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Rafael García Romero

Rafael García Romero: Una mirada en la narración

Rafael García Romero: Una mirada en la narración

Por Bruno Rosario Candelier

Leer a Rafael Garcia Romero en Los Ídolos de Amorgos (Santo Domingo, Alfa y Omega, 1993, 170 PP) produce uno de los deleites que puede sentir la persona que ama con fruición la belleza de la narración, la propiedad de las palabras y la armonía de imágenes y estilos expresivos variados, actualizados y elocuentes. Conocí a Rafael García Romero una tarde de julio de 1987 cuando ambos éramos miembros del Jurado Examinador del concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Tuve entonces la impresión de estar ante una persona cordial, amable, comunicativa, respetuosa y honrada. Esa impresión se ha confirmado con el paso del tiempo y el trato frecuente y amistoso, que se intensificó a raíz de nuestra participación conjunta en el homenaje a Manuel del Cabral que celebramos en New York con motivos de los ochenta años del poeta nacional. Luego lo Invité a trabajar conmigo en el equipo que dirigíamos las ediciones de Coloquio, donde auspiciamos la promoción de la literatura durante dos años, de 1989 a 1991, promoviendo el desarrollo literario a través de las páginas de ese recordado y añorado Suplemento Cultural  de El  Siglo. Cuando fundamos el Ateneo Insular, en 1990, invité a García Romero a formar parte del grupo Literario “Manuel Valerio”, el primero del ateneo Insular en Santo Domingo. Antes este joven narrador había dirigido el Taller Literario Cesar Vallejo” y había integrado el Círculo de Escritores Dominicanos. Narrador de la promoción literaria de los ´80. Rafael García Romero es uno de los escritores más activos de los del número del Distrito Nacional y en su haber ya cuenta con la publicación de Fisión, El agonista, Antología dos, Bajo el caso y Los ídolos de Amorgos; y entre sus preseas y distinciones figuras al Primer Premio del concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Natural de Sn Carlos, uno de los barrios más populosos de la capital dominicana, donde naciera en 1957, este aguerrido promotor cultural es uno de los escritores más sólidos de las últimas  promociones Literarias dominicanas, sobre todo de la promoción a la que pertenece, la de los ´80.

Los narradores de los ´80 han aportado a la narrativa nacional una nueva visión al quehacer literario criollo. Esa nueva visión está fundada en el propio contorno, en la vida y el mundo circulante, en la preocupación que genera la existencia en medio de situaciones críticas, angustiosas y conflictivas carentes de unas motivaciones o proyecciones sin esperanzas o con poco aliciente para el futuro dadas las expectativas que les ha tocado enfrentar o experimentar a la mayoría de los jóvenes de las clase media, con títulos universitarios, en una sociedad dominada por urgencias materiales inaplazables, y esa realidad ineludible es la que ha propiciado entre las nuevas generaciones cierto desconcierto frente a un mundo sin utopías, sin circunstancias y contraejemplos que propician el descreimiento, la falta de fe, la adopción de sustitutos falsos como la droga o los vicios, todo lo cual acrecienta el vacío y la carencia de horizontes y de estímulos que reten la búsqueda creadora o auspicien propuesta incitadoras y estimulantes.

Por eso encontramos en los cuentos de Rafael García Romero a ese hombre desconcertado, urbano anónimo, profesional, moderno, actual, víctima de los convencionalismos, enfrentado a contratiempos y adversidades, enredado en esa madeja social heredada del ambiente y de circunstancias inexorables provenientes de la propia familia o del barrio o del trabajo. De ahí las motivaciones conflictivas un tanto alucinantes que crean los propios personajes para evadir determinadas manifestaciones de la realidad o analizar inquietudes y situaciones presentes.

Parte de ese panorama se aprecia en el embrollo del artista que se siente atrapado en el marasmo de la infecundidad o en el desconcierto de su potencial creador: “La espera acabaría destruyéndolo, las manos ociosas los ojos saltando como una mariposa por el estudio, de un lugar a otro. Quiere estar ahí, ahí cuando llegue algo, una idea, un aviso. La espera acabaría destruyéndolo. Se sentía oprimido, ocupado por un sentimiento de espera absurdo, pero necesario, que nacía del fondo de su ser. Allí en ese lugar, presentía la existencia de una pradera verde, hermosa, rodeada por una maleza cuidada, breve, y unos pinos bebés. También había una casa hermosa y a su lado un jardín. Dentro y fuera de él, el tiempo se bifurca, paralelo. Amenazador. Si el cuadro no llega, pronto morirá todo ahí dentro.  Todo” “(Oficio de misterios“, p. 98).

La de García Romero es una narrativa moderna. Actual, enmarcada dentro de las más avanzadas técnicas narrativas. La narrativa tradicional narraba un hecho, se centraba en la narración de un hecho. La narrativa moderna se funda, naturalmente, en un hecho pero su centro de interés no está en la narración del hecho sino en las consecuencias o las reacciones que ese hecho genera en los personajes que lo ejecutan. Rafael García Romero finca su narración en la reflexión de un hecho.

El autor de Los ídolos de Amorgos toma en cuenta la creación de los personajes, la pertinencia de procedimientos narrativos y las caracterizaciones sicológicas de sus criaturas imaginarias, paralelamente con otros aspectos narrativos. Sobre todo le importa subrayar las connotaciones reflexivas que un acontecimiento genera en los hombres o mujeres protagonistas de sus acciones: “–Hueles a lluvia –me dijo tan pronto entré. Lluvia. Aquella palabra se quedó por un instante metida en mi pensamiento. Trataba de tener una idea aproximada de cómo reinan las palabras, no en los hechos, sino por encima de la razón y de los hombres, por encima del poder y la obcecación. Cualquier actividad del hombre se vertebra a través de la palabra. Hubo gente confundida y pensó que bastaba con juntar muchas hojas y numerarlas. Luego, otros hallaron esas páginas numeradas y en blanco. Tardaron siglos en dar con ellas. Un enigmático regalo, no había duda. Nadie se lo imaginaría. Allí estaban, en el estómago de viejos bocales, sepultados entre muertos principales, junto a tesoros distintos y extraños objetos. ¿Y qué hicieron? Se echaron durante siglos a llenarlas de palabras, a soñar a poblar de una forma recurrente y pacífica, a dar cuenta del caos, a cifrar el misterio del mundo” (“El bocal de seis flores”, p.87).

A todo narrador lo signa un hecho impactante o una dimensión del mundo o de los acontecimientos que atraen su atención o modifican su actividad o su cosmovisión. Se trata de aspectos que moldean la forma de mirar el mundo. La narrativa de Los ídolos de amorgos está signada por la sorpresa de un narrador que se asombra ante las ocurrencias de los seres humanos, y su actitud reflexiva viene pautada por el sentido corporal más recurrente y determinante: la mirada. Su manera de  testimoniar el mundo, su manera de reaccionar ante lo que concita su atención  la da la marida. Mediante la mirada García Romero  escruta el mundo, ausculta facetas entrañables de la realidad, llega hasta las emociones más punzantes y caracteriza personajes y situaciones. Garcia Romero es el narrador de la mirada: de la mirada perspicaz; de la mirada curcuteadora; de la mirada crítica, de la mirada exploratoria; de la mirada totalizante. Y a su través mira a los que miran: “No sabe, pero se quedó mirándola con una mirada que trata de acercar su objetivo, como esas cámaras de cine que poco a poco van haciendo una toma  de primer plano y el rostro va llenando la pantalla hasta un momento en que se tiene una imagen agrandada de nariz, boca, ojos, cuello. Es la mirada de alguien que contempla desde un lugar cualquiera, que espera atento y reconcentra todas sus energías en ese acto de mirar, porque sabe que va a suceder algo” (“Un lunes dúctil, casi suave…”, p.16).

Los personajes en la cuentística de García Romero se mueven entre la desilusión y la nostalgia, los dos polos de los sentimientos que marcan la vida de los humanos. Y es su forma de testimoniar su visión de la existencia, y también, concomitantemente, la de plasmar la humanización del mundo que oblicuamente postula. Los cuentos de García Romero se inspiran en la realidad social de un mundo urbano y moderno, y tienen un perfil sociográfico con cierta proyección antropológica y lingüística como base de sus preocupaciones culturales.

El cuento titulado “El engaño”, ágil, fluyente, sicológico, con una urdimbre en la consecuencia de las ópticas de su centro narrativo: “Todas las mujeres de la muchedumbre, en las calles, caminando por la plaza, en la penumbra de un restorán  cualquiera, parecían ser una sola, idéntica, copiada (algo parecido debió sucederle a Picasso con sus cuadros). Luego, una vez, habituado a mirarlas con detenimiento comenzó a percatarse de las diferencias y saber con exactitud quién era y distinguir a una y otra y no confundirlas más. Por ejemplo, ese toque particular, muy femenino, irrepetible que ponen algunas mujeres en las miradas, como hallarlos otra vez así, en una mujer distinta. Es algo único, donde hasta el color de los ojos termina cómplice. Lo cierto es que había una historia, cada mirada componía una historia diversa. Observar  desde ese día a las mujeres le pareció una tarea fascinante. Descubrió rostros, calidad de miradas y reacciones qué seguir, qué explorar. De pronto la mirada de una mujer se convertía en un reto seductor, lleno de misterios” (“Un lunes dúctil, casi suave…” P.18).

Rafael García Romero procura, en algunos de sus cuentos, auscultar la realidad trascendente, uno de los postulados de la tendencia estética que está abriendo nuevos horizontes a las letras dominicanas. La realidad trascendente es la dimensión suprasensorial de la realidad total y a ella tiene acceso mediante la intuición y la imaginación. Desde luego, la realidad trascendente es la faceta de la realidad menos accesible al hombre, dominado, como está, por el imperio de los sentidos corporales externos y la impronta de la realidad circundante inmediata. Por eso desde antiguo ha habido una preocupación por lo sobrenatural, que complementa la quimérico y lo real objetivo, en consecuencia hay una búsqueda de una “ventana abierta” para penetrar al misterio, a esa faceta entrañable e invisible de lo que vedan los sentidos físicos y que de alguna manera apela al hombre. Por boca de André Bretón los surrealistas aseguraban que existen un cierto punto del espíritu desde el cual la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, dejan de ser percibidos contradictoriamente ya que la realidad es una, hay un continuum en la totalidad, aunque por nuestra limitación perceptiva tenemos una visión fragmentaria de las cosas. Louis Powels y Jacques Berger en El retorno de los brujos (Barcelona, plaza y Janés, 1974, p. 591) hablan de un lugar privilegiado “desde el cual se descubre el velo de todo el universo”. Es el “Punto transfinito” por el cual se accede al más allá y que algunos seres privilegiados por una especial sensibilidad trascendente, o por el don de la revelación, logran comunicarse con esa otra ladera de la realidad.  Rafael García Romero crea aun cuento fundado en esa vertiente de la percepción, en ese  “punto transfinito” que permite contactar lo trascendente: uno de los personajes de “Siempre hay un adiós”, oye voces y con su especial sensibilidad hacia lo desconocido capta murmullos del otro lado: “–¿Y de qué hablaban? –De los múltiples sentidos humanos, de hombres que vivieron en tiempos equivocados, sin saberlo, de lo fatuo que resulta la emoción y los afectos determinados por la relación de los individuos. Ah, y de las contradicciones que se van creando entre ellos, de un individuo a otro, alimentadas por los puntos de vista diferentes, que surgen cuando se ve un objeto desde distintos ángulos. Sí, esa contradicción que nace de la revelación brusca: todos los días lo mismo, pero un momento y determinada posición del objeto, cambia  la historia. La antigua razón, que es voluble y mutante, hace a algunos hombres más lentos. Los audaces saben abandonar a tiempo la barca. No son víctimas de la dualidad y saben renunciar a tiempo de la duda dicotómica. –¿Y de eso hablan? No entiendo nada. –Yo tampoco, te lo adviertí. Tienes que escucharlo. Me abrumó oírlos hablar sobre el enigma de la realidad de lo diverso, el ministerio de lo único” (“Siempre hay un adiós”, PP.64-65).

En otro pasaje de ese mismo cuento se alude al punto de vinculación con el extraño. Hay una persona que capta voces del más allá, penetra auditivamente a la realidad trascendente, y en esa vinculación con lo no sensorial el sujeto de la comunicación se siente apelado por una fuerza superior que lo concita ser  canal o vínculo entre las dimensiones del más allá y las de este lado de la realidad. “Entiéndelo, le dice a su interlocutor”. “Algo me reclama seguir. Debo hacer los arreglos de lugar para no dejar el puesto un instante. Descubrí que en ninguna parte del departamento se escuchan, salvo aquí, como si por accidente, el túnel produjo un agujero aquí, en nuestro departamento, por donde se filtra este trasmallo de voces” (Ibídem, p.67).

Dije que Rafael García Romero fundada su narrativa en la mirada, y su modo de mirar es una forma de explorar el mundo o una manera de fijar la vista en un suceso, un objeto o un acontecimiento, valorando un aspecto de los mismos, pensando a través de la atención visual con que sus ojos aprecian o sitúan lo mirado, o interpretado la realidad con el auxilio de la intuición y la reflexión para dar cuenta de cuanto enfoca su visión. Romero tiene consciencia de su ejercicio narrativo y así lo explaya en el texto final de su libro. Escribe: “Y mirar, como oficio, es una manera de penetrar a la maraña de una historia. Y el que mira y descubre ese punto donde la realidad se tuerce, también mira otras cosas colaterales: se ve a él, fuera de esa historia, acercándose, tocándola, formando parte de ella como uno de sus protagonistas, como inventor de la historia, el gran acomodador de puestos, en otra parte. Fuera del juego. Concientemente fuera. El que puede ver por encima del hombre de los demás. Alguien, el alter ego del narrador, él mismo, en cierto modo, al doblar de imprevistas circunstancias, pero preferiblemente el alter ego, una especie de aura o demiurgo, con una conciencia suprema del poder, capaz de observar de manera simultánea, todas las posibilidades…” (“La quebradura de la realidad”, pp. 166-167).

Rafael García Romero busca perfilar el sentido de la mirada, el papel y la significación que ese poder visual ejerce sobre las cosas y sobre los acontecimientos, por lo cual, como narrador, de mirador del mundo con sus miserias y sus bondades. Y siempre aparece con la antena sensorial dispuesta a observar, calar, escudriñar, escrutar, auscultar y fijar el sentido del mundo o la faceta de sucesos y anécdotas que desentrañan su mirada profunda o su actitud valorativa de lo que sucede en la vida o de lo que sus ojos contemplan y atrapan fijándolo en la madeja de una narrativa que se vuelve densa, cautivamente, ejemplar y significativa. Rafael García Romero es un espectador del mundo. Así lo evidencian los cuentos de Los ídolos de amorgos, obra que viene a potenciar la narrativa dominicana contemporánea.

Santiago de los Caballeros, Casa de Arte

7 de junio de 1994.-

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