Rafael García Romero: Consagrado a la escritura
Rafael García Romero es un escritor consagrado a su oficio. Escribe siempre, trabaja siempre, lee siempre y es un lobo solitario, un autor que ha asumido la soledad y el esfuerzo como claves para desarrollar su carrera literaria. Claro, eso no significa que Rafael sea un anacoreta, tan sólo es un hombre que entiende que hay un espacio único y vital en el que sólo caben él y las letras. Nada más. Por eso, cuando sale de ese pequeño reducto, trae en sus manos una obra que engrosa su bibliografía y que para él supone su mayor logro, mucho más que los premios que pueda recibir.
García Romero nació en Santo Domingo en 1957. Forma parte de la conocida generación de los 80. Estudió periodismo y más tarde arquitectura, sociología y letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Formó parte del taller literario César Vallejo y fundó, junto a otros autores, el Colectivo de Escritores Dominicanos. Ha publicado los siguientes libros de cuentos: Fisión (1983), El agonista (1986), Bajo el acoso (1987), Los ídolos de Amorgos (1993), Historias de cada día (1995), La sórdida telaraña de la mansedumbre (1997) el cual también fue traducido al italiano y publicado por la editorial Perrosini, Obras narrativas juntas (1999), A puro dolor (2001) y Ruinas (2005). Además, publicó los libros de ensayos: Premio Nobel y literatura latinoamericana (1983) y Ensayos críticos sobre escritoras dominicanas del siglo XX (2003).
Ha obtenido diversos premios literarios, entre ellos el Premio Nacional de Cuentos en 2001. Ha sido incluido en numerosas antologías, impartido numerosos talleres sobre narrativa y su obra ha sido traducida a otros idiomas. Fue redactor y editor de periódicos como El Día y El Siglo, y la revistas Isabela y Ahora. En la actualidad labora como Director General de Cultura en la Secretaría de Estado de Educación.
ROSA SILVERIO: ¿Cómo surgió tu alianza con la escritura?
RAFAEL GARCIA ROMERO: La literatura y las alianzas. Hay que hablar de una y otra cosa, pero no como si la literatura anduviera por ahí sola, desentendida, libre y haya que acercársele y decirle algunas cosas al oído, pactar con ella, hacer una alianza conforme a una ley de oferta y demanda. No es que sea así, pero de ningún modo hay una contradicción a la vista.
La vida, ciertamente, es un espacio de alianzas permanentes, de coyunturas. El oficio mío, igual que el oficio de cualquier profesional en ejercicio, empieza con una cierta forma de alianza. Vamos a llamarle trabajo y no “alianza”. Y, naturalmente, para trabajar y formarse como escritor hay que estudiar. Nadie dice “voy a ser médico” y se interna en una clínica, invade el quirófano de cualquier hospital, y empieza a hacer operaciones de corazón abierto. Sencillamente, va a la escuela de medicina, estudia anatomía, examina cadáveres, mira viseras, toca el cuerpo humano con un sentido clínico y aprende a hacer diagnósticos. Igual sucede con un nadador, aunque de otro modo; igual con un atleta, que a diario entrena y sigue un riguroso régimen de ejercicios. En cuanto a la escritura, es otro campo, tiene sus ventajas. El escritor estudia, aprende a ver el ser humano con otras competencias sociales, estéticas y filosóficas. Y tiene que entrenarse. Lo que conlleva un riguroso régimen, una disciplina de trabajo, un sentido de autodeterminación. Algo en lo que insisto es la lectura. Hay que leer, leer mucho, todos los días durante cuatro o cinco horas. El escritor, cuando asume su trabajo también asume el compromiso de leer lo que otros han hecho. Ese compromiso incluye la lectura, varias veces, del diccionario de la Real Academia de la Lengua, que considero el más exquisito de los libros. La lectura de ese y otros diccionarios te va dando el oído, te hace un estómago, nutre tu cerebro con nuevos sonidos y excitantes palabras; y te ayuda con el control del olfato, aprendes a conocer diversos aromas, olores, perfumes, fragancias; y, por supuesto, aprendes a conocer el buen olor y a diferenciarlo de la fetidez, de la descomposición.
La literatura, vista así, no es un puerto de llegada. Hay que verla como un oficio de demandas constantes. Se nutre y ensancha con los aportes individuales, con el trabajo de los escritores, con las preferencias de los lectores. De ahí que lenguaje, literatura, cultura y escritores van de la mano, son eslabones y parte de una misma cadena.
Un escritor, en tal sentido juega un papel dentro de esa cadena, tiene deberes y reclama sus derechos. Eso quiere decir que aporta, pero no es algo que lo haga de manera lineal. Un escritor jamás será parte de un proceso mecánico. El escritor es un creador que también se forma, y a la vez que lo hace informa; mira la realidad y se percata que él forma parte de lo que mira, y cuando mira lo hace con agudeza y ve todos los ángulos de esa realidad, mira qué tiene a su favor, qué hay bajo su gobierno y disposición y qué hay allí que conspire contra sus propósitos. Entonces recurre al escenógrafo que vive en sus fueros internos: lo hala y anima a que amueble y amuebla, acomoda con esmero estético, distribuye los espacios cotidianos y de siempre y no se detiene con lo primero que ve hasta que no se vea de manera diferente. En eso radica la potencia de su talento: mira todo lo que ve con los ojos del rey Midas. Un rey Midas muy singular: mira y explora su entorno, examina todo lo que forma parte de su realidad rasa, y finalmente, con pasos resueltos, va a la médula de los ángulos contrapuestos y hace de lo que ya existe un paraíso único y seductor.
El oficio mío –y ya entro en un terreno autobiográfico- nació un poco de la combinación de lo que me alimenta, veo, toco y lo que huelo. Y lo reitero, no es algo lineal, forma parte de un proceso. En ese proceso impera la armonía constante, el reclamo, los retos y las demandas permanentes. Sin exagerar, la literatura es ver, tocar y clasificar olores. No soy muy dado a hablar de mi vocación literaria con palabras llanas. El oficio no está en hacer una alianza o una elección. No se trata de escoger medicina, física o decidirse por una especialidad en literatura comparada. No. Contrario al médico, al físico o ingeniero nuclear, para el escritor no hay un pensum de estudios. Todo escritor tiene, fundamentalmente, un punto de partida. El punto de partida, su compromiso o la alianza, o como tú quieras llamarla, está en conocer la lengua, trabajarla, hacerla su herramienta vital, de ella come y bebe, se cubre y guarece, con ella ve, huele; y finalmente piensa y comprende qué significa, y cuál es el poder vital y humano que tiene la literatura y el oficio de escribir, y finalmente, escribe.
La respuesta en cuanto al punto de partida o lo de la alianza es sencilla, y también extensa. Yo pienso que cada escritor, igual que los seres humanos, tiene un tiempo para trabajar, su trabajo obedece a una época de formación, y por supuesto, tiene que estar al servicio de una comunidad que se comunica y entiende mediante una lengua; y por su puesto, está comprometido a contribuir al fomento de la educación y la cultura de esa comunidad, de su país.
RS: Aunque dices que sólo eres narrador, sé que has escrito y escribes poemas, incluso algunos han aparecido en varias revistas. ¿Algún día publicarás un poemario o seguirás coqueteando secretamente con la poesía?
RGR: Un poeta amigo, Guillermo Boido, a quien me honra nombrar, dijo que la poesía no se vende porque no se vende. No es un juego de palabras. Es la convicción de un poeta que advierte.
La verdad es que nadie juega con la poesía que no se vende, y punto. Ahora, yo me pregunto, ¿están los tiempos para escribir poesía? Uno es lo que pregona. Cada oficio tiene sus indicios. Anuncian. Imponen un nombre. Si escribes y publicas un libro de poemas, ¿eres poeta? No. Y ahora que digo “no” me doy cuenta que esta negación necesita una explicación. Sí, una explicación, porque el mundo está lleno de gente que publica un poema y ese hecho hace que injustamente lo bauticemos como poeta. ¡O ya estamos viviendo una época sin exigencias estéticas, que considera "poeta" a todo el mundo! Ahora, yo creo en la poesía. No esa poesía que está escrita y reposa en la página fría de los libros. Vivimos un mundo con mucha poesía dispersa, poesía de miedo, poesía de dolor, a lo que se suma la pobreza, la falta de equidad... Existe eso, pero hay pocos cronistas, necesitamos más alfareros, alfareros que deben trabajar ese dolor, el miedo, la pobreza… son los alfareros que muchos llaman, justamente, poetas, los que están en el deber de asumir tal compromiso.
RS: ¿Hay un tema que te gusta tratar en tus obras?
RGR: No pienso esencialmente en un tema, sino en una atmósfera: la vitalidad de la ciudad con su gente y a través de su gente. En cierto sentido la gente de la ciudad de Santo Domingo reclama su propio cronista. Sí, porque la gente en la ciudad vive trabajada por otra forma de vida, costumbres y códigos. El universo es otro, con nuevos paradigmas. En cuanto a mí veo y asumo la responsabilidad para escribir mirando ese fenómeno que se dio y que se da a diario, que es la evolución y el trajín de la vida en la ciudad. Entonces, oriento la literatura que hago por ese camino que transita el hombre que viene a vivir a la ciudad, a trabajar y que lo atrapa la vida, el ritmo, el desasosiego y los desequilibrios de la ciudad que marcan a todo el que vive en ella.
RS: Has recibido muchos premios por tu textos, ¿qué importancia han tenido estos reconocimientos?
RGR: En todo esto, si tengo que escoger entre los premios y los libros publicados, valoro más los libros publicados, porque los premios constituyen un momento fugaz en la vida de un escritor, pero los libros son su vida; ahí, en cada página que escribe y publica está toda su existencia. Además, son los libros y mi trabajo constante, lo que me ha permitido asociarme con otros escritores, que son mayores que yo, o que son de mi propia generación. Eso me ha permitido tener un fructífero intercambio de impresiones, examinar la obra de ellos, y que ellos también puedan examinar mi obra. Así que mantener una relación de convivencia como autor es muy importante, es muy gratificante y, sobre todo, de gran aliciente para continuar un camino tan difícil de hacer, porque no sólo es hacer el camino, sino también transitarlo, como es la vida y lo que conlleva ser escritor y vivir en la República Dominicana con las características de un país enclavado en una isla, y sobre todo del Caribe, que no es un punto de referencia, también es un camino.
RS: Cuéntanos en cuáles proyectos estás trabajando actualmente.
RGR: El trabajo de un escritor, hoy en día, es tumultuoso, tiene varias direcciones. Yo estoy envuelto en diversos proyectos que van avanzando de manera paralela, sin tocarse, sin interferencias lamentables, pero con la fe y la voluntad y el esfuerzo que pongo cada día en ellos, se que podrán llegar a buen puerto. Eso sucede gracias a las facilidades de la tecnología, de la computadora, que te permite abrir dos, tres y hasta cinco archivos de manera simultánea. Cada archivo contiene un proyecto diferente, ya sea un cuento, una novela, un artículo que espera un medio específico, un editor, que tiene día y hora de salida, para ser leído por una comunidad de lectores. En mi caso, que trabajo con la literatura y para la literatura, tengo que hacer tiempo para diversas demandas, pero, sobre todo, para echar una mirada al pasado y ver qué hice, qué publiqué y cuáles libros necesitan una reedición, y qué debo publicar en el presente. Ya había hablado del libro “Ruinas”, estoy inmerso en la promoción de una cuarta edición. Pero, en virtud de lo que he llamado esfuerzos paralelos, estoy trabajando en un libro de cuentos eróticos, titulado “El ángel destruido”, todavía se llevará varios meses de trabajo, antes de que pueda ser publicado. Eso no significa que sea mi próximo libro. Entre el tiempo de terminar una y publicarla puede ganar espacio un proyecto más urgente, más inmediato, más alucinante, al que haya que darle prioridad y concederle todos los privilegios.
La promoción, además, de mi último libro “Ruinas”, consume mucho de mi tiempo. En este momento trabajo, fundamentalmente, en su promoción, que es un libro, como dice el escritor y novelista Pedro Antonio Valdez, donde tomo la vida de dos personajes públicos, íconos de la historia política y cultural dominicana, pero no para resaltar su participación social, sino para narrar su intimidad como columnas centrales de una familia. Hay una idea sobre la obra que yo comparto con Valdez, ya que “Ruinas”, sin convertirse en novela de amor, al menos no en el sentido acostumbrado, nos presenta a una Salomé, la poetisa dominicana más importante del siglo XIX, y a su esposo Pancho, alejados y apenas reunidos por el vínculo de la epístola. Porque en “Ruinas” está un poco la nostalgia de una familia materialmente matriarcal en la que el padre se convierte en el gran ausente.
Escribo en este momento, hago todo lo que un escritor debe hacer. Escribir, para mí, sencillamente, es un proyecto diario, personal, urticante y que no acaba con la publicación de un libro. Sucede que en República Dominicana, por las características sociales y económicas del país, todos los escritores estamos llenos de proyectos; no hay uno que no tenga un proyecto sobre la mesa, porque el trabajo de un escritor no se limita a escribir. Hay que trabajar en muchas cosas conexas a la escritura. Tiene que ver con tomar de las manos un libro y hacerle camino. Sucede un poco con mi novela “Ruinas”, que aún vaya por la cuarta edición, y se trate de una obra adulta, todavía la llevo de la mano, la promuevo. Insisto en darla a conocer, que deje su huella en el camino, trato de hacer que forme parte del itinerario de una comunidad de lectores.
RS: ¿Cuáles autores y obras locales recomiendas para su lectura y estudio?
RGR: Yo estoy casado con diez libros de cuentos y cinco novelas dominicanas. Y contrario a la tradición puedo decirte los autores y los títulos de las obras, aunque, aclaro, que el orden de la cita no corresponde al grado de predilección que tengo por cada uno de los autores y las obras. Veamos: de Juan Bosch prefiero los “Cuentos escritos en el exilio”. A Rafael Eduardo Castillo, con “La viuda de Martín Contreras”; “En el Barrio no hay banderas”, de René del Risco Bermúdez; “Sábado de sol después de las lluvias”, de Roberto Marcallé Abreu; de Pedro Peix “Las locas de la plaza de los almendros”; “Subir como una marea”, de Arturo Rodríguez Fernández; “El silencio del caracol”, de Diógenes Valdez; y los últimos tres títulos son: “La fértil agonía del amor”, de Marcio Veloz Maggiolo, “Cuentos color sepia”, de Freddy Miller, y “La carne estremecida”, de José Alcántara Almánzar.
En cuanto a las novelas, y contrario a la tradición, prefiero “El oro y la paz”, de Juan Bosch, de Ramón Marrero Aristy “Over”. Y ya más contemporáneos, a los escritores Pedro Vergés, con “Sólo cenizas hallarás”, de Marcio Veloz Maggiolo “De abril en adelante” y “Los tiempos revocables”, de Diógenes Valdez.
RS: ¿Se puede creer en los concursos literarios dominicanos… en los polémicos premios nacionales?
RGR: Hay que creer. El ser humano es un animal de incertidumbres, de esperanzas y verdades. Y los escritores no tienen por qué ser diferentes. Tampoco los concursos, los polémicos premios que ponen en aprietos a un jurado, a tres o cuatro escritores que hacen de jurado. Y que juzgan no los libros y su calidad, si no cómo quedarán ellos ante los escritores que quedan excluidos del premio. De manera que no hay que temer. Los concursos literarios van más allá de los premios, contribuyen a poblar el mundo de libros, tanto los de aquí como los extranjeros. Y todos están llenos de incertidumbre, son esperanzadores, y profundamente verdaderos.
RS: ¿A qué atribuyes el poco repunte a nivel internacional que tiene la literatura dominicana? ¿Falta de calidad o poca difusión?
RGR: La República Dominicana entra de lleno en una situación de excepción, ya que empiezan las casas editoriales de España, Italia y la región a poner el ojo en importantes escritores dominicanos. En ese fenómeno, incide, por supuesto, los niveles particulares de desarrollo de nuestra sociedad, ya cuenta con una impresionante comunidad de lectores, que demandan más libros, y que permite que un mayor número de escritores nacionales consoliden su literatura, presenten mejores historias, más depuradas, más trascendentes. Basta señalar el caso de la novela. Las muestras anteriores a las últimas dos décadas, salvo algunas notables excepciones, no fueron muy consistentes. Pero hoy, partiendo de autores generacionalmente modernos como Marcio Veloz Maggiolo, Diógenes Valdez, Enriquillo Sánchez, Angela Hernández, Luis Arambilet, Pedro Vergés, o Pedro Antonio Valdez podemos contar con importantes títulos de novelas que podrán sacarnos de la insularidad, que nos situarán dentro de una grande y ya venerable corriente continental. No sucede lo mismo con la poesía actual, que no iguala, ni consigue superar el trabajo que hicieron glorias de nuestras letras, como Manuel del Cabral, Pedro Mir, Héctor Inchaustegui, Domingo Moreno Jimenes y Franklin Mieses Burgos.
La poesía contemporánea tiene muchos empecinados, gente que sueña, que arriesga su presente de manera precipitada, que se aventura llevar un libro a la imprenta, pero no tiene futuro. El futuro de nuestra poesía, paradójicamente, está en Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, Aída Cartagena Portalatín y otros poetas del pasado. Y como ya te dije, se trata de un fenómeno exclusivo de la poesía, que no se da fuera del campo de la poesía, y que, afortunadamente, no sucede con la narrativa.
Sin ninguna duda, la literatura dominicana tiene un camino internacional muy promisorio. Nunca como a finales del pasado milenio y principios de esta década ha tenido tanto respaldo. Tenemos escritores dominicanos cuyos libros son demandados por editoriales extranjeras. No son los autores que tú o yo quisiéramos ver, pero esos son los elegidos. Para ver otros escritores publicados, promovidos y con la calidad necesaria… eso es algo que tiene que esperar. Sobre todo que yo confío, yo apuesto a esos escritores; Dios le sabrá dar a muchos, incluidos editores y escritores, el discernimiento, la claridad de pensamiento, la paciencia necesaria, y la mesura para esperar a que ese momento llegue.
RS: Siempre se ha comentado de que hace falta la “gran novela dominicana”. ¿Crees que ya se ha escrito o piensas que todavía no ha llegado el “mesías”?
RGR: Hay que defender la literatura dominicana, la buena; y luego ver los casos particulares. En ese sentido, ya tenemos nuestra literatura y buenos escritores. En cuanto a lo otro… Yo no sé si es un comentario que se muda cada década y se pone en boca de muchos críticos, escritores y poetas; o si definitivamente estamos inmersos en un clima de expectativa constante en esto de esperar. No creo que nadie, ningún escritor, poeta o narrador, se haya propuesto escribir el gran poema, el gran cuento, y como tú planteas, la gran novela dominicana. A falta de esas grandes piezas, ¿sería correcto hablar de poemas, cuentos y novelas menores? Creo que no. Definitivamente los dominicanos tenemos el piso, vamos haciendo un camino y damos pasos con firmeza y eso ya es suficiente. Con la calidad que exhibe las letras dominicanas podemos ganar el cielo. Tenemos una literatura hecha por escritores con una gran consistencia, con libros publicados aquí y allá, que forman parte de la literatura latinoamericana, de la literatura caribeña, de la literatura hispanoamericana. El futuro no está en un solo escritor, en un solo hombre, en un libro. El futuro está en ver y valorar a República Dominicana y defender y promover sus escritores sin egoísmos, como un conjunto armónico, sin que nadie reclame calidades y principados injustos, o hable de mesías, que en literatura los mesías no tienen ningún poder de validez.
Publicada el viernes 11 de Mayo de 2007 en el blog de la escritora Rosa Silverio.
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