los 12 años en Cuba, hasta su vida adulta, cuando, sin saberlo, regresaría a morir a República Dominicana.

Nadie amaba tanto escribir como Salomé, con esa gracia, con ese estro y entrega tan sublime, aún inspirándose en temas tan domésticos y familiares y sencillos. No sé de otra poetisa que todo le interesara para convertirlo en poesía, como si estuviera en conexión íntima con el alma de las cosas y conversara en secreto con ellas. La poesía era su vida, igual que la educación y los libros. Disfrutaba y era consciente de su responsabilidad como poetisa, como maestra y lo que conllevaba transmitir valores, muchas veces sus propios valores, a un puñado de discípulas. Ningún desafío la arredraba. Era una mujer de temperamento reflexivo, dinámica, atenta y previsora, con determinación, totalmente resuelta, dueña de un fuero interior indoblegable.

Era un tipo de mujer muy singular para su tiempo, con ideas y cualidades no muy aceptadas. Y muchas veces aceptadas a regañadientes. Grande y fuerte –como la llamó Leonor M. Feltz- templada al fuego del más ardiente patriotismo. Sabía lo que tenía que saber y vivía de acuerdo a los dictados de su inteligencia; y por supuesto, sujeta a sus propios valores humanos.

Hay un periodo lejano en la vida de Salomé, poco tratado y muy importante desde el punto de vista humano. Se trata de los años de estudios de medicina de su esposo Francisco Henríquez Y Carvajal en Francia. Se había marchado en 1887. Viajó a Europa, radicándose en París hasta el año 1891. En la Universidad de París obtuvo el doctorado en Medicina.

Ese periodo europeo de Pancho, como Salomé le decía, se extendió cerca  de cinco años; y fue funesto para Salomé, marcaría su vida, el matrimonio y casi destruye la familia que dejó en República Dominicana. Nos presenta a Salomé Ureña en todo su proceso de desplome emocional. Nos muestra –a través de las cartas que se cruzan– una mujer al borde de la desesperación, presa de una terrible depresión, fruto de la soledad, el abandono y la lejanía de su marido.

La distancia y una enfermedad alteran de manera inimaginable el orden de los sentimientos y la profundidad de las emociones; y para ese tiempo Francisco Henríquez y Carvajal estaba lejos, en París; y Salomé aquí, enferma.

En la novela “Ruinas”, de mi autoría, hago un vivido y detallado recuento de tal periodo. De soledad, de defensa e interés por la salud y la educación de Salomé por sus hijos, de mayor entrega y dedicación al Instituto de Señoritas, que impulsaría una preocupación diferente por la educación, superación intelectual y en valores de la mujer dominicana. Un hito, algo nunca visto en la historia de la educación dominicana hasta que su fundadora abrió sus puertas en 1881.

Hay un momento de gran impacto en la novela “Ruinas”. Y que yo transfiero a los lectores, a través del tercer hijo del matrimonio: Max Henríquez Ureña. Se trata del regreso de Francisco Henríquez y Carvajal a República Dominicana.

“Llegó papá”, dice Max. “No me resultó fácil comprender el alcance emocional de aquel acontecimiento, el verdadero significado de su regreso. Yo, al principio, pensé que se trataba de un acontecimiento sencillo, sin ninguna repercusión inmediata. Pero qué equivocado estaba. “¡Papá regresó!”, pensé; y entonces lo comprendí todo de repente. Terminó la noche y empieza un nuevo día, llegó a su fin una parte absurda y dolorosa de nuestra familia. ¡Vaya! Pasaron muchos años para que lo entendiera, para darme cuenta qué significó para mamá, y para nosotros, el regreso de papá”.

Y pasa a describir la inusual alegría de su mamá, ese día, a la hora de recibirlo:

“El día indicado mamá se puso un vestido elegante, majestuoso, de seda y algunos motivos bordados en rosado, digno para tan memorable ocasión. Tomó el frasco del último perfume que había enviado papá de París y se impregnó de el, con esmero. Cuando salimos olía a rosas y se veía intranquila, algo apresurada. No lo creía. No creía que al fin se iba a reunir con papá, después de más de cuatro años sin verlo y tantas cartas con promesas incumplidas, y viajes pospuestos y recibimientos soñados y cancelados, bañada en un mar de lágrimas que se llevaba, violentamente, un mar de sueños, con más lágrimas e hinchados los ojos. Estaba tan intranquila en medio del tumulto del puerto que hasta papá, cuando la alcanzó a ver, se dio cuenta”.

En sus últimos días Salomé se aferraba a la vida. Quería vivir, amaba a su esposo, soñaba con ver adultos y profesionales a sus hijos; quería escribir, retornar a las aulas, quería tantas cosas y tenía mil razones para vivir, pero ya no podía retener la vida, quería sonreír, pero la tristeza la consumía, salía a borbotones de cada poro de su rostro.

Murió todavía joven, a la edad de 47 años, debido a los estragos que le causó la tuberculosis.

Periódico Hoy-República Dominicana 
Jueves 8 de Marzo del 2007 

“A puro dolor y otros cuentos”.

“A puro dolor y otros cuentos”.

Santo Domingo. Segunda edición, Ediciones Cedibil, 2006 .
Obra con la que la Secretaría de Estado de Cultura le otorga el Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” correspondiente al año 2000.
 

Hechos y noticias cronológicas de Rafael García Romero

1957. Noviembre 1.  Nace en el sector  de San Carlos,  Santo Domingo.

1965-68. Durante  la Guerra de Abril, reside en Barahona.

1975-76. Es Coordinador  Sección Literaria del Movimiento Domingo de los Santos, del cual es  cofundador.  Santo Domingo.

1976.   Publica en la sección Nuevas voces del suplemento cultural “Aquí” de La Noticia (Santo Domingo): “Primer principio de la esperanza” y “Escorpión157”.  (Junio 17)

1976-78. Realiza estudios periodísticos en el Instituto Dominicano de Periodismo.  Santo Domingo. 

1978-79. Es Miembro de la Sección de Literatura del Movimiento Cultural Universitario (MCU), de  la Universidad Autónoma de Santo Domingo . 

1978-86. Realiza estudios de sociología, arquitectura y letras, en la UASD.  

1979-85.  Forma parte del Taller Literario César vallejo, adscrito al Departamento de Extensión Cultural de la UASD.  

1983.   
- Editor de la hoja literaria “Volante”.
- Con su relato “Para un día triste, como hoy”, obtiene una mención honorífica en el Concurso Literario    organizado por la UASD. 
- Publica su primer libro: “Fisión”.
- Publica el libro “Premio Nobel y la literatura latinoamericana. ”.
- Aparece en la antología Cuentos premiados 1983, de Casa de Teatro.  Se incluyen sus cuentos “Estaba previsto” y “Sucede siempre”, con los que obtiene dos menciones honoríficas.

1984. 
- Sus poemas “Confesión” y “Declamación declinante a la decoloración” son incluidos en la Novísima poesía dominicana, de Igor Zamora. Antología  editada por el Instituto Universitario Politécnico de Barquisimeto (Venezuela) . .
- Junto a los poetas Castro y César Zapata integra el Consejo Editorial del Boletín del Taller Literario César Vallejo.
- Funda, con Reynaldo Disla, Castro, Juan Freddy Armando, Carmen Sánchez y Franklin Gutiérrez, el Colectivo de Escritores Dominicanos.

1985.  
- Obtiene el primer premio en el concurso de cuentos auspiciado por el Ayuntamiento del Distrito Nacional.  Su texto ganador es “¿De qué otro modo?”
- Bajo el título de “Cuentos ordinarios y extraordinarios” publica, en la página literaria del diario El Sol Trapiche, varios de sus textos narrativos.

1986.   
- Publica su segundo libro de cuentos: “El agonista”.
- En colaboración con el poeta dominicano Wilfredo Rijo publica, “Dos: poemas”. ”.
-  Es Co-Editor de la Colección Separata, dentro de la cual serán publicados los poemarios “Oficio de vivir” (1986), de Marianela Medrano, y “Para lo que fue creada Fili-Melé” (1984), de José Carvajal.
- Varios de sus poemas aparecen publicados en la página literaria Trapiche.
- Con su cuento “Bajo el acoso” obtiene el primer premio en el concurso de Cuentos organizado por Casa de Teatro.

1986-89. Es Profesor de literatura y lengua española, en el Centro Dominicano de Enseñanza.  

1987.    
- Publica “Bajo el acoso”, su tercer libro de cuentos.
- Coordinador de los festejos para la celebración del Octavo aniversario, de la desaparición  del poeta dominicano Manuel del Cabral en la ciudad de New York.
- Colabora con el Suplemento Cultural Isla Abierta del Diario Hoy, Santo Domingo.
- Publica, en Trapiche, un interesante ensayo, en tres entregas, titulado “Balsié: Memoria expresiva del costumbrismo local” en torno al libro de cuentos “Balsié”, de Ramón Marrero Aristy.  ( Octubre 21 y 28 y Diciembre 5)

1987-89.   Realiza estudios de periodismo en la Universidad Interamericana en Santo Domingo.

1987-91.   Es Colaborador de la revista Alcance, editada en New York.

1988. 
- Funda y dirige la revista Computadora (Santo Domingo), la primera publicación sobre informática editada en el país.
- Colabora con la revista ¡Ahora!, en la que publica artículos sobre temas literarios.
- Sus poemas aparecen en el volumen II -subtitulado Antología Poética Dominicana- del Diccionario Enciclopédico Dominicano.
- Publica, en Trapiche, el ensayo Perfil en torno a la última década de escritores dominicanos (1978-1987).  (Marzo 19)
- Con su cuento “Los límites de la realidad futura” obtiene una mención honorífica en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro.

1988-90.   Es Profesor de informática en el Instituto Técnico Computacional.

1989.   
- Es Presidente de la Asociación Dominicana de Jóvenes Escritores.
- Varios de sus relatos figuran como contraparte en diversos catálogos de artistas plásticos dominicanos: “El virial” y “Los náufragos”, entre otros.
- “La primera frase de un cuento” (Suplemento Cultural Coloquio, No.  12, p. 13 (Junio 24)
- “La técnica del cuento”.  Artículo, publicado en el No.  18 de Coloquio (p. 4) (Agosto 5)
- “El tema de un cuento” (Coloquio No.  20, p. 15).  (Agosto 19)
- “El final del cuento” (Coloquio, No.  22, p. 15)  (Septiembre 2) 
- “Escribir un cuento”.  (No.  37 de Coloquio) (Diciembre 9)

1989-91.   Es Coordinador del Suplemento Cultural Coloquio del diario El Siglo (Santo Domingo).

1989-94.   Es Corrector de Estilo y Redactor del periódico El Siglo.

1990.   
- Con su cuento “Los ruiseñores del murmullo”, obtiene mención honorífica en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro.
- Colaborador de la revista Alcándara, editada en Santo Domingo y dirigida por el poeta José Alejandro Peña.

1990-91.   Publica, en Coloquio, otra serie interesante de artículos bajo el sugestivo título de “Episodios universales”. 

1991.   
- Obtiene el Tercer Premio en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro  con “Y así llegaste tú, Aurora”.
- Publica el artículo “Narrativa, maestros y e1 glamour fantástico” (Coloquio, No.  93, p. 2)
- Es Coordinador del Taller Literario Manuel Valerio, parte al Ateneo Insular.

1991-94. Es Editor de la página Libros de El Siglo. 

1992.  
- Incluido en la  antología literaria Poética interior: Antología del Ateneo Insular y la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. 
- Con su cuento “El señor de los relojes”, gana  mención honorífica en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro.
- Es Sub-Director de Prensa de la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos de la República Dominicana. 

1992-93. Publica, en la sección “Libros” de El Siglo, una serie de artículos críticos sobre libros de autores dominicanos. 

1993.  
-  Publica su cuarto libro de cuentos: “Los ídolos de amorgos”.
- Viaja a Puerto Rico para participar en el homenaje al Poeta Nacional Pedro Mir que con motivo de su 80 aniversario le rindiera la Universidad de Puerto Rico.

1994. Gana  Mención de Honor en el citado certamen de Casa de Teatro con el cuento “Un hombre, Claudia y los recuerdos felices. ”

1994-95. Es Colaborador de Plural, Suplemento Cultural del diario Hoy. 

1995.  
- Su cuento "Un hombre, Claudia y los recuerdos felices" es incluido en la antología “El Movimiento Interiorista: Antología del Ateneo Insular”.
- Obtiene su séptima Mención Honorífica en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro con su texto  "Te llamarás Bafnet". 
- Publica su quinto libro de narrativa breve: “Historias de cada día”.
- Es Subdirector Ejecutivo del Centro Dominicano de Investigaciones Bibliografías (CEDIBIL)

1997.  Publica “La sórdida telaraña de la mansedumbre”. 

1998-02.   Es Editor de arte y literatura de la revista Isabela. 

1999.   Dentro de su Colección Fin de Siglo el Consejo Presidencial de Cultura edita un compendio de sus cuentos, bajo el título de “Obras”. 

2000.  Editor de arte y literatura de la revista Ahora. 

2001.   
- La editorial italiana Perrosini edita, en el idioma de Vocación, su La sórdida ragnatela della mansuetudine (La sórdida telaraña de la mansedumbre). 
- A propósito de la traducción de su libro de cuentos al italiano, viaja a Italia en gira cultural con varios escritores dominicanos.  Presenta su obra en las ciudades de Milano, Roma, Verona  y Venecia.
- Publica “A puro dolor y otros cuentos”, obra con la que la Secretaría de Estado de Cultura le otorga el Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” correspondiente al año 2000. 
- Su cuento “Ruinas” gana una mención de honor en el Concurso de Cuentos “Virgilio Díaz Grullón” organizado por el Banco Central de la República Dominicana.

2002.  Publica Ensayos críticos sobre escritoras dominicanas del siglo XX, en colaboración con el bibliógrafo Miguel Collado. 

2003.   
- Inicio del ciclo del Taller de Escritura Creativa “El reto de escribir cuentos”, con el auspicio de la Fundación Corripio.
- Imparte en Jarabacoa el Taller de Escritura Creativa “El reto de escribir cuentos”.
- Coordinador de Edición de la revista Ahora.

2004.   
- Editor de noticias internacionales.  Periódico El Día.
- Es designado como Director General de Cultura de la Secretaría de Estado de Educación.
- Editora Norma incluye el cuento “La vida, el valor y el miedo” en la antología “Señales de voces”.
- Organiza, a través de la Dirección General de Cultura el Seminario Nacional de Literatura Contemporánea, en el Museo de las Casas Reales.

2005.  
- Es Miembro de la comisión oficial para los actos de honores que realiza  la Secretaría de Estado de Educación al educador Eugenio María de Hostos, con motivo de su natalicio. 
- Integra  comisión oficial  para los actos de honores al patricio Juan Pablo Duarte, con motivo de su natalicio.
- Participa en la preparación de los actos en conmemoración del Día de la Bandera, el trabucazo de la Independencia y el natalicio de Ramón Matías Mella. 
- La Secretaría de Estado de Educación, en la VIII Feria Internacional del Libro puso a circular el periódico “Letras de Educación”, proyecto editorial dirigido por  García Romero.
- Forma parte del Comité Organizador de la 23 Bienal Nacional de Artes Visuales, delegado de la Secretaría de Estado de Educación, en su condición de Director General de Cultura.
- Su relato “Ruinas”, fue puesto a circular en Jarabacoa,  lo presenta el novelista Pedro A.  Valdés.
- La secretaría de Estado de Educación, en el marco de las actividades del Mes de Regocijo Magisterial, puso a circular el libro “Juan Bosch: maestro y creador”, proyecto editorial forjado por  García Romero.
- Forma parte de las Comisiones de Consultas del Foro Presidencial por la Excelencia de la Educación Dominicana.
- Participa en calidad de delegado por la Secretaría de Estado de Educación en el Primer Congreso Nacional de Carnaval, convocado por la Secretaría de Estado de Cultura,  preside la actividad junto al secretario de cultura.
- La Secretaría de Cultura inaugura “El Corredor Cultural” en el Museo de las Casas Reales.  Rafael García Romero forma parte de los 100 escritores escogidos.
- La Dirección General de Cultura coordinó el Primer Concurso Infantil de Poesía, Imaginación, Creatividad y Fantasía, conjuntamente con la Secretaría de Cultura.
- Gira cultural por los Estados Unidos para promover la literatura dominicana en esa nación.  En Nueva York dictó la conferencia  “Juan Bosch: crisis de la ficción y nuevo orden social”, en los salones del Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos, fue presentado por su director, el escritor  Franklin  Gutiérrez .  En la Casa Dominicana, de Boston, ofreció una conferencia con el título “La incidencia del escenario en la literatura hispanoamericana.
- Coordina por la Secretaría de Estado de Educación y participa en la “Jornada Masiva de Lectura de cuentos del profesor Juan Bosch”, en el 4to.  Aniversario de su fallecimiento. 
- Se publica  la antología “El fantasma de Trujillo”.  Cuentos del tirano y su Era”.  En la obra aparece su cuento “Las muñecas contadas”.
- Organiza desde la Dirección General de Cultura, junto a la Dirección Nacional de Folklore, de la Secretaría de Cultura,  el “Primer Taller sobre Folklore Dominicano”, para Maestros/as.

2006.    
- El secretario de Estado de Cultura, Licdo.  José Rafael Lantigua, lo juramenta como miembro del Consejo Nacional de Cultura. 
- Segunda edición de “Ruinas”. 
- Segunda edición de “A puro dolor y otros cuentos”. 
-  Forma parte del conjunto de conferencistas de la segunda convocatoria del “Corredor Cultural”.

A puro dolor y otros cuentos

A puro dolor y otros cuentos

Santo Domingo. Ediciones Cedibil, 2001 .
Obra con la que la Secretaría de Estado de Cultura le otorga el Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” correspondiente al año 2000.