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Rafael García Romero

La eternidad que empieza, de Rafael García Romero

La eternidad que empieza,  de Rafael García Romero

Por Luis R. Santos

En la República Dominicana hemos tenido escritores de cuentos o relatos que marcaron una uta a seguir en el género. Basta con citar a Juan Bosch, Virgilio Díaz Grullón y a Pedro Peix, que fueron autores que con su talento redefinieron el cuento dominicano. Bosch es el maestro del cuento más tradicional, con temática telúrica, mientras que Virgilio Díaz Grullón explora el mundo de lo urbano y lo sicológico, y Pedro Peix es el gran reformador, que rompe las reglas de juego del cuento decimonónico y de primera mitad del siglo veinte.

Rafael García Romero, en su libro La eternidad que empieza, de reciente publicación, logra hacer acopio de esas tres vertientes del cuento dominicano, pero con rasgos muy distintivos. Formalmente, este texto se aleja mucho de lo anecdótico y privilegia lo sicológico. El monólogo interior prevalece por encima de la acción y el diálogo es un elemento totalmente ausente. Las descripciones tampoco tienen preponderancia porque el decorado, los escenarios no son importantes en la trama.

Sobre el tiempo y la memoria

La eternidad que empieza es un conjunto de relatos narrados en su mayoría en primera persona. El narrador omnisciente o en tercera persona apenas aparece en algunos relatos en la tercera parte, ya que el libro está dividido en tres partes, algo poco usual cuando se trata de narrativa corta.

Los temas fundamentales que aborda el autor son el tiempo, los sueños, la nostalgia, y en “La eternidad que empieza, último relato del libro, se acerca a lo fantástico. En “Mi última voluntad” el arte, la poesía, el desvarío de poetas y pintores se conjugan con la extraña personalidad de la protagonista, una mujer que aún en contra de su gusto o determinación  se convierte en una gran coleccionista de arte, y cuya última voluntad, tal vez absurda, pone de manifiesto su rara forma de ver el mundo.  Pero en gran medida el tiempo es el gran protagonista de los relatos. Casi todos los personajes han sido víctima de su accionar.

Cuentos que rompen moldes

Los personajes de este texto son sujetos abatidos por el tiempo y la nostalgia, pero que, de manera denodada, hacen un esfuerzo por salir adelante, a pesar de las circunstancias adversas que enfrentan. Sabemos que el presente no existe, que es más fugaz que ciertas estrellas, por esta razón los individuos de La eternidad que empieza zozobran en ese tiempo que a veces sienten que debieron vivir de forma distinta. Tal es el caso del relato “Cuanto Recuerdo.

Una prosa decantada

Se sabe que contar no significa gran cosa si no se manejan las herramientas elementales a la hora de escribir. En La eternidad que empieza García Romero demuestra por qué es uno de los escritores dominicanos contemporáneos mejor valorado. Su prosa es limpia, de una acabada y sobria elegancia. Su discurso narrativo está aderezado con los elementos que distinguen a un excelente narrador.

Algunos trozos de La eternidad no me dejan mentir. En Mi última voluntad, página 15, en el cuento que abre el libro, en el primer párrafo el narrador nos da una idea de su mundo interior. “Una coleccionista de arte. Eso soy yo. Nada por lo que deba sentir orgullo debido a las razones que empujaron a semejante enredo. Salvo eso, llevo una vida simple, elemental, apacible; ya que como medida de precaución, y para no dejarme arrastrar por los acontecimientos, batallo cada día contra todo lo que huela a caos. No quiero terminar acorralada por dramas o sucesos imprevistos que me lleven al desasosiego”.

En “El centinela del tiempo”, página 43, leemos: “No hay opción. La vida es un solo camino, fijo e inalterable, con los días contados y cada hora a su hora, igual que cada plegaria en su momento, con ciega devoción y gran apremio en medio de la desventura. Yo trabajo, precisamente, con el tiempo; y tengo días que soy igual que muchos, una víctima. Sí, termino atrapado en sus engranajes, qué sentido tiene ocultarlo”.

En “Cuanto recuerdo” nos encontramos con una prosa intimista, cargada de dejos de amargura y de nostalgia. Al leer este relato sentimos gozo y al mismo tiempo notamos que algunas banderillas se incrustan en nuestro espíritu. Es que al ir avanzando en su lectura, el tono confesional del relato nos va arrastrando hacia una corriente pluvial plagada de recuerdos, de memorias de tiempos idos, que fueron felices y que los individuos saben que son irrepetibles. He ahí la doble condena: haberlos vivido y no poder volver a recuperarlos. He ahí la maldición del tiempo, de esa eternidad que no sabemos cuándo inicia y cuándo termina, porque la eternidad es la nada y la nada no tiene principio ni fin. Cito: “Esta mañana la casa amaneció copada por un fuerte olor a tabaco. Y nos extrañó, porque el único de la familia que fumaba era papá y hace cinco años que nos referimos a él como nuestro difunto padre; y yo miro a Isabel que dice: no quiero pensar que su alma esté desandando.” “Isabel y yo lo habíamos pensado. Es como si papá y mamá, desde ese lugar, estén golpeando con las manos, atrapados en una enorme red de arácnidos, tratando inútilmente de escribir su propia historia. Una historia de la que ellos se habían escapado. Eso eran: prófugos de su tiempo. Un tiempo que se volvió aire, humo, esbozo, delirio.”

Leer La eternidad que empieza termina en deleite porque sus textos no nos dejan indiferentes; porque encontramos en ellos la mano de un escritor maduro y consciente del oficio, de una trayectoria laureada y digna de merecer toda la atención que amerita un escritor convicto y confeso.

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