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Rafael García Romero

Bibliografía Pasiva

La eternidad que empieza, de Rafael García Romero

La eternidad que empieza,  de Rafael García Romero

Por Luis R. Santos

En la República Dominicana hemos tenido escritores de cuentos o relatos que marcaron una uta a seguir en el género. Basta con citar a Juan Bosch, Virgilio Díaz Grullón y a Pedro Peix, que fueron autores que con su talento redefinieron el cuento dominicano. Bosch es el maestro del cuento más tradicional, con temática telúrica, mientras que Virgilio Díaz Grullón explora el mundo de lo urbano y lo sicológico, y Pedro Peix es el gran reformador, que rompe las reglas de juego del cuento decimonónico y de primera mitad del siglo veinte.

Rafael García Romero, en su libro La eternidad que empieza, de reciente publicación, logra hacer acopio de esas tres vertientes del cuento dominicano, pero con rasgos muy distintivos. Formalmente, este texto se aleja mucho de lo anecdótico y privilegia lo sicológico. El monólogo interior prevalece por encima de la acción y el diálogo es un elemento totalmente ausente. Las descripciones tampoco tienen preponderancia porque el decorado, los escenarios no son importantes en la trama.

Sobre el tiempo y la memoria

La eternidad que empieza es un conjunto de relatos narrados en su mayoría en primera persona. El narrador omnisciente o en tercera persona apenas aparece en algunos relatos en la tercera parte, ya que el libro está dividido en tres partes, algo poco usual cuando se trata de narrativa corta.

Los temas fundamentales que aborda el autor son el tiempo, los sueños, la nostalgia, y en “La eternidad que empieza, último relato del libro, se acerca a lo fantástico. En “Mi última voluntad” el arte, la poesía, el desvarío de poetas y pintores se conjugan con la extraña personalidad de la protagonista, una mujer que aún en contra de su gusto o determinación  se convierte en una gran coleccionista de arte, y cuya última voluntad, tal vez absurda, pone de manifiesto su rara forma de ver el mundo.  Pero en gran medida el tiempo es el gran protagonista de los relatos. Casi todos los personajes han sido víctima de su accionar.

Cuentos que rompen moldes

Los personajes de este texto son sujetos abatidos por el tiempo y la nostalgia, pero que, de manera denodada, hacen un esfuerzo por salir adelante, a pesar de las circunstancias adversas que enfrentan. Sabemos que el presente no existe, que es más fugaz que ciertas estrellas, por esta razón los individuos de La eternidad que empieza zozobran en ese tiempo que a veces sienten que debieron vivir de forma distinta. Tal es el caso del relato “Cuanto Recuerdo.

Una prosa decantada

Se sabe que contar no significa gran cosa si no se manejan las herramientas elementales a la hora de escribir. En La eternidad que empieza García Romero demuestra por qué es uno de los escritores dominicanos contemporáneos mejor valorado. Su prosa es limpia, de una acabada y sobria elegancia. Su discurso narrativo está aderezado con los elementos que distinguen a un excelente narrador.

Algunos trozos de La eternidad no me dejan mentir. En Mi última voluntad, página 15, en el cuento que abre el libro, en el primer párrafo el narrador nos da una idea de su mundo interior. “Una coleccionista de arte. Eso soy yo. Nada por lo que deba sentir orgullo debido a las razones que empujaron a semejante enredo. Salvo eso, llevo una vida simple, elemental, apacible; ya que como medida de precaución, y para no dejarme arrastrar por los acontecimientos, batallo cada día contra todo lo que huela a caos. No quiero terminar acorralada por dramas o sucesos imprevistos que me lleven al desasosiego”.

En “El centinela del tiempo”, página 43, leemos: “No hay opción. La vida es un solo camino, fijo e inalterable, con los días contados y cada hora a su hora, igual que cada plegaria en su momento, con ciega devoción y gran apremio en medio de la desventura. Yo trabajo, precisamente, con el tiempo; y tengo días que soy igual que muchos, una víctima. Sí, termino atrapado en sus engranajes, qué sentido tiene ocultarlo”.

En “Cuanto recuerdo” nos encontramos con una prosa intimista, cargada de dejos de amargura y de nostalgia. Al leer este relato sentimos gozo y al mismo tiempo notamos que algunas banderillas se incrustan en nuestro espíritu. Es que al ir avanzando en su lectura, el tono confesional del relato nos va arrastrando hacia una corriente pluvial plagada de recuerdos, de memorias de tiempos idos, que fueron felices y que los individuos saben que son irrepetibles. He ahí la doble condena: haberlos vivido y no poder volver a recuperarlos. He ahí la maldición del tiempo, de esa eternidad que no sabemos cuándo inicia y cuándo termina, porque la eternidad es la nada y la nada no tiene principio ni fin. Cito: “Esta mañana la casa amaneció copada por un fuerte olor a tabaco. Y nos extrañó, porque el único de la familia que fumaba era papá y hace cinco años que nos referimos a él como nuestro difunto padre; y yo miro a Isabel que dice: no quiero pensar que su alma esté desandando.” “Isabel y yo lo habíamos pensado. Es como si papá y mamá, desde ese lugar, estén golpeando con las manos, atrapados en una enorme red de arácnidos, tratando inútilmente de escribir su propia historia. Una historia de la que ellos se habían escapado. Eso eran: prófugos de su tiempo. Un tiempo que se volvió aire, humo, esbozo, delirio.”

Leer La eternidad que empieza termina en deleite porque sus textos no nos dejan indiferentes; porque encontramos en ellos la mano de un escritor maduro y consciente del oficio, de una trayectoria laureada y digna de merecer toda la atención que amerita un escritor convicto y confeso.

El microrrelato, artilugio de fina relojería

El microrrelato, artilugio de fina relojería

Por Simone Cattaneo

Crónica sobre el libro de relatos breves “Soñar en el paraíso”, de  Rafael García Romero, donde el autor plantea que “delata la experiencia de un autor con un largo recorrido literario y periodístico a sus espaldas, alguien que a través de sus numerosas publicaciones de carácter cuentístico ha adquirido un timbre de voz inconfundible, ocupando un lugar destacado en el panorama actual de la literatura de la República Dominicana.

El microrrelato, artilugio de fina relojería que se resiste a cualquier tentativa de clasificación y que en contra de su misma brevedad ha recibido una plétora de nombres distintos ‒microcuento, nanorrelato, textículo, mini-cuento, mini-relato, minificción, etc.‒, siempre ha latido en las entrañas de la literatura, desde la brevitas sentenciosa de la antigüedad ‒el exemplum, el aforismo, el haiku e incluso refranes y epitafios‒ hasta el desenfadado fragmentarismo de épocas más cercanas ‒el chiste, la prosa poética, la greguería, etc.‒.

La escritura hiperbreve ha sido un goteo incesante, terco como una de esas torturas chinas que delatan sus devastadores efectos a través de una constancia que hace mella en el tiempo y, hoy en día, ese estilicidio se ha convertido en un manantial cuyas aguas han desbordado cualquier frontera nacional o cultural, depositando un limo fértil que ha favorecido el brotar de abundantes y jugosos frutos: libros, antologías, ensayos, congresos, premios y talleres literarios, revistas, páginas web, etc.

En el ámbito iberoamericano, el origen del microrrelato moderno se sitúa convencionalmente a comienzos del siglo XX, con los primeros tanteos de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en América Latina, y con los escarceos de Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna en España. Sin embargo, en las tierras de Cervantes el género ha ido siguiendo un cauce más bien subterráneo, mientras que en Hispanoamérica ha ido aflorando en superficie cada vez con más pujanza hasta llamar la atención de autores y estudiosos autóctonos y foráneos.

De este modo, a partir de los años noventa el microrrelato ha llegado a ser considerado, tanto de este lado del Atlántico como del otro, uno de los formatos literarios más sugestivos y prometedores.

En República Dominicana su evolución ha sido peculiar y discontinua, casi a medio camino entre lo que acontecía a su alrededor y lo que pasaba en el contexto español. Precisamente la singularidad de una mirada estupefacta y melancólica, pero nada ingenua, que se refleja en una escritura elusiva es la que sustenta “Soñar en el paraíso” de Rafael García Romero (Santo Domingo, 1957).

Dicha colección de microrrelatos, aunque a primera vista parezca menos variada, delata la experiencia de un autor con un largo recorrido literario y periodístico a sus espaldas, alguien que a través de sus numerosas publicaciones de carácter cuentístico ‒Fisión (1983), El agonista (1986), Bajo el acoso (1987), Los ídolos de Amorgos (1993), Historias de cada día (1995), La sórdida telaraña de la mansedumbre (1997), A puro dolor (2001), El círculo de Malebolge (2009), Memorias de Ricardo Valdivia (2012), Infortunios y días felices de la familia Imperios Duarte recordados con pusilánime ternura (2012)‒ o novelístico ‒Ruinas (2005)‒ ha adquirido un timbre de voz inconfundible, ocupando un lugar destacado en el panorama actual de la literatura de la República Dominicana.

García Romero, sin renunciar a un ingenio no exento de sorna, elige recoger sus textos al amparo de un enfoque existencialista que ya viene anunciado por los epígrafes tomados de las obras de Hermann Hesse y José Saramago.

 La elección de recorrer con su pluma los pliegues oscuros del ánimo humano repercute inevitablemente en unas tramas que se diluyen para dejar paso a un tono más reflexivo que se interroga acerca de esos universales ‒la soledad, el amor, el tiempo, la muerte, el dolor, la felicidad, etc.‒ que tejen a diario nuestras existencias, aproximando sus creaciones a esas greguerías ligeramente sombrías en las que Ramón Gómez de la Serna seccionaba la condición del individuo con la doble hoja de la socarronería y de la aflicción.

A la vertiente más cómica, donde la sonrisa es una bengala que ilumina la página por el espacio de unos segundos, pertenecen, por ejemplo, Línea de tres ‒«La distancia más corta entre una mujer casada y un hombre que la pretende, demandándole amor, es el esposo que los separa» (p. 31)‒ o Amor irreal ‒«Te amo con toda mi alma, le dijo el hombre. A mano tenía un atlas de Anatomía y buscó concienzudamente entre las láminas, una y otra vez. Ya lo sabía, pero quería cerciorarse: el alma no existe en ninguna parte del cuerpo humano» (p. 51)‒. Otra estratagema ramoniana, presente en el último microcuento citado, es la de jugar con las expresiones idiomáticas del lenguaje, como en Previsión: «Hizo una tormenta en un vaso de agua y pescó un tiburón» (p. 96). Sin embargo, la tónica dominante del volumen es la de una apesadumbrada lucidez, bien ilustrada por los microcuentos “El hijo de Nietzsche” ‒«No creo que Dios esté vivo; y si vive para qué necesita la vida, si ya Jesús murió de acuerdo a su disposición. Sí, ¿de qué le sirve la vida?» (p. 21)‒ o El colector ‒«¿A qué edad descubrió para qué servía la vida? Vivir solo tenía sentido para coleccionar recuerdos» (p. 53)‒. No obstante, no todo es pura resignación o visión abstracta, ya que el autor a veces se moja en la contemporaneidad y la congela en unas instantáneas que logran dar en el clavo en materia de social networks y fast thinking ‒Frase global: «El éxito de Facebook está en que hizo de dos palabras, “me” y “gusta”, la primera frase light de consumo global» (p. 23)‒ o de hiperrealidad mediática ‒Persecución (p. 161)‒, confirmando así que la ficción hiperbreve es hoy en día uno de los mejores anticuerpos que se le pueden suministrar a una sociedad digital con prisas y a todas luces empeñada en confinar la literatura en sus márgenes.

Rafael García Romero y Nan Chevalier lo han comprendido con claridad meridiana: los microrrelatos se cuelan por cualquier resquicio y, como proteínas, soliviantan y curan.

Nota. Este texto tiene una mayor extensión; vino acompañado de una crónica previa, sobre el libro “El domador de fieras y otros nanorrelatos”, del escritor Nan Chevalier. Editora Nacional, Santo Domingo, 2014, que no se incluye por razones que se acogen a un orden particular de reservas del derecho del autor Nan Chevalier; y, fundamentalmente, a un interés de edición.

Rafael García Romero: Una mirada en la narración

Rafael García Romero: Una mirada en la narración

Por Bruno Rosario Candelier

Leer a Rafael Garcia Romero en Los Ídolos de Amorgos (Santo Domingo, Alfa y Omega, 1993, 170 PP) produce uno de los deleites que puede sentir la persona que ama con fruición la belleza de la narración, la propiedad de las palabras y la armonía de imágenes y estilos expresivos variados, actualizados y elocuentes. Conocí a Rafael García Romero una tarde de julio de 1987 cuando ambos éramos miembros del Jurado Examinador del concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Tuve entonces la impresión de estar ante una persona cordial, amable, comunicativa, respetuosa y honrada. Esa impresión se ha confirmado con el paso del tiempo y el trato frecuente y amistoso, que se intensificó a raíz de nuestra participación conjunta en el homenaje a Manuel del Cabral que celebramos en New York con motivos de los ochenta años del poeta nacional. Luego lo Invité a trabajar conmigo en el equipo que dirigíamos las ediciones de Coloquio, donde auspiciamos la promoción de la literatura durante dos años, de 1989 a 1991, promoviendo el desarrollo literario a través de las páginas de ese recordado y añorado Suplemento Cultural  de El  Siglo. Cuando fundamos el Ateneo Insular, en 1990, invité a García Romero a formar parte del grupo Literario “Manuel Valerio”, el primero del ateneo Insular en Santo Domingo. Antes este joven narrador había dirigido el Taller Literario Cesar Vallejo” y había integrado el Círculo de Escritores Dominicanos. Narrador de la promoción literaria de los ´80. Rafael García Romero es uno de los escritores más activos de los del número del Distrito Nacional y en su haber ya cuenta con la publicación de Fisión, El agonista, Antología dos, Bajo el caso y Los ídolos de Amorgos; y entre sus preseas y distinciones figuras al Primer Premio del concurso de Cuentos de Casa de Teatro. Natural de Sn Carlos, uno de los barrios más populosos de la capital dominicana, donde naciera en 1957, este aguerrido promotor cultural es uno de los escritores más sólidos de las últimas  promociones Literarias dominicanas, sobre todo de la promoción a la que pertenece, la de los ´80.

Los narradores de los ´80 han aportado a la narrativa nacional una nueva visión al quehacer literario criollo. Esa nueva visión está fundada en el propio contorno, en la vida y el mundo circulante, en la preocupación que genera la existencia en medio de situaciones críticas, angustiosas y conflictivas carentes de unas motivaciones o proyecciones sin esperanzas o con poco aliciente para el futuro dadas las expectativas que les ha tocado enfrentar o experimentar a la mayoría de los jóvenes de las clase media, con títulos universitarios, en una sociedad dominada por urgencias materiales inaplazables, y esa realidad ineludible es la que ha propiciado entre las nuevas generaciones cierto desconcierto frente a un mundo sin utopías, sin circunstancias y contraejemplos que propician el descreimiento, la falta de fe, la adopción de sustitutos falsos como la droga o los vicios, todo lo cual acrecienta el vacío y la carencia de horizontes y de estímulos que reten la búsqueda creadora o auspicien propuesta incitadoras y estimulantes.

Por eso encontramos en los cuentos de Rafael García Romero a ese hombre desconcertado, urbano anónimo, profesional, moderno, actual, víctima de los convencionalismos, enfrentado a contratiempos y adversidades, enredado en esa madeja social heredada del ambiente y de circunstancias inexorables provenientes de la propia familia o del barrio o del trabajo. De ahí las motivaciones conflictivas un tanto alucinantes que crean los propios personajes para evadir determinadas manifestaciones de la realidad o analizar inquietudes y situaciones presentes.

Parte de ese panorama se aprecia en el embrollo del artista que se siente atrapado en el marasmo de la infecundidad o en el desconcierto de su potencial creador: “La espera acabaría destruyéndolo, las manos ociosas los ojos saltando como una mariposa por el estudio, de un lugar a otro. Quiere estar ahí, ahí cuando llegue algo, una idea, un aviso. La espera acabaría destruyéndolo. Se sentía oprimido, ocupado por un sentimiento de espera absurdo, pero necesario, que nacía del fondo de su ser. Allí en ese lugar, presentía la existencia de una pradera verde, hermosa, rodeada por una maleza cuidada, breve, y unos pinos bebés. También había una casa hermosa y a su lado un jardín. Dentro y fuera de él, el tiempo se bifurca, paralelo. Amenazador. Si el cuadro no llega, pronto morirá todo ahí dentro.  Todo” “(Oficio de misterios“, p. 98).

La de García Romero es una narrativa moderna. Actual, enmarcada dentro de las más avanzadas técnicas narrativas. La narrativa tradicional narraba un hecho, se centraba en la narración de un hecho. La narrativa moderna se funda, naturalmente, en un hecho pero su centro de interés no está en la narración del hecho sino en las consecuencias o las reacciones que ese hecho genera en los personajes que lo ejecutan. Rafael García Romero finca su narración en la reflexión de un hecho.

El autor de Los ídolos de Amorgos toma en cuenta la creación de los personajes, la pertinencia de procedimientos narrativos y las caracterizaciones sicológicas de sus criaturas imaginarias, paralelamente con otros aspectos narrativos. Sobre todo le importa subrayar las connotaciones reflexivas que un acontecimiento genera en los hombres o mujeres protagonistas de sus acciones: “–Hueles a lluvia –me dijo tan pronto entré. Lluvia. Aquella palabra se quedó por un instante metida en mi pensamiento. Trataba de tener una idea aproximada de cómo reinan las palabras, no en los hechos, sino por encima de la razón y de los hombres, por encima del poder y la obcecación. Cualquier actividad del hombre se vertebra a través de la palabra. Hubo gente confundida y pensó que bastaba con juntar muchas hojas y numerarlas. Luego, otros hallaron esas páginas numeradas y en blanco. Tardaron siglos en dar con ellas. Un enigmático regalo, no había duda. Nadie se lo imaginaría. Allí estaban, en el estómago de viejos bocales, sepultados entre muertos principales, junto a tesoros distintos y extraños objetos. ¿Y qué hicieron? Se echaron durante siglos a llenarlas de palabras, a soñar a poblar de una forma recurrente y pacífica, a dar cuenta del caos, a cifrar el misterio del mundo” (“El bocal de seis flores”, p.87).

A todo narrador lo signa un hecho impactante o una dimensión del mundo o de los acontecimientos que atraen su atención o modifican su actividad o su cosmovisión. Se trata de aspectos que moldean la forma de mirar el mundo. La narrativa de Los ídolos de amorgos está signada por la sorpresa de un narrador que se asombra ante las ocurrencias de los seres humanos, y su actitud reflexiva viene pautada por el sentido corporal más recurrente y determinante: la mirada. Su manera de  testimoniar el mundo, su manera de reaccionar ante lo que concita su atención  la da la marida. Mediante la mirada García Romero  escruta el mundo, ausculta facetas entrañables de la realidad, llega hasta las emociones más punzantes y caracteriza personajes y situaciones. Garcia Romero es el narrador de la mirada: de la mirada perspicaz; de la mirada curcuteadora; de la mirada crítica, de la mirada exploratoria; de la mirada totalizante. Y a su través mira a los que miran: “No sabe, pero se quedó mirándola con una mirada que trata de acercar su objetivo, como esas cámaras de cine que poco a poco van haciendo una toma  de primer plano y el rostro va llenando la pantalla hasta un momento en que se tiene una imagen agrandada de nariz, boca, ojos, cuello. Es la mirada de alguien que contempla desde un lugar cualquiera, que espera atento y reconcentra todas sus energías en ese acto de mirar, porque sabe que va a suceder algo” (“Un lunes dúctil, casi suave…”, p.16).

Los personajes en la cuentística de García Romero se mueven entre la desilusión y la nostalgia, los dos polos de los sentimientos que marcan la vida de los humanos. Y es su forma de testimoniar su visión de la existencia, y también, concomitantemente, la de plasmar la humanización del mundo que oblicuamente postula. Los cuentos de García Romero se inspiran en la realidad social de un mundo urbano y moderno, y tienen un perfil sociográfico con cierta proyección antropológica y lingüística como base de sus preocupaciones culturales.

El cuento titulado “El engaño”, ágil, fluyente, sicológico, con una urdimbre en la consecuencia de las ópticas de su centro narrativo: “Todas las mujeres de la muchedumbre, en las calles, caminando por la plaza, en la penumbra de un restorán  cualquiera, parecían ser una sola, idéntica, copiada (algo parecido debió sucederle a Picasso con sus cuadros). Luego, una vez, habituado a mirarlas con detenimiento comenzó a percatarse de las diferencias y saber con exactitud quién era y distinguir a una y otra y no confundirlas más. Por ejemplo, ese toque particular, muy femenino, irrepetible que ponen algunas mujeres en las miradas, como hallarlos otra vez así, en una mujer distinta. Es algo único, donde hasta el color de los ojos termina cómplice. Lo cierto es que había una historia, cada mirada componía una historia diversa. Observar  desde ese día a las mujeres le pareció una tarea fascinante. Descubrió rostros, calidad de miradas y reacciones qué seguir, qué explorar. De pronto la mirada de una mujer se convertía en un reto seductor, lleno de misterios” (“Un lunes dúctil, casi suave…” P.18).

Rafael García Romero procura, en algunos de sus cuentos, auscultar la realidad trascendente, uno de los postulados de la tendencia estética que está abriendo nuevos horizontes a las letras dominicanas. La realidad trascendente es la dimensión suprasensorial de la realidad total y a ella tiene acceso mediante la intuición y la imaginación. Desde luego, la realidad trascendente es la faceta de la realidad menos accesible al hombre, dominado, como está, por el imperio de los sentidos corporales externos y la impronta de la realidad circundante inmediata. Por eso desde antiguo ha habido una preocupación por lo sobrenatural, que complementa la quimérico y lo real objetivo, en consecuencia hay una búsqueda de una “ventana abierta” para penetrar al misterio, a esa faceta entrañable e invisible de lo que vedan los sentidos físicos y que de alguna manera apela al hombre. Por boca de André Bretón los surrealistas aseguraban que existen un cierto punto del espíritu desde el cual la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, dejan de ser percibidos contradictoriamente ya que la realidad es una, hay un continuum en la totalidad, aunque por nuestra limitación perceptiva tenemos una visión fragmentaria de las cosas. Louis Powels y Jacques Berger en El retorno de los brujos (Barcelona, plaza y Janés, 1974, p. 591) hablan de un lugar privilegiado “desde el cual se descubre el velo de todo el universo”. Es el “Punto transfinito” por el cual se accede al más allá y que algunos seres privilegiados por una especial sensibilidad trascendente, o por el don de la revelación, logran comunicarse con esa otra ladera de la realidad.  Rafael García Romero crea aun cuento fundado en esa vertiente de la percepción, en ese  “punto transfinito” que permite contactar lo trascendente: uno de los personajes de “Siempre hay un adiós”, oye voces y con su especial sensibilidad hacia lo desconocido capta murmullos del otro lado: “–¿Y de qué hablaban? –De los múltiples sentidos humanos, de hombres que vivieron en tiempos equivocados, sin saberlo, de lo fatuo que resulta la emoción y los afectos determinados por la relación de los individuos. Ah, y de las contradicciones que se van creando entre ellos, de un individuo a otro, alimentadas por los puntos de vista diferentes, que surgen cuando se ve un objeto desde distintos ángulos. Sí, esa contradicción que nace de la revelación brusca: todos los días lo mismo, pero un momento y determinada posición del objeto, cambia  la historia. La antigua razón, que es voluble y mutante, hace a algunos hombres más lentos. Los audaces saben abandonar a tiempo la barca. No son víctimas de la dualidad y saben renunciar a tiempo de la duda dicotómica. –¿Y de eso hablan? No entiendo nada. –Yo tampoco, te lo adviertí. Tienes que escucharlo. Me abrumó oírlos hablar sobre el enigma de la realidad de lo diverso, el ministerio de lo único” (“Siempre hay un adiós”, PP.64-65).

En otro pasaje de ese mismo cuento se alude al punto de vinculación con el extraño. Hay una persona que capta voces del más allá, penetra auditivamente a la realidad trascendente, y en esa vinculación con lo no sensorial el sujeto de la comunicación se siente apelado por una fuerza superior que lo concita ser  canal o vínculo entre las dimensiones del más allá y las de este lado de la realidad. “Entiéndelo, le dice a su interlocutor”. “Algo me reclama seguir. Debo hacer los arreglos de lugar para no dejar el puesto un instante. Descubrí que en ninguna parte del departamento se escuchan, salvo aquí, como si por accidente, el túnel produjo un agujero aquí, en nuestro departamento, por donde se filtra este trasmallo de voces” (Ibídem, p.67).

Dije que Rafael García Romero fundada su narrativa en la mirada, y su modo de mirar es una forma de explorar el mundo o una manera de fijar la vista en un suceso, un objeto o un acontecimiento, valorando un aspecto de los mismos, pensando a través de la atención visual con que sus ojos aprecian o sitúan lo mirado, o interpretado la realidad con el auxilio de la intuición y la reflexión para dar cuenta de cuanto enfoca su visión. Romero tiene consciencia de su ejercicio narrativo y así lo explaya en el texto final de su libro. Escribe: “Y mirar, como oficio, es una manera de penetrar a la maraña de una historia. Y el que mira y descubre ese punto donde la realidad se tuerce, también mira otras cosas colaterales: se ve a él, fuera de esa historia, acercándose, tocándola, formando parte de ella como uno de sus protagonistas, como inventor de la historia, el gran acomodador de puestos, en otra parte. Fuera del juego. Concientemente fuera. El que puede ver por encima del hombre de los demás. Alguien, el alter ego del narrador, él mismo, en cierto modo, al doblar de imprevistas circunstancias, pero preferiblemente el alter ego, una especie de aura o demiurgo, con una conciencia suprema del poder, capaz de observar de manera simultánea, todas las posibilidades…” (“La quebradura de la realidad”, pp. 166-167).

Rafael García Romero busca perfilar el sentido de la mirada, el papel y la significación que ese poder visual ejerce sobre las cosas y sobre los acontecimientos, por lo cual, como narrador, de mirador del mundo con sus miserias y sus bondades. Y siempre aparece con la antena sensorial dispuesta a observar, calar, escudriñar, escrutar, auscultar y fijar el sentido del mundo o la faceta de sucesos y anécdotas que desentrañan su mirada profunda o su actitud valorativa de lo que sucede en la vida o de lo que sus ojos contemplan y atrapan fijándolo en la madeja de una narrativa que se vuelve densa, cautivamente, ejemplar y significativa. Rafael García Romero es un espectador del mundo. Así lo evidencian los cuentos de Los ídolos de amorgos, obra que viene a potenciar la narrativa dominicana contemporánea.

Santiago de los Caballeros, Casa de Arte

7 de junio de 1994.-

Ruinas: Un encuentro poco usual.

Por ML. Nuria Isabel Méndez Garita [1]   

Introducción  

El escritor dominicano Rafael García Romero publicó el relato Ruinas basado en la vida de dos ilustres personajes de su país: Salomé Ureña y Francisco Henríquez.  Son poco los textos que llegan a mi país, procedentes de esta nación, mas hubo una época en que uno de los descendientes de estos personajes, nos motivó con sus ensayos.

Conocimos de cerca a Pedro Henríquez Ureña y a sus escritos en torno al arte, la literatura.  “Utopía de América”; así se titula uno de esos ensayos. Hoy sé que su herencia ha impactado e impacta a las nuevas generaciones. Antes que él, su padre y su madre hacían historia en las letras dominicanas.  Por eso, me  resulta satisfactorio, leer una historia de amor, pasión y tristeza; una historia humana, y como dice el epígrafe, igual a la de muchas Salomé.

Aventurarme con este relato, me permitió acercarme a  Salomé Ureña y a su poesía. Mujer que expuso sus ideas por el progreso de su patria, por el amor  a la naturaleza; mujer que le canta a la paz y externa su afecto por la familia y por la tristeza que la invade. Mujer apegada a su tierra, a sus raíces, a su herencia. Por  eso, en su obra Ruinas  descubrimos los remanentes de un  pasado colonial angustioso(1976, 285) y, debo agregar, que no sólo del pueblo dominicano, sino de toda Latinoamérica. Hechos que pasan por nuestras generaciones olvidados.

Como  dicen algunos de los críticos, García se convierte en una voz poética “…que narra los alterados sentimientos de la poetisa”(2005,63), su virtud es que nos humaniza a la poeta que habló de humanidad.  

El título

El título es un  discurso  que forma parte del  texto. El primer contacto de un lector con la obra, inicia con el título; de ahí su relevancia, pues como menciona Chaverri (1986), este es ya un programador de lectura. Según   María Rodríguez, en el título se puede establecer  una dualidad por cuanto da información, pero a la vez esconde, lo cual crea una ambigüedad semántica, y certeza en torno a su significación, con el objeto de incitar al lector a continuar con la lectura del contexto.” (1994:43)  Esta ambigüedad es uno de los rasgos que suele caracterizar a los títulos, por cuanto están basados en la falta de claridad y presión. Aquí cabe la pregunta por ¿cuáles son las ruinas? También, encubre un sentido que sólo puede ser descubierto cuando el lector descifra  la clave que el autor usa en el proceso de construcción titulológica.  Es sólo con la lectura completa del co-texto, que se descubre esta clave.  Esta es una razón que permite considerar el título como una “voz polifónica” que está determinada tanto por el discurso social  de una época dada, como por la relación destinador-destinatario (1986:9). 

Por otro lado, el lector puede suponer una síntesis del mensaje a partir de la lectura del título, y le corresponde además, establecer cuáles son las relaciones existentes entre el título y el co-texto, así como las transformaciones que el primero puede haber sufrido. En razón de lo anterior, el lector muchas veces tiene que dilucidar, es decir, decodificar y descomponer el título  para acercarse a una interpretación. 

El estudio desde la titulología se puede dividir en tres áreas que abarcan lo  semántico,  lo sintáctico y lo pragmático. Para el caso de este ensayo,  el énfasis se centra en el componente sigmático, puesto que permite estudiar las relaciones lógico-semánticas  que existen entre título y co-texto.   En este sentido, Chaverri dice lo siguiente: “…como la intitulación debe aislar un contendido abstracto y resumirlo o tematizarlo, necesita por lo tanto una transformación de supresión, adjunción o sustitución, de donde resulta que el oxímoron, la metonimia y la metáfora juega un papel importante.” (1986:73) 

Las relaciones lógico-semánticas existentes entre el título y el co-texto parten del principio de que el título puede considerase autónomo mas no independiente de su co-texto, por la vinculación entre ambos, pues el primero de ellos se articula estrechamente con lo expuesto en el relato. Esto se da por cuanto el segundo elemento explica y desarrolla lo que ya se ha enunciado en un inicio. En consecuencia,  el título “forma él solo una articulación del discurso que mantiene relaciones con el cuerpo entero del co-texto” (1986:147). 

Cuando se hace este tipo de estudio, se puede hablar también de la connotación o de la denotación de los títulos. En el primer caso, se produce una  metaforización, porque, sólo a través de los hechos expuestos en el co-texto,  se puede conocer la significación del título, es decir, se requiere de “una interpretación simbólica” (2004:221), por parte del lector.   En el segundo caso, se da una concordancia entre el título y el co-texto,   y se  produce, en el lector, un sentido de acercamiento a la realidad y al quehacer cotidiano.

Partiendo de estos principios, ¿cómo podemos entender el título Ruinas, o bien, quién está en ruinas? En este análisis, nos interesa la definición que dice que una ruina es una persona en decadencia y caimiento tanto física, personal, familiar o moral. Pensemos en Salomé, la mujer dominicana. De una gran cultura, se dedica la formación de maestras y a la poesía; comparte con ilustres personas los problemas de su país. Sin embargo, la mujer se encuentra sola, distante de su marido; la madre, unida a sus hijos y ahí centra su lucha mientras ellos crecen. Conforme leemos extractos de sus cartas, vemos a Salomé en su decaimiento, en la soledad que la consume, y su medio de escape, la palabra. Ruinas es un título connotativo; se refiere a la mujer, pero en especial al la dicotomía patria-mujer: “Todo lo consumía la muerte: el magisterio, su poesía, el amor a nosotros y a la patria” (p.44)  

El género epistolar 

En el interior del relato de García Romero, encontré dos elementos familiares: no sólo el apellido Henríquez, sino la epístola como un género discursivo.

La multiplicidad de voces que se  entrecruzan en un corpus, lo vuelve contestatario. Y en esta función, los diferentes géneros intercalados que se presentan en el cuento juegan un papel importante para reconocer esa  multiplicidad. Es aquí donde el género  epistolar cobra importancia. 

El  discurso epistolar muestra las condiciones específicas no sólo por su contenido (temático) y su estilo verbal, o sea, por la selección de los recursos léxicos fraseológicos y gramaticales de la lengua, sino, ante todo, por su configuración o estructuración (Bajtín, 1982:248). La epístola se convierte en  “...un trasmallo de nuestras vidas. Cada una lleva voces; reveladora, misteriosa, granada de cosas maravillosas e irrelevantes. De los tormentos y los temores de mamá. De sus momentos de aspereza, de delirios y caos ante el drama cotidiano de su soledad.”(p.18)

La historia contemplada en el discurso epistolar hace que los personajes se construyan por la escritura de correspondencia, pero se transforman en el proceso de esta escritura cuando intercambian posiciones como personajes de sus propias historias. Entre ambos interlocutores, Salomé y Francisco, hay un contexto de complicidad formado por el ambiente de las relaciones y situaciones que sólo saben los personajes y que resultan ajenas a un extraño (lector).

“Crees que podrás esperar sin menoscabo de tu salud mi regreso? ¿Tienes esperanzas? (...)Cuando me aventuré en esta empresa, conté contigo. Pero no insistiré en ella, si debe costar tu ruina...”(p.22)

En suma, es la ruina de Salomé; la aventura es la del hombre, su esposo.

Como instrumento de escritura, al servicio del pensamiento, el discurso epistolar beneficia el intercambio dialógico entre dos sujetos discursivos, que es, al mismo tiempo, el lugar en donde la subjetividad del Yo toma cuerpo en la palabra escrita. (Bajtín, 1982:256).  Por eso, cuando se piensa en cartas privadas, se hace alusión a la producción, circulación y consumo (lectura) de este género intercalado que inscribe una primera (yo) y una segunda (usted) personas discursivas, que conforman su estructura.  Más aun, en este tipo de discurso, se da una combinación lúdica entre quienes escriben y aquellos que, por medio de la lectura, ficcionalizan. Es decir, se apela a la atención del lector, se le tienta para que acceda al espacio íntimo y confidencial de la correspondencia personal. (2006,125) 

En Ruinas, el discurso epistolar se usa como un recurso que pone en diálogo la cultura  latinoamericana con  la europea; propiamente, la que Francisco envía a su familia, desde París “ la casa nuestra, poco a poco, con los encargos de mamá y las libertades que se tomaba papá, se iba transformando en un pequeño Paris...”(p.25). En el relato, el  género sirve para que se establezca un diálogo con voces  muy disímiles: una mujer, madre, maestra, escritora, y su esposo, estudiante de medicina en Europa, quien a la distancia, impone su presencia: “Desde París todo lo quería controlar”(p.21), nos dice su hijo Max.   No sabemos cuántas cartas se escribieron, pero fueron durante toda su vida, de Europa y de Haití a República Dominicana.

El uso del lenguaje íntimo produce una mayor expresividad y sinceridad.  En  la epístola (y lo mismo puede suceder con el diario), los recursos expresivos se construyen en una actitud emotiva y permiten valorar al hablante con respecto al objeto de su discurso. La entonación  y la palabra adquieren también un grado de expresividad especial y en este aspecto, la carta consolida una dimensión íntima, pues refiere nombres, sentimientos y situaciones, es confidencial. Y el lector, confidente silencioso. Con las cartas conocemos del apego de Salomé y el miedo de Francisco a sentar raíces en su tierra.

Las cartas se arruinan con el tiempo; se deterioran. Si Max no nos hace partícipes de los sentimiento expuestos en ellas, no conocemos a Salomé, la mujer, ni tampoco el desapego de su padre por la tierra.  Son cartas profusas en detalles “cotidianas, con promesas y sueños disueltos en el anochecer del tiempo”(p.24). Ahí están las ruinas. 

En este relato, aparecen otros géneros intercalados, como el lírico, por eso reconocemos la lírica de Salomé, y el epitafio.  Este último expresa el respeto de un pueblo, por el recuerdo de la poeta muerta.  

La mujer

Ciertamente, el discurso “masculino impone su propio deseo sobre la relación hombre-mujer” (1992,32). En este caso es la distancia el mecanismo utilizado, y la sabiduría que proviene del viejo continente, para invadir la cultura latinoamericana. Tal hecho no es exclusivo de la República Dominicana.  Salomé se muere de a poco, se consume; pero es en su palabra cuando se siente firme, es en sus ideales cuando nos dice que su lucha queda. Su vida la hizo maestra de las letras, de la vida. Su lucha es una lucha cotidiana y, como muchas mujeres, en solitario. 

Ruinas es la historia de una mujer, con un compañero ausente, pero su discurso a través de la epístola y la poesía, nos permite conocer “el desamparo al borde del abismo”(p.50)  en el que vivía. El desasosiego de su alma, sólo se apaciguó cuando, en el reposo de la muerte, recuperó la libertad. 

ML. Nuria Isabel Méndez Garita [1]                                                                                                  

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[1]      Máster en Literatura Latinoamericana, Académica de La Universidad Nacional, Heredia-Costa Rica, donde trabaja para la División de Educación Rural de Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE). Directora de la Revista EDUCARE. nuriaisabel@gmail.com

"A puro dolor", el placer de la reiteración y del renegar de la poesía.

Un comentario al libro de cuentos, del mismo título, de Rafael García Romero.

Taty Hernández Durán

La norma señala que "cualquier texto que cumple ciertas condiciones formales, estructurales y narrativas, por definición, es un cuento", sin embargo aún no existe ningún esquema lo suficientemente dúctil que pueda involucrar la gran cantidad de estrategias ni los diversos elementos con los que se pueda construir un asunto tan omnipresente como este género de la literatura.

En República Dominicana, existen muchos escritores que se divierten con diversas formas y estructuras a tal punto -me atrevo a decir- que han creado un estilo muy peculiar e identificador de nuestra narrativa.

Rafael García Romero, es uno de estos creadores. Esa búsqueda de un sello propio le llevó a obtener  el Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2000-2001 que otorgaron conjuntamente la Secretaría de Estado de Educación y la Secretaría de Estado de Cultura con el libro "A puro dolor".

En una entrega de cincuenta y seis cuentos que recogen su escritura urbana y cosmopolita, el autor retoza con los deseos, los sueños, el amor, la infidelidad, la búsqueda del yo, la felicidad, la duda, el erotismo en fin con todos esos elementos que motorizan la cotidianidad de los seres humanos.

Un narrador que dice desconocer la poesía, aborda una huidiza prosa poética en unos textos cargados de fuerte emotividad sentimental -para no decir romántica- que se concentra en dos de los relatos -"A puro dolor" y "La última noche"- y en un nombre: "Alana".

"A puro dolor" es un cuento muy bien estructurado de lo que puede ser un latente deseo frente a "un no absoluto, breve y penetrante" para luego diluirse ante el despuntar de otros apetitos que "le traiga(n) emociones nuevas".

En "La última noche", más que el deseo, persisten los recuerdos, la memoria insondable del erotismo y del olvido que provoca el dolor de saber que ya no tocarás lo que dejaste escurrir de tus dedos.

El escritor se desdobla entre un ser y no ser poeta, un hacer y no hacer poesía en sus cuentos. Por ello insisto en esa huidiza prosa poética que se abisma en el nombre de "Alana".

Los cuentos cortos de Rafael García Romero asumen -a la vez que desbordan- las técnicas  tradicionales del relato breve. Incluyen reflexiones sobre la vida, el dolor, la muerte pero sin esa chispa de humor que casi siempre caracteriza a este género de la narrativa.

En esta selección de cuentos hay un implícito mensaje reiterativo que por más vueltas que se le dé al libro, en su conjunto, el lector no puede identificar la intención de Rafael García Romero.

Hay dos relatos -"Esta historia resulta" y "El mundo está"- que presentan un mismo tema e idéntica redacción con la salvedad de que al segundo se le eliminó parte del primero.

Otros tres de los textos -"El Círculo de Malebolge", "El Paraíso" y "Un olor fuerte"- mantienen la misma insistencia estilística con tres finales diferentes.

En este caso, el autor -tercamente reiterativo- no logra crear la sorpresa inicial cuando el lector identifica una búsqueda filosófica del yo que se complementa con un cuarto texto fuera de esta trilogía dantesca, "Los nombres de Manuel".

El lector nunca conoce a plenitud lo que el autor quiere reflejar en una obra determinada pero sí puede percibir las reglas que se estableció al producirla.

En sus relatos de "A puro dolor" -título de una desgarrante canción-, Rafael García Romero impacta y sorprende con el hecho de la reiteración más se le escapa a borbotones esa poesía latente de la cual reniega.  

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